A los chinos les llevó diez días construir un hospital en las afueras de Wuhan, la ciudad donde hace un mes comenzó el nuevo brote de coronavirus. Es una imagen poderosa. Los diez días suenan a una proeza bíblica, y una que nadie salvo el pueblo de la Gran Muralla podría emprender. Una reflexión repetida en las redes sociales: a los chinos les lleva diez días construir un hospital, y a los argentinos diez meses conseguir turno en un hospital.
Lo que dice más todavía sobre nosotros es el hecho de que estemos tan preocupados por una enfermedad que todavía no llegó a nuestro país. El miedo es más rápido que los virus. Hay problemas más urgentes en la Argentina, ahora mismo, pero como siempre somos más permeables a la agenda global que a nuestra realidad inmediata. Y entre otras cosas, caímos también rendidos a esta imagen de la celeridad oriental.
Lo que todavía no sabemos es lo que ocurre dentro del hospital de Wuhan. En las imágenes que han logrado saltar los vallados oficiales, se ven pacientes hacinados, ventanas minúsculas, barrotes y puertas que no pueden abrirse desde adentro. En resumen: una cárcel, o un campo de detención, antes que un hospital. Consecuentemente, los cerca de mil internos reciben un tratamiento mínimo.
Un mes después del primer muerto, China cuenta 1.000 fallecidos por coronavirus
El hospital de Wuhan resume en buena parte la contradicción que es China: el superdesarrollo técnico frente al pobre desarrollo en materia de derechos humanos. No es este tampoco el primer evento que desnuda la versión oficial.
Hace unos días, una portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino accidentalmente reveló que Beijing sabía sobre este nuevo virus desde el 3 de enero, y que prefirió mantenerlo en secreto. La indignación creció esta última semana con la muerte de Li Wenliang, el primer médico que alertó sobre la existencia de este virus, y que a causa de ello, fue reprendido por la policía.
Más grave cuanto más evidente resulta que fue este pobre manejo de la epidemia el que permitió que el virus se diseminara y alcanzase la escala global. Los contagiados se cuentan en más de treinta mil y los muertos ya superan a las víctimas del SARS en 2003. Pese a la dureza de los números, la Organización Mundial de la Salud, y los países de Occidente, se rehúsan a poner la culpa sobre el Partido Comunista Chino.
¿Por qué este punto ciego? En lo que respecta a China, parece que sólo es lícito prosternarse ante el progreso económico y tecnológico (¿y social?), mientras que son pocos los que se atreven a opinar sobre el autoritarismo del sistema político y las violaciones a los derechos humanos.
Este fenómeno es lo que Guy Sorman llama la ideología de la sinología, y que consiste en el “reemplazo de la China real (exceso, DDHH) por cierta idea sobre China (potencia económica dominante)”. Tiene raíces históricas, pero también causas concretas en el pasado inmediato. Una no menor son las enormes inversiones que China viene realizando en el extranjero, frase muy conocida en China: "Para ser rico, construye un camino". En el último Foro de La Franja y la Ruta celebrado en China se aprobaron proyectos por más de 64 mil millones de dólares. Hasta el 2017, las inversiones en esta región sumaron más de 200 mil millones de dólares. El antes llamado soft power (poder blando), que analistas recientes han rebautizado como sharp power (poder incisivo).
El médico chino que anticipó el Coronavirus murió por esa enfermedad
En términos sencillos, el sharp power significa la avanzada de grandes potencias con gobiernos de corte autoritario (Rusia sería el otro caso ejemplar) sobre otros países, en general del tercer mundo, para minar las bases de sus sistemas políticos mediante un accionar a la vez diplomático, económico y académico.
Argentina nunca es la excepción. En un libro sobre este tema (El “poder incisivo” de China en América Latina y el caso argentino) el español Juan Cardenal revela hasta qué punto la influencia china está extendida en nuestro país. En algunos puntos es en verdad sorprendente, como en el que se refiere a los medios. Xinhua, la agencia oficial de noticias de China, tiene acuerdos con varios medios locales, entre los que se cuentan incluso Clarín y La Nación.
Esta injerencia, sumada a los compromisos económicos, hace que la mirada sobre el país asiático sea a menudo más benévola de lo que debería. Lo que debería alarmarnos más que el ascenso del coronavirus es lo que esta presencia china significa a nivel político. Si hablamos de capacidad de presión económica, mediática e intelectual, solemos pensar en EEUU, pero EEUU no es ya el único actor en la escena global.
Una estructura como la que China tiene montada en nuestro país podría, aún sin quererlo, influir en el resultado de una elección. Aunque la Guerra Fría terminó hace años, hoy los actores extranjeros están más presentes que nunca y pueden significar una seria amenaza para la democracia. Una que no vimos venir.
Si China dice que no pasa nada, estate atento.
Si China dice que hay que estar atento, preocupate.
Si China dice que hay que preocuparse, date por muerto.
Dicho de Hong Kong.