Hace dos años, Mateo Reyes, un joven hondureño de 18 años, decidió junto a su familia irse a vivir a Estados Unidos por problemas económicos y actualmente forma parte de los miles de ilegales indocumentados que emigraron a materializar el "sueño americano".
"En Honduras le otorgan la visa para viajar a EE.UU solo a familias con buena posición económica", relató Mateo, quien por éste motivo ingresó de forma clandestina por un costo de 15 mil dólares, a través de una persona que se encargaba de cruzar personas por la frontera.
El ingreso era cuestión de suerte. Con solo 15 años, Mateo, su madre y hermano emprendieron ese riesgo. La ruta que debían realizar era de Honduras a Guatemala, de Guatemala a México y de ahí a Estados Unidos. "Íbamos muchas personas, niños y gente mayor. La verdad es que te haces muy buenos amigos, ya que todos lo hacíamos por el mismo propósito, queríamos una mejor calidad de vida", contó.
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La odisea duró una semana. Caminaron por el desierto de Monterrey (México), se escondieron reiteradas veces para que las autoridades de Migración no los hallaran, dormían en el suelo, compartían habitación con más de 15 personas, estuvieron encerrados más de 14 horas en un camión con 60 personas, sin comida y a oscuras: "Fue triste porque la gente se desesperaba porque tenía claustrofobia y empezaban a llorar".
En el último día del trayecto llegaron a Reynosa, en la frontera mexicana con Estados Unidos, y al instante cruzaron el Río Bravo en una balsa. Al otro lado, ya en territorio estadunidense, los estaban esperando para trasladarlos hacia Texas.
"Podíamos irnos sin que nadie nos viera, pero nuestro objetivo era que Migración nos localizara para que nos dieran asilo, ya que estaba la ley que había impuesto Obama en el que todo menor de edad acompañado de un adulto, con una razón significante podía pelear por su estadía en EE.UU", expresó Reyes.
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"Una vez que nos entregamos nos separaron de mi mamá", contó el joven. "Luego nos trasladaron a “La perrera”, un lugar donde llevan a todos los inmigrantes; te quitan los cordones, cinturones y todo con lo que puedas cometer un suicidio, porque es lo que menos quieren".
Mateo continuó su relato detallando que le entregaron jabón para que se bañe, ropa, un jugo de frutilla y un sanguche. Estuvo retenido un día, hasta que entrevistaron a su madre para saber los motivos de su llegada al país y luego de varias horas lograron su libertad: "La única condición era colocarle un brazalete en el pie derecho a mi mamá para detectar por cuatro meses sus movimientos", explicó.
No fue el caso de su hermano, a quien le negaron el ingreso por ser mayor de edad y quedó preso en una cárcel por cinco meses, para luego ser deportado a Honduras.
Después de dos años, Mateo está por terminar el secundario con honores y trabaja de mozo en un restaurante: "Le encuentro un lado bueno y malo a todo lo que viví, pero no recomendaría venir a Estado Unidos de Forma ilegal, sufrís mucho durante los primeros años y tuve que madurar de golpe. Ahora que transcurrió el tiempo y soy grande, las cosas están mejor", concluyó.
D.S.