Enero de 2017. Un informe de la organización humanitaria Oxfam, sobre distribución de la riqueza, dejó boquiabiertas a miles de personas y retumbó en el mundo entero. La inequidad es mucho peor que lo que se pensaba. Ocho hombres acumulan una fortuna igual a la sumatoria de los ingresos de la mitad del planeta. Sí, ocho multimillonarios tienen una fortuna de 426 mil millones de dólares, frente a los 409 mil millones de dólares que poseen, en conjunto, los 3.600 millones de personas más pobres del planeta. El uno por ciento más rico del planeta poseía en 2015, más que todo el resto.
Sin dudas, esta situación genera condiciones para que germinen nuevos excluidos y para que explote el número global de condenados al tren del olvido. Algunos, no sólo son expulsados de la civilización materialista, también son proscritos de dignidad. Esta desigualdad obscena, logra que el sendero hacia actividades ilegales resulte tentador –para calmar el hambre o para mejorar la precariedad de quienes deben mirar la economía formal desde afuera–. Para no pocas personas, la ilegalidad se convierte en una vía de escape de un mundo injusto y humillante. Pero es menester no caer en estigmatizaciones banales, porque también existen millonarios inmersos en actividades ilícitas.
Una política de seguridad debe basarse en dos ejes: disuasión (presencia policial, leyes más duras, celeridad –y seriedad– en los procesos judiciales), e inclusión social (entendida como inserción de personas a la economía formal mediante programas de empleo, comedores escolares, deporte social, y asistencia social que focalicen en dotar de dignidad la vida de las personas). La brecha entre ricos y pobres alarma, pero también evidencia que algo estamos haciendo mal. Siempre arriba de la cabeza del fémur –específicamente en los bolsillos– y en el estómago, son las zonas donde más duelen los golpes.
Desayuné este triste informe científico sobre inequidad mientras terminaba un análisis sobre déficit habitacional de la Argentina. No quepan dudas de que los asentamientos informales tienen una fuerte relación con la distribución de la riqueza. En base a datos de la encuesta ONU-Hábitat 2014 y datos disponibles en sitios web oficiales, el déficit habitacional “cuantitativo” (cantidad de viviendas que hay que construir nuevas) de la Argentina, se estima en 1.255.817; mientras que el déficit “cualitativo” (mejoramientos a viviendas existentes) se calcula en 2.156.658, según datos del Censo 2010.
El presidente Mauricio Macri y sus funcionarios, ya antes de asumir el gobierno en la República Argentina, hablaban de un déficit habitacional total aproximado de 3.500.000 (sumatoria del déficit cuantitativo y cualitativo). La creación de nuevos hogares y el fenómeno de la migración, tanto interna como regional, son también factores que aceleraron y crearon demandas locales de viviendas. Gran cantidad de los nuevos hogares que se forman no logran acceder a una vivienda digna. Esto ha generado un importante crecimiento de las villas en los principales centros urbanos del país, que según un relevamiento de “Techo” (2013) alcanzaría un total de 1.834 asentamientos informales y albergarían a unas 533 mil familias. Técnicamente, el “Déficit Habitacional Simple” se obtiene restándole al “Total de Hogares”, el “Total de Viviendas Particulares Habitadas”. Y, el “Déficit Habitacional Cuantitativo Compuesto” es igual al “Déficit Habitacional Simple”, más las “Viviendas Irrecuperables Habitadas”.
Releo mi informe sobre déficit habitacional y unas pesquisas con datos objetivos sobre seguridad hemisférica. En mi concepción, un profesional no debe limitar su trabajo a un aula, una computadora, un escritorio o a su cómoda oficina. Debe también ser un profesional de territorio, esto es, debe complementar sus análisis –en lo posible– con información cualitativa que aporta el espacio territorial objeto de estudio. Soy partidario de la ciencia aplicada. En español: la información debe servir para algo puntual y concreto. En este sentido, el miedo, los aromas, los grafitis, la vestimenta, los sentimientos, la cordialidad u hostilidad de la gente, la desconfianza, el grado de formalidad laboral y la mentira, entre tantas otras cosas, siempre se perciben mejor pisando el terreno. Termino mi informe y decido cumplir uno de mis sueños como investigador social.
En la Rocinha me sorprendo con la cantidad y variedad de comercios que operan en este rincón marginal del mundo. La mayoría está bancarizado; reciben tarjetas de crédito y débito.
Decido ingresar y recorrer, a pie, una favela de Río de Janeiro, ciudad donde existen más de 700 favelas que concentran más de un millón y medio de personas –aproximadamente un 24% de la población total de Río–. Para dimensionar mejor el fenómeno, es atinado saber que la cantidad de personas que residen en las favelas de Río, es superior a la totalidad de habitantes de Córdoba –segunda ciudad de la Argentina–.
Escojo Rocinha, una favela ubicada en la zona meridional de la ciudad carioca. Posee aproximadamente 865 mil metros cuadrados. Su cercanía con las residencias de clase alta del barrio São Conrado, marca un profundo contraste en el paisaje. Rocinha tiene casi 57 mil habitantes. Su nombre se debe a los primeros habitantes del barrio, quienes solían decir que las hortalizas que cultivaban venían de sus propios "ranchitos" (rocinhas, en portugués). De ahí deriva su nombre que pronto se viralizó y popularizó en el mundo entero. El proceso de ocupación de las favelas se aceleró a partir de las década de 1950, cuando se registró un pico de inmigración que llegaba desde la zona boreal de Brasil. El aumento poblacional ocurrió principalmente en las décadas de 1960 y 1970, promovido por las grandes obras viales encaradas por el gobierno de la ciudad de Río.
Ya me siento listo para ejecutar mi trabajo de campo: ingresar a unos de los rincones del mundo donde más se respira déficit habitacional e inequidad social. Cinco personas (dos italianos, dos peruanos y una argentina) deciden acompañarme en esta aventura muy rica en términos sociológicos. Después de transitar cuarenta y cinco minutos, finalmente llegamos. "¡Estamos en zona!", grita un lugareño que oficia de guía. Comienzo a dar mis primeros pasos. Camino por las calles angostas y las escaleras empinadas, observando –con mucho respeto–, los colores alegres de las casas, los grafitis, las conexiones ilegales de todo tipo de cables –que en algunas partes dificultan ver el cielo–. El sonido de los escapes de las mototaxis musicaliza el ambiente. Se trata de un servicio que ofrecen, empleando motos. Suben personas desde el llano hasta la cima de la favela a cambio de unos pocos reales. Me sorprendo con la cantidad y variedad de comercios que operan en este rincón marginal del mundo. La mayoría está bancarizado; reciben tarjetas de crédito y débito. Hay desde comercios polirubros hasta una clínica de medicina estética.
Saludo a un señor muy gentil que me da la bienvenida al barrio y se ofrece para tomarme una foto en su querido hábitat. Al lado, varias mujeres derrochan amabilidad y ofrecen sus artesanías. Nunca siento estar jugando de visitante o en suelo hostil. Todos se muestran muy cordiales y exhiben su barrio con mucho orgullo. Aseguran que aquí vive Dios y que él los cuida. Imposible verificarlo científicamente, pero esta información es parte del capital cultural mágico de este sitio sudamericano. Abajo, bien al fondo, se ve un lindo predio deportivo con una gran piscina para todos los habitantes de la favela.
La convivencia, al menos en este momento, se ve pacífica. Es jueves al mediodía, el calor y la humedad apremian. Además de la calma, otro dato me llama la atención: la precariedad exterior de las viviendas contrasta con su interior. Se observan lindos azulejos, servicios de tv, internet, luz, y puertas de buena calidad. “Por dentro las casas son más lindas que por fuera”, dice el brasilero que oficia de guía. Y agrega: “Los frentes de las viviendas son así, para evitar llamar la atención del gobierno, ya que los vecinos temen que decida recuperar estos territorios”.
Aseguran que aquí vive Dios y que él los cuida. Imposible verificarlo científicamente, pero esta información es parte del capital cultural mágico de este sitio sudamericano.
En ese momento, recuerdo en silencio que el salario mínimo –es enero de 2017– en Brasil, es de $946 reales (4.777 pesos argentinos, aproximadamente). Automáticamente otro dato del informe de Oxfam, al que hice referencia en el primer renglón de esta nota, invade mi mente: "Una de cada 10 personas en el mundo sobrevive con menos de 2 dólares por día". Ya el 9 de marzo de 2016, la BBC difundía un informe escalofriante. La base de datos del Banco Mundial, mostraba que los primeros cinco países en el ranking de la desigualdad eran africanos, seguidos por cinco latinoamericanos. Entre los 14 más desiguales a nivel global figuran Honduras (6), Colombia (7), Brasil (8), Guatemala (9), Panamá (10) y Chile (14).
El Banco Mundial utilizó el coeficiente Gini para medir la desigualdad en base a dos variables absolutas: el cero (todos tienen el mismo ingreso o perfecta igualdad) y el 1 (una persona concentra todo el ingreso y el resto no tiene nada o desigualdad absoluta). Una de las sorpresas fue que países de ingreso mediano bajo, normalmente identificados como pobres (Honduras, Guatemala), tienen prácticamente el mismo nivel de desigualdad que otros de ingresos medio-altos o altos (Chile). Algunos países suman a la pobreza, los problemas de la desigualdad en la distribución del ingreso, lo que genera –más temprano que tarde– violencia.
Es preciso no confundir pobreza con desigualdad, ya que son dos fenómenos distintos. La pobreza se relaciona con el ingreso medio de una sociedad. La desigualdad, en cambio, se vincula con la distribución. No hay una relación lineal entre ambas. Por eso puede haber países pobres muy desiguales, pero también existen países de ingresos medianos o de altos ingresos, como Brasil, con altos niveles de inequidad de ingresos. "El país más igualitario es Noruega y el más desigual es Sudáfrica", indicó a BBC Mundo, el economista Germán Herrera Bartis.
El plan "Hambre Cero", de Lula Da Silva, sacó a 40 millones de personas de la pobreza.
Los seis países más desiguales de América Latina, según el coeficiente de Gini son: Honduras (53,7); Colombia (53,5); Brasil (52,9); Guatemala (52,4); Panamá (51,7); Chile (50,5). Brasil, octavo en el ranking mundial de desigualdad, tercero en la región y la mayor economía de América Latina, es uno de los casos más evidentes de convivencia entre una reducción de la pobreza y un aumento de la desigualdad. En 2006, en el Estado más grande del Mercosur, el 5% más rico acumulaba el 40% del ingreso total. En 2012 había aumentado esta participación hasta llegar al 44%, pese a las políticas sociales implementadas durante los gobiernos de Lula Da Silva (2003-2010), como el plan "Hambre Cero", que sacó a 40 millones de personas de la pobreza.
Todos estos indicadores explican bastante el fenómeno de los asentamientos informales. No obstante, ninguna carencia opaca la esperanza y la alegría de los corazones cariocas que habitan Rocinha. Aquí, todos disfrutan la música a más no poder. Bailan, cantan, llevan la melodía en la sangre. Bromean, me dicen que los argentinos tenemos las piernas enyesadas y que por esta razón no sabemos bailar. En mi caso, debo darles la razón. Poseen la alegría que irradia de la samba, en contraposición a la nostalgia que emana del tango argentino. Quizás, esto ilustre –un poco– la diferente actitud de vida entre argentinos y brasileros.
"Este lugar, donde se filmó la película Ciudad de Dios, fue el lugar donde hace pocos días, una ola de violencia sacudió a Brasil. Quince muertos, dejó el choque entre los narcos y los policías, a quienes se acusa de ejecuciones", contó un vecino.
Esta pintoresca favela carioca que hoy se muestra mansa y afable, convivió con el narcotráfico durante mucho tiempo. Sus habitantes dicen que para preservar sus vidas debían cumplir tres normas a rajatablas: "No ver; no escuchar; no hablar". La violación de cualquiera de estas normas consuetudinarias, podía implicar dejar de respirar. En este escenario colorido, las calles y paredes se tiñeron de sangre y angustia, toda vez que las fuerzas policiales y los narcos se enfrentaron.
Un señor mayor interrumpe mi paso y me dice, sin rodeos, en un español muy simpático y levantando su dedo índice derecho: “Las favelas pacificadas no son tan mansas como parece. La fiera está durmiendo pero no está muerta”, sentenció. Cinco segundos después, y tras un abrupto silencio, Joao relata –con sus ojos mirando el suelo– lo acaecido en diciembre de 2016 en la famosa favela "Ciudad de Dios" (la que supuestamente era un ejemplo de pacificación). Con la voz entrecortada dice: "Este lugar, donde se filmó la película Ciudad de Dios, fue el lugar donde hace pocos días, una ola de violencia sacudió a Brasil. Quince muertos, dejó el choque entre los narcos y los policías, a quienes se acusa de ejecuciones". Disimulo como puedo el golpe emocional que me produjo el mensaje, agradezco la información y sigo mi caminata.
Diez pasos más adelante pienso: "Las balas (recientes) mataron a 15 personas, pero también hirieron grave al Estado, dejando en evidencia que las Unidades Policiales de Pacificación (UPP) no son garantía absoluta de paz social". El episodio que me contó el vecino de Rocinha, evidencia que ningún gobierno ni estado está blindado contra los avatares del narco.
En materia de seguridad, en la Cidade Maravilhosa se implementó un plan de pacificación que funciona en apenas un puñado de las más de 700 favelas que hay en Río. Rocinha es una de las favelas donde se aplicó. Es un programa que fue lanzado en 2008 por el gobierno, y que crea Unidades Policiales de Pacificación, una fuerza que entra y se instala en las favelas junto con los servicios esenciales que debe ofrecer el Estado: salud y educación.
Las favelas de Río, fueron también, escenarios de visitas de reconocidos actores y músicos que pusieron fin al silencio global, mostraron la realidad de los asentamientos informales y marcaron un quiebre en la historia. Madonna visitó en 2009 la favela Santa Marta, la misma donde el "Rey del Pop" –el extinto Michael Jackson–, grabó en 1996, el video memorable “They Don’t Care About Us”, que le valió una estatua de bronce en el barrio y grafitis en reconocimiento. Las películas "Ciudad de Dios", "Rápidos y furiosos" y "Tropa de Elite", también muestran sin anestesia la vida en las favelas.
Es menester aclarar que la inequidad y la proliferación de asentamientos informales no es monopolio de Brasil o Argentina. Estos flagelos agobian a millones de personas en distintas ciudades del mundo.
En Río, la aparición de las milicias agudizó los problemas en las favelas. Lo cierto es que los grupos armados brotaron como una alternativa "rentable" contra las bandas de narcotraficantes. Algunos expertos en seguridad afirman que terminan ejerciendo el control de la comunidad a través del temor y la violencia, exigiendo el pago de sus servicios. Empiezan combatiendo a los traficantes porque quieren hacerse del control de ciertas áreas y posteriormente controlan a la población para su propio beneficio pecuniario. El relativo grado de legitimidad que las milicias han logrado, refleja la desconfianza social que genera la policía. Bope, el batallón élite de la policía, despierta amores y odios en Brasil. Algunos cariocas admiran a este batallón por su valentía y efectividad para enfrentar el delito; otros, en cambio, condenan sus abusos y recuerdan las acusaciones de violaciones de derechos humanos que pesan sobre esta fuerza.
la aparición de las milicias agudizó los problemas en las favelas. Expertos en seguridad afirman que empiezan combatiendo a los traficantes y posteriormente controlan a la población para su propio beneficio pecuniario
Todo indica, duele decirlo, que todo lo realizado hasta la fecha, dista mucho de ser una solución definitiva y épica. Hay muchas necesidades que siguen aguardando respuestas. El avance de la inequidad social evaporó la teoría del derrame. La verborragia política, la promesa de la prosperidad que implicaría la concentración de la riqueza para toda la sociedad, los beneficios faraónicos de la integración económica global, fue una mera ilusión. El avance de la tecnología, tampoco solucionó el flagelo de los asentamientos informales y sus efectos colaterales. Lo cierto es que la inclusión no predomina en las calles.
En síntesis, no sabemos bien de dónde venimos, sabemos con escasa precisión dónde estamos, y no tenemos idea hacia qué lugar vamos. Andando el tiempo, los programas de seguridad como las UPP de Río, serán juzgados como aciertos o como legados oscuros del narco y del gobierno. Ya no hay margen para equivocarse en ajustes, ni para definir la inversión social discrecionalmente o por capricho. Así las cosas, el mundo es un barco al que le entra agua desde todos los costados. Por ahora, no hay motivo alguno para festejar eufóricos la muerte del narcotráfico y la pobreza. Estos problemas no pertenecen a otro planeta; son bien nuestros, aunque produzca bostezos en el primer mundo, al que poco le importan estas vicisitudes de países menores.
Iván Ambroggio // Director y Profesor del Diplomado en Gestión de Gobierno de la Universidad de Belgrano; Consultor Político; autor del libro Postales del Siglo 21 (lleva el prólogo del excanciller Rafael Bielsa).