Como ya se viene observando en la práctica, la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) de Estados Unidos pone sobre el papel la prioridad de asegurar el dominio “hemisferio occidental”, dentro de un marco general de repliegue estratégico a nivel global. Incluso, el documento presenta un “Corolario Trump” de la Doctrina Monroe: al igual que el corolario Roosvelt anunciado en 1904, la premisa “América para los [norte]americanos” ahora tiene una carga mucho más asertiva y agresiva.
El mapa del poder mundial cambió drásticamente. No sólo eso se observa en el ascenso de grandes potencias emergentes en Eurasia, sino también en una enorme transformación del poder material, que expresa una inversión de la “Gran Divergencia” a favor de las potencias europeas a partir del siglo XIX. No sólo estamos en una transición sistémica como entre 1910-14 y 1945-49, sino en una transformación del propio sistema mundial que tuvo como centro a los países capitalistas occidentales.
“La región Indopacífico ya genera casi la mitad del PBI mundial basado en la paridad de poder adquisitivo (PPA)”, señala el documento. A lo que podemos agregar que China ya es 30% más grande que Estados Unidos siguiendo dicho indicador. Y continúa: “Es indudable que esta proporción aumentará durante el siglo XXI. Esto significa que el Indopacífico ya es, y seguirá siendo, uno de los principales campos de batalla económicos y geopolíticos del próximo siglo.”
El quiebre de la hegemonía y la “sobre-extensión imperial”. El sociólogo italiano Giovanni Arrighiobserva que una crisis de hegemoníaía se produce cuando el Estado hegemónico pierde la capacidad, ya sea por falta de recursos (medios) o de decisión (voluntad) —o ambas—, de seguir liderando un sistema de Estados en una dirección que beneficie a su propio poder y al poder colectivo de los grupos dominantes del sistema mundial.
Si algo deja en evidencia Trump es que Estados Unidos ya no puede, ni quiere —expresión subjetiva de una situación objetiva—, sostener los pilares materiales e institucionales del ciclo de hegemonía iniciado en 1945. Es más, para el trumpismo intentar sostener dichos pilares lleva al famoso problema de la sobre-extensión imperial, con guerras interminables, grandes gastos para defender “protectorados” o “vasallos”, déficits comerciales y fiscales insostenibles, etc.
Según establece la nueva ESN, “tras el fin de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente del mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país (…) Sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar, simultáneamente, un enorme estado de bienestar, regulación y administración, junto con un enorme complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior”. Esto ya no es posible.
Por eso la administración Trump 2.0 presiona agresivamente por un “reparto y transferencia de cargas”, como expresa el documento, ya que “los días en que Estados Unidos sostenía todo el orden mundial como Atlas han terminado”. Claro que lo sostenía para su propio beneficio e interés, pero lo que se expresa como síntoma del declive es que el orden creado (y re-creado) por EE.UU. y los intereses de EE.UU. ya no coinciden.
Corolario Trump de la Doctrina Monroe. Tras la guerra contra España, que permitió a Estados Unidos arrebatarle a la potencia en declive sus posiciones en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, y tras la secesión de Panamá de Colombia apoyada por Washington, se estableció el Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe (1904). Este afirmaba el derecho estadounidense a intervenir militarmente en América Latina ante “faltas flagrantes”, justificando numerosas intervenciones en el Caribe y Centroamérica bajo la política del “gran garrote”. Con ello, Washington buscaba consolidar su hegemonía regional como potencia ascendente en un contexto de creciente competencia estratégica previa a la Primera Guerra Mundial.
El denominado Corolario Trump comparte rasgos con el Corolario Roosevelt, pero surge en un momento de declive relativo de EE.UU. a nivel global. Más que una invitación al desarrollo, constituye una invitación a asumir los costos de ese declive. El proteccionismo exacerbado y la incapacidad de ofrecer alternativas comparables a las de China, especialmente en infraestructura, lo evidencian. La nueva estrategia presenta el “Corolario Trump de la Doctrina Monroe” afirmando que EE.UU. reafirmará y aplicará dicha doctrina para restaurar su preeminencia en el hemisferio, proteger su territorio y negar a competidores extrahemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas o controlar activos estratégicos.
El documento formaliza así el pasaje de un imperialismo informal a uno territorialista. Define al continente como espacio vital estadounidense, en el que Washington debe asegurar dominio exclusivo. Esto se articula con una mayor militarización regional, clave ante la falta de incentivos materiales. Como sostienen Corey Payne y Beverly Silver, ello conduce a un escenario de dominación sin hegemonía: una primacía sostenida crecientemente por la coerción, y por lo mismo, frágil.
No sorprende que el primer eje del apartado sobre el “hemisferio occidental” sea el militar. La nueva ESN plantea reconsiderar la presencia militar estadounidense y realizar un “reajuste global” para priorizar la región. Entre las medidas se incluyen una presencia reforzada de la Guardia Costera y la Armada para controlar rutas marítimas, frenar migraciones consideradas indeseadas, reducir tráficos ilícitos, asegurar rutas críticas y ampliar el acceso a instalaciones estratégicas.
Finalmente, el Corolario Trump implica un injerencismo sin tapujos que desconoce la soberanía regional. Se afirma que Estados Unidos debe ser preeminente en el hemisferio para garantizar su seguridad y prosperidad y poder imponerse “donde y cuando sea necesario”. Además, se plantea controlar instalaciones militares, puertos e infraestructuras clave y expulsar a empresas extranjeras que construyan infraestructura en la región.
El “Corolario Trump” de la Doctrina Monroe ya se expresa en hechos: propuestas de anexión territorial, intento de recuperar el canal de Panamá, mayor presencia en el estrecho de Magallanes y el Atlántico Sur, militarización del Caribe y el cerco sobre Venezuela. Se suma la intervención en procesos electorales regionales, el rescate financiero al gobierno de Javier Milei y un nuevo marco comercial similar a viejos tratados desiguales. Quizás Trump no logre frenar la transición de poder mundial. Incluso podría acelerar el declive estadounidense. Pero sí amenaza con arrastrar a América Latina a repetir un rol conocido: el de su Patio Trasero.
*Docente de la UNLP/investigador del CONICET