Los actores políticos latinoamericanos se han resistido a ser catalogados en las categorías de izquierda y derecha, tan viejas como la Revolución Francesa. ¿Qué ha sido el peronismo si no un desafío a los politólogos? En estos días, el caso peruano ofrece un ejemplo también poco comprensible a una mirada internacional, que ha puesto a los peruanos en la situación de vivir en la incertidumbre ocasionada por un gobierno sin rumbo.
Pedro Castillo fue elegido en 2021 y se instaló en el sillón presidencial hace un año. Era considerado como una figura de izquierda, que contaba –y aún hoy parece contar– con el respaldo de los partidos de izquierda. Entre ellos, el de Perú Libre, partido que lo llevó como candidato presidencial y que responde al timón de Vladimir Cerrón, el neurocirujano que vivió más de una década en Cuba y trasladó al Perú no solo el culto al “socialismo” sino un programa de gobierno acorde. Una sentencia judicial por corrupción le impidió ser candidato en 2021.
El año pasado Castillo escribió en su cuenta de Twitter: “Seguiremos bregando sin descanso por los cambios que el pueblo necesita. Somos el Gobierno que impulsa la gesta de la reivindicación social y que apuesta por el desarrollo de nuestras regiones. Con unidad y consensos, lo haremos”. Pues bien, ¿qué ha hecho este gobierno durante este año que, en beneficio del pueblo, traduzca una orientación izquierdista? Poco o nada.
Hoy en día el principal objetivo de Castillo es sobrevivir, difícil tarea en la que, con seis investigaciones abiertas en su contra por el Ministerio Público, el día a día parece lo único importante. Entretanto, el gobierno se mueve como un ave sin cabeza: acaba de juramentar el quinto gabinete ministerial en lo que va del periodo y ha colocado como ministro de Relaciones Exteriores a un internacionalista de conocidas posiciones reaccionarias.
Tal vez, el nombramiento intenta aplacar a los sectores neoconservadores –que controlan algo más de un tercio del Parlamento– que han incomodado a Castillo su empeño por la sobrevivencia. Estos han intentado vacarlo del cargo dos veces sin que le alcanzaran los votos constitucionalmente requeridos. Incluso, antes de que Castillo tomara posesión del cargo y durante su presidencia ciertos actores y grupos de oposición se han empeñado en levantar el fantasma de un fraude electoral para el que no han podido mostrar prueba alguna.
Un “izquierdismo” vacío de contenidos. Aparte de invocar rutinariamente al “pueblo” en sus discursos, Castillo no ha beneficiado con medidas concretas a las mayorías del país. Lo que en cambio ha sido noticia en estos doce meses son las diversas revelaciones de irregularidades en asuntos manejados desde Palacio de Gobierno, algunos de los cuales han dado lugar a las investigaciones emprendidas por los fiscales. Las notas sobre la corrupción en el manejo público vienen llenando la prensa escrita y televisiva.
El aparente izquierdismo de origen ha quedado, pues, en el vacío. Y las encuestas revelan que el pueblo de carne y hueso así lo percibe ya que el presidente cuenta con el respaldo de alrededor de uno de cada cinco peruanos. En un año Castillo ha perdido, pues, más de la mitad de las preferencias que lo eligieron presidente.
El otro terreno donde el izquierdismo se pone a prueba es el Parlamento. Ahí, Perú Libre, el partido que era considerado oficialista y se instaló en el Congreso con 37 escaños, ha perdido 21 de ellos debido a que se partió en dos. Una parte se ha quedado con Cerrón y otra ha conformado el llamado Bloque Magisterial, más cercano al presidente. Pero lo llamativo es que en varias decisiones de calado ambos grupos han coincidido con el sector parlamentario identificado como de derecha. A este bloque corresponden el fujimorismo de Fuerza Popular, un camaleónico Avanza País y Renovación Popular cuyo líder, Rafael López Aliaga, es un conocido militante del Opus Dei que se precia de llevar puesto el cilicio.
De las varias votaciones en las que han coincidido izquierdas y derechas en el Congreso peruano pueden destacarse dos. Una fue la designación de los miembros del Tribunal Constitucional, que este año fue negociada mediante el viejo sistema de cuoteo: “tu pones al tuyo y yo pongo al mío”, sin prestar atención a méritos y capacidades de los candidatos.
La otra fue el desmantelamiento del sistema de control de calidad de las universidades (Sunedu) que en pocos años logró poner fuera de circulación a una serie de instituciones que se llamaban “universidades” pero tenían como único propósito el lucro y funcionaban sin otro objetivo que el de otorgar títulos profesionales carentes de respaldo. Esas falsas universidades cuentan con su representación parlamentaria, que se ha encargado de destruir el sistema de control de calidad con el concurso de izquierdas y derechas. Las decisiones parlamentarias revelan, pues, que las preferencias ideológicas no parecen contar en ellas o son distintas a las que se han adjudicado a la izquierda.
Una izquierda reaccionaria. En rigor, los parlamentarios “izquierdistas” adhieren a lo que se ha dado en llamar izquierda iliberal y que en el caso peruano es, más bien, reaccionaria. Cubriéndose con el manto de izquierda, se sirven de los escaños del Congreso para defender intereses particulares a los que no son ajenos diversas actividades irregulares. Es en esa definición de su tarea donde no se encuentra diferencia alguna entre ellos y la mayoría de sus colegas de los demás partidos. Unos y otros mayoritariamente militantes de un conservadurismo retrógrado que se opone a la educación sexual en los colegios, abomina del matrimonio de personas del mismo sexo y rebaja la importancia de la violencia de género, en un país con cifras crecientes.
Complementariamente, izquierdas y derechas coinciden en oponerse al reclamado adelanto de elecciones generales –planteado bajo la consigna de “Que se vayan todos”–, que privaría a los actuales congresistas, no solo de sus emolumentos durante los siguientes cuatro años, sino también de los negocios bajo la mesa que realizan desde sus cargos.
El Perú de hoy atraviesa por una situación crítica cuyas próximas etapas son inimaginables. Pero, para tratar de entender esta situación, resulta poco útil etiquetar a los actores como de izquierda o de derecha. Falta de preparación, cortedad de miras, afán de obtener beneficios personales o de grupo, desinterés por aquello que en otra época se conocía como el interés general… caracterizan a quienes, con una camiseta partidaria u otra, concuerdan en llevar al país en dirección desconocida.
*Sociólogo del derecho. Senior fellow de Due Process of Law Foundation.