OPINIóN
¿Belleza?

Adicción a la cirugía estética

¿Dónde se encuentra la frontera que divide el cuidado de la obsesión? ¿O los cuidados personales de la búsqueda obsesiva por responder a los cánones de belleza impuestos?

Estéticas
Estéticas. | Imagen de Gundula Vogel en Pixabay

¿Qué busca quien quiere “hacerce la cara” o practicarse unos “retoques”? ¿Acaso la cara que está “hecha” se deshace con el paso del tiempo? ¿O hay que retocar hasta alcanzar el rostro impuesto por los emisarios de la belleza? La vejez, la enfermedad y la muerte: las tres fundamentales enseñanzas de las que el ser humano reniega. 

Quitarse unas manchitas, cremas hidratantes y rejuvenecedoras, limpiar, pulir, cuidar el rostro, como quien cuida de un jardín. El rostro es un paisaje único, una tierra singular que va siendo erosionada por los vientos de las experiencias y el paso de los años. ¿Pero dónde se encuentra la frontera que divide el cuidado de la obsesión? ¿O los cuidados personales de la búsqueda obsesiva por responder a los cánones de belleza impuestos? El avance de la ciencia no solo busca, y a veces encuentra, alivios o la cura de ciertas enfermedades, vacunas y medicinas, sino que también va respondiendo a las demandas del mercado, darle respuestas a los seres que, si bien no pueden detener la inevitable decadencia del cuerpo, al menos sí utilizar de tecnologías aplicadas para retrasar la aparición de los signos que marcarían el inicio, visible, del tiempo de la vejez. 

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Rellenos dérmicos e implantes. ¿Acaso se busca llenar otro vacío? Ser humano es sinónimo de falta, de imperfección, de cargar, desde el inicio del existir, con un vacío existencial que nos constituye pero que también es el motor, el pretexto para desear, para mejorar y para que la vida esté signada por la búsqueda de algunos sentidos. Pero esa búsqueda, en el terreno de la “estética”, suele transitarse por caminos que se bifurcan mientras lo genuino del ser se va perdiendo tras los engañosos carteles que dan a un barrio de espejos donde se reflejan los cuerpos y rostros hegemónicos, las formas impuestas para pertenecer al efímero, y muchas veces enfermizo, mercado de los deseos.  

La obsesión por la estética tiene su raíz en una batalla por alcanzar la “perfección”, la búsqueda de una imagen ideal, idealizada, impuesta culturalmente y comprada por personas con una autoestima no solo baja sino arrasada. Ese pasaje del cuidado a lo obsesivo puede ser la señal de un trastorno grave de personalidad. Parecerse a una persona famosa, sea la Barbie humana o Michael Jackson, significa dejar a un costado la construcción de la propia identidad, acaso una de las aventuras más bellas que definen al ser humano. 

El reinicio del circuito de cirugías está impulsado por la desilusión, esa disidencia entre la imagen soñada y la real. Personas que se encuentran siempre un defecto que les genera una alteración emocional y que entonces recurren a otra cirugía para intentar “corregir” lo defectuoso. Ingresando así en una maquinaria viciosa rumbo a la metamorfosis más horrenda: la transformación del ser humano en máscara, donde se pierden arrugas pero también los gestos, la expresividad, el alma que se manifiesta en el rostro.