OPINIóN
Tiempo libre

El placer de leer, siempre (décimo quinta entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de Alfredo Bryce Echenique.

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Lectura | Cottonbro / Pexels.

La novela que hoy presento le permitió a su autor,  Alfredo Bryce Echenique, obtener en su tierra natal el Premio Nacional de Literatura y ganar el Premio a la Mejor Novela Extranjera en Francia. Ha sido traducida a varios idiomas y fue lectura obligatoria en unas cuantas universidades.

Mucho se ha escrito sobre esta novela: un libro terrible y demoledor sobre las clases altas, medias y populares. Una mirada crítica, mordaz y hasta burlona a la clase alta limeña, el snobismo, la hipocresía, el racismo y la división de clases sociales, entre otros temas.

Alfredo Bryce Echenique 20210603
Alfredo Bryce Echenique.

 

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De las mejores novelas sobre la memoria de la infancia y las clases altas en Hispanoamérica. Muestra la pluralidad de las clases y de culturas, las voces europeas y norteamericanas que pernean el habla de la burguesía peruana. Satiriza no sólo a la clase alta sino a todas las clases sociales. Los sirvientes (y diversos personajes conocidos fuera de la casa familiar) permiten mostrar una especie de microcosmos de toda la sociedad peruana, con personajes de diversas clases sociales, procedentes de la costa, sierra y selva. A través de la mirada de un niño conocemos la vida de una familia adinerada que pasa su vida en el country club, el golf, la piscina, las partidas de canasta y las fiestas, las abismales diferencias entre las zonas residenciales y las paupérrimas de Lima.

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El personaje central es un niño inteligente y sensible, el menor de cuatro hermanos de una familia de clase alta limeña de los años 50 del siglo pasado, que posee una aguda capacidad de observación de la conducta de las personas que viven a su alrededor: su madre Susan, que no tiene más que una palabra “Darling”; su padrastro Juan Lucas, elegante golfista, rentista de aquella época, que después de unas pocas horas de trabajo iba al golf y después, en verano, al club Waikiki y en invierno a Los Cóndores, el mundo de la servidumbre, sus compañeritas y compañeritos del colegio.

Una magnífica historia contada con la naturalidad de un niño que pareciera vivir a contramano en un “mundo dominado por los bellos y los ricos, donde los feos y los pobres nunca tienen razón”, para el que quieren prepararlo tanto en su hogar, su colegio y su clase social.

El placer de leer, siempre

Su autor es uno de los grandes escritores latinoamericanos, el peruano Alfredo Bryce Echenique, y la novela lleva por título: “Un mundo para Julius”, editada por Planeta, Buenos Aires, 2005, 575 páginas.

 

“Julius nació en un palacio de la avenida Salaverry, frente al antiguo hipódromo de san Felipe; un palacio con cocheras, jardines, pequeño huerto donde a los dos años se perdía y lo encontraban siempre parado de espaldas, mirando, una flor; con departamentos para la servidumbre, un lunar de carne en el rostro más bello, hasta con una carroza que usó tu bisabuelo, Julius, cuando era Presidente de la República, ¡cuidado!, no la toques, está llena de telarañas, y él, de espaldas a su mamá, que era linda, tratando de alcanzar la manija de la puerta. La carroza y la sección servidumbre ejercieron siempre una extraña fascinación sobre Julius, la fascinación de "no lo toques, amor, por ahí no se va, darling". Ya entonces su padre había muerto.

Su padre murió cuando el tenía un año y medio. Hacía unos meses que Julius iba de un lado para otro del palacio, caminando y solito cada vez que podía. Se escapaba hacia la sección servidumbre del palacio que era, ya lo hemos dicho, como un lunar de carne en el rostro más bello, una lástima pero aún no se atrevía a entrar por ahí. Lo cierto es que cuando su padre empezó a morir de cáncer, todo en Versalles giraba en torno al cuarto del enfermo, menos sus hijos que no debían verlo, con excepción de Julios que aún era muy pequeño para darse cuenta del espanto y que andaba lo suficientemente libre como para aparecer cuando menos lo pensaban, envuelto en pijamas de seda, de espaldas a la enfermera que dormitaba, observando cómo se moría su padre, cómo se moría un hombre elegante, rico y buen mozo. Y Julios nunca ha olvidado esa madrugada, tres de la mañana, una velita a Santa Rosa, la enfermera  tejiendo para no dormirse, cuando su padre abrió un ojo y le dijo pobrecito, y la enfermera salió corriendo a llamar a su mamá, que era linda y lloraba todas las noches en un dormitorio aparte para descansar algo siquiera, ya todo se había acabado.

(…)

Nadie pudo impedir que Julios se instalara prácticamente a vivir en la carroza del bisabuelo-presidente. (…) pero a eso de las seis, cuando empezaba ya a oscurecer, venía a buscarlo una muchacha, una que su mamá, que era linda, decía hermosa la chola, debe descender de algún indio noble, un inca, nunca se sabe.

(…)

la chola hermosa cogía a Julius por las axilas, lo alzaba en peso y lo iba introduciendo poco a poco en la tina. Los cisnes, los patos y los gansos lo recibían con alegres ondulaciones sobre la superficie del agua calentita y límpida; parecían hacerle reverencias. Él los cogía por el cuello y los empujaba suavemente alejándolos de su cuerpo, mientras la hermosa chola se armaba de toallitas jabonadas y jabones perfumados para niños, y empezaba a frotar dulce, tiernamente, con amor el pecho, los hombros, la espalda, los brazos y las piernas del niño. Julius la miraba  sonriente y siempre le preguntaba las mismas cosas; le preguntaba, por ejemplo: “¿Y tú de dónde eres?”, y escuchaba con atención cuando ella le hablaba de Puquio, de Nazca camino a la sierra, un pueblo con muchas casas de barro. Le hablaba del alcalde, a veces de brujos, pero se reía como si ya no creyera en eso; además, hacía ya mucho tiempo que no subía por allá. Julius la miraba atentamente y esperaba que terminara con una explicación para hacerle otra pregunta, y otra y otra. Así todas las tardes mientras sus hermanos, en los bajos, acababan sus tareas escolares y se preparaban para comer.”