Laura Restrepo nació en Bogotá en 1950, es graduada en Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes, donde comenzó su actividad política, que siguió en España en el Partido Socialista Obrero Español (P.S.O.E.) y en Argentina, donde se opuso al gobierno militar.
Es autora de las novelas: “Historia de un entusiasmo” (1986); “El leopardo al sol” (1993); “La isla de la pasión” (1989); “Dulce compañía” (1995); “La novia oscura” (1999); “La multitud errante” (2001); “Delirio” (2004); “Demasiados héroes” (2009); “Hot sur” (2012); y “Los Divinos” (2018). De ensayos: “Once ensayos sobre la violencia” (coautora, 1985) “Historia de una traición” (1986); “En qué momento se jodió Medellín” (1991); “Del amor y del fuego” (1991); “Otros niños.: Testimonios de la infancia colombiana” (1993). De un testimonio, “Operación Príncipe” (1988), co-escrito con Roberto Bardini y Miguel Bonasso. Del cuento: “Olor a rosas invisibles” (2002); y del libro para niños: “Las vacas comen espaguetis” (1989).
El secreto mejor guardado de la literatura argentina
“Delirio”, que así se titula la novela que hoy presento, investiga el esclarecimiento de la locura de la joven y bella Agustina Londoño, perteneciente a una familia patricia de Bogotá. Ambientada en la década del 80 del siglo pasado, el lector se encuentra con un hombre que al volver de un breve viaje de negocios halla a su joven mujer, Agustina, hecha una demente: pasa de la excitación a la melancolía, habla a mil por hora y nadie la entiende, cambia repetidamente muebles y objetos de lugar, delira, anda perdida como ausente, se apropia de sectores y hasta de un piso del departamento, con un lenguaje rimbombante presagia situaciones como si fuera profeta.
Aguilar, el esposo de Agustina, trata de averiguar cuáles fueron las circunstancias en la que su mujer perdió la razón. Adora a Agustina y hará lo imposible por recuperarla. Lejos de considerarla una causa perdida, explorará en la infancia de ella, que mostrará mucho dolor, en cartas y diarios de un abuelo de Agustina, Portulinus, un músico alemán que emigró a Colombia huyendo de la locura; y en un antiguo amante, Midas McAlister, un hombre que actúa como nexo entre un poderoso narcotraficante, Pablo Escobar, y la oligarquía colombiana.
“Aguilar llora sobre las preguntas que no le hizo, extraña esos interminables relatos suyos, que encontraron en él oídos sordos, acerca de peleas con los padres o con pasados amores. Me arrepiento y me culpo por todo aquello que no quise ver cuando ella intentó mostrármelo porque preferí seguir leyendo, porque no tenía tiempo, porque no le concedí importancia o por la flojera que me daba escuchar historias ajenas, mejor dicho historias de su familia, que me aburrían sobremanera”.
La novela muestra la carga de la herencia, el machismo, el peso del silencio en los conflictos sin resolver, la hipocresía reinante en las familias de clase alta de Bogotá, el enorme poder del dinero proveniente del narcotráfico, en una sociedad perturbada por la pobreza y “las bombas y las ráfagas de metralla”.
La autora conoce el tema, en 1983 fue designada por el Presidente Betancur miembro de la comisión negociadora de paz entre el gobierno y la guerrilla M-19: “La primera fase fue la de investigación y ya sobre ella monté la ficción, que es como una maña mía. Hay quienes dicen que lo que yo escribo es periodismo fantástico, los hechos los tergiverso, los cambio, los aumento hasta volverlos literatura y ese es un vicio que me apareció desde que trabajaba como periodista”, recuerda la autora.
En el año 2004 en Madrid, un jurado presidido por José Saramago, Premio Nobel de Literatura, le concedió el VII Premio Alfaguara de Novela por ser “Un calidoscopio de la sociedad moderna, centrado en la realidad compleja y exasperada de Colombia”.
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"Supe que había sucedido algo irreparable en el momento en que un hombre me abrió la puerta de esa habitación de hotel y vi a mi mujer sentada al fondo, mirando por la ventana de muy extraña manera. Fue a mi regreso de un viaje corto, sólo cuatro días por cosas de trabajo, dice Aguilar, y asegura que al partir la dejó bien. Cuando me fui no le pasaba nada raro, o al menos nada fuera de lo habitual, ciertamente nada que anunciara lo que iba a sucederle durante mi ausencia, salvo sus propias premoniciones, claro está, pero cómo iba Aguilar a creerle si Agustina, su mujer, siempre anda pronosticando calamidades, él ha tratado por todos los medios de hacerla entrar en razón pero ella no da su brazo a torcer e insiste en que desde pequeña tiene lo que llama un don de los ojos, o visión de lo venidero, y sólo Dios sabe, dice Aguilar, lo que eso ha trastornado nuestras vidas. Esta vez, como todas, mi Agustina pronosticó que algo saldría mal y yo, como siempre, pasé por alto su pronóstico; me fui de la ciudad un miércoles, la dejé pintando de verde las paredes del apartamento y el domingo siguiente, a mi regreso, la encontré en un hotel, al norte de la ciudad, transformada en un ser aterrado y aterrador al que apenas reconozco. No he podido saber qué le sucedió durante mi ausencia porque si se lo pregunto me insulta, hay que ver cuán feroz puede llegar a ser cuando se exalta, me trata como si yo ya no fuera yo ni ella fuera ella, intenta explicar Aguilar y si no puede es porque él mismo no lo comprende. La mujer que amo se ha perdido dentro de su propia cabeza, hace ya catorce días que la ando buscando y me va la vida en encontrarla pero la cosa es difícil, es angustiosa a morir y jodidamente difícil; es como si Agustina habitara en un plano paralelo al real, cercano pero inabordable, es como si hablara en una lengua extranjera que Aguilar vagamente reconoce pero que no logra comprender. La trastornada razón de mi mujer es un perro que me tira tarascadas pero que al mismo tiempo me envía en sus ladridos un llamado de auxilio que no atino a responder; Agustina es un perro famélico y malherido que quisiera volver a casa y no lo logra, y al minuto siguiente es un perro vagabundo que ni siquiera recuerda que alguna vez tuvo casa.”