OPINIóN
Tiempo libre

El placer de leer, siempre (tercera parte)

Las vacaciones, sin la presencia diaria o semanal de unas páginas en las cuales posar los ojos, como que les falta algo. Hoy hablaremos de Marcela Serrano.

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Lectura en vacaciones | Silviarita / Pixabay

La novela que hoy invito a su lectura trata acerca de la importancia de las amistades profundas que cualquiera de nosotros puede llegar a tener en la vida.

Su autora es Marcela Serrano, nacida en Santiago de Chile en 1951, la cual, tras el golpe de estado del general Augusto Pinochet en 1973, se exilió en Roma, para regresar en 1977. 

Publicó su primera novela, “Nosotras que nos queremos tanto” en 1991, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1994), y del premio de la Feria del Libro de Guadalajara (México) a la mejor novela hispanoamericana escrita por una mujer. Dos años más tarde publicó “Para que no me olvides”, que en 1994 obtuvo el Premio Municipal de Literatura en Santiago de Chile; “Antigua vida mía” (1995); “El albergue de la mujeres tristes” (1997); “Nuestra señora de la soledad” (1999);  “Un mundo raro” (2000), “Lo que está en mi corazón” (2001), “El cristal de miedo” (2002), “Hasta siempre mujercitas” (2004); “Diez mujeres” (2011). 

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Sus principales protagonistas son dos amigas chilenas. A través de un recorrido de vida que comienza en sus infancias en la ciudad de Santiago, en la década del 60 del siglo XX, donde estaban ocurriendo importantes cambios políticos y sociales como resultado de su adaptación al “mundo moderno” a través de la eficiencia productiva y del consumismo, después de haberse desentendido de la llamada vía chilena hacia el socialismo.

Victoria y Josefa se reencuentran años después en Santiago de los Caballeros de Guatemala, que hoy se conoce como Antigua. Cada una de ellas con sus recuerdos, sus conflictos, sus deseos, y sus maneras de abordar problemáticas propias de su condición de mujeres,  tratando de encontrarle la vuelta a la vida que les permita ser felices y exitosas y mantener la amistad entrañable que las une.

El placer de leer, siempre

Así, circulan la importancia de la pasión en la generación de energías y del trabajo para aliviar penas, el interés por las causas perdidas y solidarias, el fervor religioso de los indígenas, la emoción de los himnos, los villancicos y la Canción Nacional, la caída del Muro de Berlín, los movimientos guerrilleros en Centroamérica en los 80, el diletantismo, el dinero, el poder y la fama, la empresa privada y los medios de comunicación, el sentido de lo sagrado, la Isla Mujeres, patrimonio de la humanidad, azotada por un huracán, en la que conviven antigüeños, extranjeros e indígenas en mundos diferentes y poco relacionados entre sí; la democracia y la dictadura, la desigualdad social; en fin, el pasado y su importancia para entender quienes somos…

Una novela recomendable por el modo de tratar tanto las buenas como malas experiencias de cuatro mujeres de distintas generaciones -Violeta, Josefa, Jacinta, hija de Violeta y Celeste, hija de Josefa-; por sus reflexiones sobre la defensa del rol de la mujer en su lucha por conseguir igualdad y derechos en una sociedad machista, así como por el tema de la soledad, que pareciera ser insoslayable, sobre todo cuando se es mujer.

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A continuación, algunos extractos de la novela “Antigua vida mía”, editada por Alfaguara, Santiago de Chile, 1995, que fue llevada al cine en el 2002, bajo la dirección de Héctor Olivera y protagonizada por Ana Belén, Cecilia Roth, Daniel Valenzuela y Jorge Marrale.

“Una mujer es la historia de sus actos y pensamientos, de sus células y neuronas, de sus heridas y entusiasmos, de sus amores y desamores. Una mujer es inevitablemente la historia de su vientre, de las semillas que en él fecundaron, o no lo hicieron, o dejaron de hacerlo, y del momento aquel, el único en que se es diosa. Una mujer es la historia de lo pequeño, lo trivial, lo cotidiano, la suma de lo callado. Una mujer es siempre la historia de muchos hombres. Una mujer es la historia de su pueblo y de su raza. Y es la historia de sus raíces y de su origen, de cada mujer que fue alimentada por la anterior para que ella naciera: una mujer es la historia de su sangre, pero también es la historia de una conciencia y de sus luchas interiores. También una mujer es la historia de su utopía.”

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(…)

“La diferencia entre los delitos de hombres y mujeres es que los hombres matan por robo, por peleas, por alcohol, y sus víctimas son casi siempre personas que nunca vieron antes ni supieron de ellas. Las mujeres, en cambio, no matan a alguien ajeno a sus sentimientos. He conversado con ellas y no he sabido de ninguna que haya asesinado a un desconocido. Ellas matan amantes, hijos, maridos…. Sólo los que han amado.” 

(…)

“Esta imagen de las nuevas mujeres que somos nos llevará al derrame cerebral, cuenta Josefa. Además de llevar una casa, de parir y criar a los hijos, de trabajar (¡de autofinanciarnos!) y –ojalá– de alimentar también el espíritu, debemos ser inteligentes y sexualmente competitivas…Pero no sólo eso, también debemos darle la oportunidad a nuestra pareja de sentirse alguien diferente del proveedor (…); esto es, dejarle espacio para su ser afectivo. Pavimentamos el camino para ese nuevo yo de los hombres y gastamos energías en lograr que se lo crean, cuando en nuestro fuero interno sabemos que es sobre nosotras que recae la responsabilidad de toda la vida afectiva. El afecto, en la familia y en todos lados, sigue dependiendo ciento por ciento de nuestras recargadas espaldas.”