OPINIóN

El placer de leer, siempre (trigésima segunda entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de Edmundo Valadés.

Lectura
Lectura | Tumisu / Pixabay

En su amplio y luminoso cuarto de trabajo, atestado de libros, revistas, textos, fotos de familia y cuadros, me recibe Edmundo Valadés, cuentista, periodista, editor e intelectual mexicano.

Valadés había nacido en Guaymas, Sonora, el 22 de febrero de 1915. En 1939 fue el fundador de una revista que hizo época, “El cuento”, que dirigió hasta su muerte; autor de “La muerte tiene permiso” (1955); “El libro de la imaginación” -una recopilación de textos breves- (1970); “Por caminos de Proust” (1974); “Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita” (1986); y de antologías de cuentos.

En 1970 fue presidente de la Asociación de escritores de México; en 1978 obtuvo la medalla Nezahualcóyotl de la Sociedad General de Escritores de México, en 1981 el Premio Nacional de Periodismo, en 1983 el Premio Rosario Castellanos y en 1987 la Universidad de Sonora le otorgó el Doctorado Honoris Causa.

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Edmundo Valadés
Edmundo Valadés.

 

El señor Valadés me pregunta para entrar en calor sobre mi profesión, soy historiador; un historiador algo raro porque me atrae el pasado pero me fascina el futuro y leo mucha literatura, sobre todo cuentos.

Charlamos largo y tendido, de comidas, bebidas y cigarros, de algunos escritores tanto de México como de Argentina y del programa “Noche a Noche” que difunde Televisa de lunes a viernes. Asociamos las peripecias que Valadés vivió una madrugada en el Casino de Mar del Plata con la pasión por el juego que tenía mi padre, que en paz descanse, quien dormía siesta como descanso y, sobre todo, para  que el sueño le concediera claves para jugar a la quiniela, con un cuento de Edmundo, “El girar absurdo”.

Hablamos de los escritores latinoamericanos con más fama, desde Borges, Cortázar, Paz y Rulfo, me agradó que le encantara un cuento de Isidoro Blaisten, “El tío Facundo”, según él, uno de los más logrados en nuestros países.

- “Sí, me dice, circulan muchos chistes sobre argentinos, la gran mayoría, por no decir el 99 por ciento, los hacen aparecer como agrandados, soberbios, pero en cuanto a escritores, muy pocos como Borges y unos cuantos más, que no necesito nombrarlos, ahí figuran en mi revista El Cuento.”

El placer de leer, siempre

Valadés era muy accesible. Revisamos algunas fotos suyas en lugares y edades distintas y no se desperdició la ocasión de hablar de regiones en las que la mujer ocupa el tercer lugar, detrás de las armas de fuego y el caballo.

Después del tercero o cuarto café, Edmundo leyó muy gentilmente el final de su cuento más famoso, “La muerte no tiene permiso”, en el que los campesinos, en una asamblea, hartos de los atropellos del Presidente municipal, solicitan a las autoridades su permiso para hacer justicia:  

 

“Todos los ojos auscultan a los que están en el estrado. El presidente y los ingenieros, mudos, se miran entre sí. Discuten al fin.

-Es absurdo, no podemos sancionar esta inconcebible petición.

-No, compañero, no es absurda. Absurdo sería dejar este asunto en manos de quienes no han hecho nada, de quienes han desoído esas voces. Sería cobardía esperar a que nuestra justicia hiciera justicia, ellos ya no creerán nunca más en nosotros. Prefiero solidarizarme con estos hombres, con su justicia primitiva, pero justicia al fin; asumir con ellos la responsabilidad que me toque. Por mí, no nos queda sino concederles lo que piden.

-Pero somos civilizados, tenemos instituciones; no podemos hacerlas a un lado.

-Sería justificar la barbarie, los actos fuera de ley.

-¿Y qué peores actos fuera de ley que los que ellos denuncian? Si a nosotros nos hubieran ofendido como los han ofendido a ellos; si a nosotros nos hubieran causado menos daños que los que les han hecho padecer, ya hubiéramos matado, ya hubiéramos olvidado una justicia que no interviene. Yo exijo que se someta a votación la propuesta

-Yo pienso como usted, compañero.

-Pero estos tipos son unos ladinos, habría que averiguar la verdad. Además no tenemos autoridad para conceder una petición como ésta.

Ahora interviene el presidente. Surge en él el hombre de campo. Su voz es inapelable.
-Será la asamblea la que decida. Yo asumo la responsabilidad.

Se dirige al auditorio. Su voz es una voz campesina, la misma voz que debe de haber hablado allá en el monte, confundida en la tierra, con los suyos.

-Se pone a votación la proposición de los compañeros de San Juan de las Manzanas. Los que estén de acuerdo en que se les dé permiso para matar al Presidente Municipal, que levanten la mano…

Todos los brazos se tienden a lo alto. También los de los ingenieros. No hay una sola mano que no esté arriba, categóricamente aprobando. Cada dedo señala la muerte inmediata, directa.

-La asamblea da permiso a los de San Juan de las Manzanas para lo que solicitan.

Sacramento, que ha permanecido en pie, con calma, termina de hablar. No hay alegría ni dolor en lo que dice, su expresión es sencilla, simple.

-Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas está difunto.”

Maneras de leer 

Al retirarme de su casa, no pude dejar de decirle que hacía mucho tiempo tenía ganas de conocerlo y que, gracias a él, había leído cuentos de Villier de L´isle Adam, Charles Bukowski, Ray Bradbury, Antón Chéjov, Guy de Maupassant, Saki y O´Henry, entre otros.

“El hombre, había escrito Valadés, necesita contar lo que cree, sueña o ve, porque desde hace milenios somos la misma ansia de capturar en un testimonio perdurable la realidad o el sueño que nos rodea.”

Mientras la lluvia se queda atrás de la ventana y los fusibles muestran su debilidad a cada rato, no puedo dejar de acordarme de José Emilio Pacheco: “Edmundo Valadés o la generosidad. Por haber dedicado la mayor parte de su tiempo a difundir las obras ajenas, a compartir sus entusiasmos, a tender puentes hacia otras literaturas, a revalorar el pasado y estimular a los que empiezan.”

Compras, lecturas, aventuras

Cuando murió Edmundo Valadés, en la ciudad de México el 30 de noviembre de 1994, recordé a Stevenson, quien alguna vez definió el encanto “como una virtud sobre la cual todas las demás resultan inútiles.”

 

* Ángel Cabaña.