OPINIóN
Tiempo libre

El placer de leer, siempre (vigésimo tercera entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de María Esther de Miguel.

Lectura
Lectura | Mystic Art Design / Pixabay

María Esther de Miguel nació el 1 de noviembre, Día de todos los Santos, de 1925. En la localidad de Larroque, departamento Gualeguaychú, en el sur de la provincia de Entre Ríos. Hija de inmigrante español y madre judía, la mayor de cuatro hermanos.

Se recibió de maestra en Gualeguay, estudió letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), gracias a una beca  del Instituto de Cultura Italiana, por un cuento –“La hora undécima” que publicó La Nación y fue premiado en el Concurso Emecé, estudió literatura en Roma, Italia. Dirigió la revista “Señales”, una publicación cultural católica. Fue directora del Fondo Nacional de las Artes, miembro del Consejo de Administración de la Fundación El Libro y crítica literaria del diario La Nación y El Cronista Comercial.

Considerada una de las máximas referentes de la novela histórica en nuestro país, con un humanismo y amenidad poco frecuentes en los textos académicos y manuales escolares: ella no imagina al sargento Cabral, mientras agonizaba en la batalla de San Lorenzo, diciendo: “Muero contento, hemos batido al enemigo”. Seguramente pensaría: “La puta, ¿por qué me tocó a mí?”

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

 

María Esther de Miguel
La imagen de la escritora María Esther de Miguel en la portada de su libro "Ayer, hoy y todavía. Memorias", de Planeta.

 

Autora de volúmenes de cuentos: “Los que comimos a Solís” (1965), Premio Fondo Nacional de las Artes y Municipal; ); “En el otro tablero” (1972); “En el campo las espinas” (1980); “Dos para arriba, uno para abajo” (1986); y de las siguientes novelas, “La amante del Restaurador” (1993), Premio Feria del Libro en 1994, Premio Silvina Bullrich en 1995 y Premio Nacional de Literatura en 1997; “Las batallas secretas de Belgrano” (1995), “El general, el pintor y la dama” (1996; “Un dandy en la corte del rey Alfonso” (1998) y “El palacio de los patos” (2000), entre otras.

Hoy presento un fragmento de la novela "El general, el pintor y la dama", ganadora del premio Planeta, otorgado por un jurado integrado por Ángeles Mastretta, Mario Benedetti y Tomás Eloy Martínez a través de dos de sus principales protagonistas: el general Justo José de Urquiza, vencedor del general Rosas en la batalla de Caseros, gobernador de Entre Ríos, presidente de la Confederación Argentina y famoso mujeriego; y el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, famoso por sus retratos, batallas y otros motivos históricos.

El secreto mejor guardado de la literatura argentina

A Urquiza y a Blanes se los puede ver mirando detenidamente el cuadro de la batalla de Pago Largo en 1839, donde se habían enfrentado 11 mil hombres, de los cuales murieron 2150, batalla que recién figuraría en los libros de historia a partir de 1939, año de su centenario, mientras mantienen el siguiente diálogo:

 

“¿Está lo acontecido en el cuadro que está pintando el pintor?

El general mira la planicie, y en la planicie su caballería colorada arremetiendo con bravura, y a los otros los ve, pero ya en son de huida, uno ha perdido el caballo, otro está perdiendo la vida, él azuzando a los suyos, de galera, como estila, montando en caballo blanco, según costumbre, movido por el viento mañanero y otoñal, el poncho también blanco, alta la banderola federal en la mano alta, contra el cielo distante y ajeno, fuerte la voz no escuchada desde el lienzo pero que aún suena en sus oídos, a la carga, dice la voz, y es el desbande, y él en medio del fragor y del desbande, con el aplomo de siempre, insoportable para muchos, como a otros les resulta esa inconmensurable fortuna que ha ido amasando por prepotencia de trabajo y envión de audacia.

Fábrica de lectores

Blanes, expectante, balbucea su demanda:

–¿Qué le parece, señor?

–Está bien, pintor.

(...)

Pero Urquiza calla lo demás que falta: los más de mil trescientos muertos difunteados en el campo, y los dos mil prisioneros, y de los dos mil los pocos que quedaron para contar el cuento porque ochocientos cayeron bajo las armas o el degüello, al son de una chachana, dijeron los enemigos, como dijeron los demás: Berón de Astrada, encontrado dos días después, con el cuerpo en parte putrefacto, y la espalda en carne viva, porque una lonja de su piel había ido a parar a la manea que alguien, ingenioso detalle del agravio, hizo con esa lonja de piel. El, Urquiza, fue acusado de haber sido autor de tamaño estropicio en cuerpo de cristiano y gobernador. Pero, en verdad, había sido un muchachito desalmado a quien ni se pudo castigar por inimputable.

–Me limpio el culo con esa infamia –dijo su hermano Cipriano.

Pero él sí se quedó dolido porque ¿quién borra una infamia cuando la infamia echó a volar?

Duras las luchas entre federales y unitarios. Durísimas. Cómo se moría en esos tiempos, caray. Pero sólo dice:

–Está muy bien, Blanes –y palmea al pintor que ha pintado Pago Largo, poniendo tanta armonía en el cuadro como horror tuvo la batalla que lo inspiró. Y agrega: –Su pincel está reconstruyendo mi pasado, pintor.

–No, señor. Son sus recuerdos los que me están haciendo el cuadro.

–Está bien, pintor, está bien… –repite el general y se aleja por la galería, el látigo en la mano, el ayer en el alma.

El placer de leer, siempre (sexta entrega)

¿Qué recuerdos recuerda el general Urquiza en tanto avanza por la galería camino a su Secretaría Pública, desde donde está manejando no sólo los asuntos de su establecimiento o los negocios de la provincia, sino los intereses de la nación entera, salvo los de esa pequeña porción rebelde que es la provincia de Buenos Aires? No son asuntos comerciales ni políticos. Son asuntos del corazón desatados por esa batalla de Pago Largo que ha visto tan bien pintada por Blanes. Junto a la sangre y la muerte y la victoria, y el humo de la pólvora y el ladrar de los perros, acaba de pasar por su memoria, ya que no por sus labios, el cortejo de mujeres que amó por esos años de empuje juvenil, y de las que guarda memoria, entre tantas sin nombre y ya, ay, sin rostro recordado por el borrar insidioso del paso de los años. Encarnación Díaz, Segunda Caliento, la tan amada, Cruz López Jordán…

Qué bella era Cruz. María de la Cruz Jordán.

 

 

Ángel Cabaña. Profesor y Licenciado en Historia. [email protected]