Gioconda Belli nació en Managua, Nicaragua, el 9 de diciembre de 1948. Es autora de las novelas “La mujer habitada (1988), que obtuvo en Alemania el Premio de los Libreros, Bibliotecarios y Editores a la Novela Política del Año y el Premio Anna Seghers de la Academia de las Artes; “Sofía de los presagios” (1990) Waslala (1996), “El pergamino de la seducción” (2004), “El Infinito en la Palma de la Mano”(2008), Premios Biblioteca Breve y Sor Juana Inés de la Cruz; “El país de las mujeres” (2010); “El intenso calor de la luna (2015) y “Las fiebres de la memoria” (2018).
También publicó “El país bajo mi piel” (2001), sus memorias sobre su participación en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en el que ocupó cargos cuando este movimiento fue gobierno hasta 1990; la antología poética “Escándalo de miel” (2011); la colección de ensayos “Rebeliones y revelaciones” (2018); y cuentos para niños. Francia le otorgó el título de Chevalier de las Artes y las Letras y es presidenta del PEN en Nicaragua.
La obra que hoy tengo el gusto de presentar: “El país de las mujeres”, editada por Norma en Buenos Aires, recibió el VI Premio Hispanoamericano de Novela La otra Orilla en 2010.
Trata de Faguas, un país gobernado únicamente por mujeres, luego de que la erupción del volcán Mitre, hiciera bajar el nivel de testosterona en los hombres. Viviana Sansón, presidenta del PIE (Partido de la Izquierda Erótica) aprovecha lo del volcán para que los hombres se queden en la casa y cuiden a los hijos.
“Somos un grupo de mujeres preocupadas por el estado de ruina y desorden de nuestro país, -dice en su manifiesto. Desde que esta nación se fundó, los hombres han gobernado con mínima participación de las mujeres, de allí que nos atrevamos a afirmar que es la gestión de ellos la que ha sido un fracaso (…) y las mujeres ya estamos cansadas de pagar los platos rotos de tanto gobierno inepto, corrupto, manipulador, barato, caro, usurpador de funciones, irrespetuoso de la constitución. (…)
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Somos de izquierda porque una izquierda a la mandíbula es la que hay que darle a la pobreza, corrupción y desastre de este país. Somos eróticas porque EROS quiere decir VIDA, que es lo más importante que tenemos y porque las mujeres hemos estado desde siempre encargadas de darla, de conservarla y cuidarla; somos el PIE porque nos sostiene nuestro deseo de caminar hacia delante, de hacer camino al andar y de avanzar con quienes nos sigan. (…)
Declaramos que nuestra ideología es el “felicismo”: tratar de que todos seamos felices, que vivamos dignamente, con irrestricta libertad para desarrollar nuestro potencial humano y creador y sin que el Estado restrinja nuestro derecho a pensar, decir y criticar (…) Únanse al PIE y no sigan metiendo la pata.
Leí que el PIE existió durante los años de la lucha armada, y Gioconda lo integró “Conspirábamos secretamente para mover la agenda femenina dentro de las diferentes partes de la revolución. Como suele suceder en las revoluciones, ‘la mujer participa’ hasta el momento que triunfa la revolución y ahí te quieren mandar de vuelta de donde viniste”, recuerda la autora.
Las militantes del felicismo, que ya habían mandado a los hombres a hacerse cargo de la casa y de los hijos, promueven la alfabetización, la reforma de la carta constitucional, el Parlamento será femenino, los violadores llevarán un tatuaje con la “V” y serán expuestos en público.
La novela comienza con un atentado a la presidenta, quien como periodista en la televisión había denunciado a un magistrado de ser responsable de un grupo de personas que comerciaba con menores:
“Sobre la tarima, Viviana Sansón terminó de pronunciar su discurso y alzó los brazos triunfante. Le bastaba agitarlos para que la plaza entera prorrumpiera en renovados aplausos. Era el segundo año de su mandato y el primero que se celebraba, por todo lo alto, el Día de la Igualdad En Todo Sentido que el gobierno del PIE mandó incorporar a las efemérides más ilustres del país (…) Aquel día, sin embargo, aún reservaba una sorpresa: fuegos artificiales donados por la Embajadora de China. La primera detonación se escuchó a lo lejos. La multitud detuvo su éxodo. Un paraguas de luces rosa encendido descendió desde el cielo sobre la plaza. Lo sucedieron cascadas de iluminados pétalos blancos, arañas verdes, copos de azul y tentáculos amarillos. Todos los rostros se alzaron para mirar el deslumbre mientras de las gargantas brotaban las exclamaciones. Viviana sonrió. Amaba los fuegos artificiales. Eva, que era Ministra de Seguridad y defensa, había dispuesto que ella y las demás bajaran del estrado y se retiraran a mirar las luces desde un sitio más seguro, pero Bibiana no se movió, cautivada por la luz y el efecto del cielo encendido sobre los rostros de aquella multitud súbitamente transportada a los portentos de la infancia. Ajena ya a su rol de protagonista, normalizado el flujo de adrenalina de su actuación pública, pudo, en ese instante de reposo, reparar en un hombre con la cabeza cubierta por una gorra azul de camionero que se abría paso entre la multitud. Lo vio acercarse y alzar los brazos a poca distancia como para sacarse una sudadera por la cabeza. Muy tarde reconoció su intención. No oyó el disparo pero un calor viscoso la golpeó fuertemente en el pecho y la frente y la hizo perder el equilibrio. Cayó hacia atrás sin remedio, desplomándose cuan larga era. Aún alcanzó a oír el griterío que irrumpió a su alrededor. Vio un hombre flaco, también de gorra, con cara de buen samaritano inclinarse sobre ella. Quebrándose en el caleidoscopio del líquido tornasol en el que lentamente sintió hundirse. Vio los rostros de Eva, Martina y Rebeca como reflejos asomados a un estanque. Cuando oyó el aullar plañidero de las ambulancias, ya sus pensamientos, como si alguien hubiese abierto una trampa, corrían a desaguar en un total silencio.”