COLUMNISTAS
a diez aos de su muerte

Un recuerdo de María Esther de Miguel

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Entrerriana nacida en Larroque, en 1925, en una familia de inmigrantes españoles y judíos, siempre volvió al pago chico cuyo paisaje y habitantes inspiraron muchos de sus cuentos. Hoy, la casa quinta comprada con sus ingresos de escritora, donada en vida al municipio, les da identidad cultural a los vecinos de este pueblo del sur entrerriano donde cada localidad se enorgullece de ser la cuna de un poeta, un escritor o un ensayista.

Desde muy chica recibió el mandato materno: “Nena, andá, contales un cuento a los chicos”. Y muy niña también asimiló la educación patriótica que se impartía en la escuela. “Las Malvinas son argentinas” se titula el texto publicado en la revista Figuritas, a los diez años, sin autorización de su maestra.

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Se abrió paso venciendo las dificultades de ser mujer y provinciana. Obstinada, nunca pareció advertir la serie de obstáculos que superó sin perder la simpatía y el buen humor, hasta instalarse en el medio intelectual que había elegido. Como escritora se la inscribe en la generación de 1960, con Marta Lynch, Juan José Manauta, Dalmiro Sáenz, Beatriz Guido, Pedro Orgambide, Federico Peltzer, Haroldo Conti y Jorge Masciángoli, entre otros.

Una temprana vocación religiosa la llevó a ingresar en la Compañía de San Pablo, congregación católica que se propone evangelizar en la cultura de la comunicación y de la que se alejó años más tarde en paz y armonía. Su espiritualidad y su vocación por ayudar al otro coincidían con la del joven sacerdote Jorge Bergoglio quien la invitó a dialogar con los alumnos del Colegio La Inmaculada, donde era profesor.

Los que comimos a Solís, libro de cuentos en que vuelca su experiencia como maestra rural, tuvo amplia repercusión tanto por la trama centrada en la idea del pecado, la culpa y el ideal de santidad como por el bien logrado trasfondo campero con sabor a yuyos. El libro es un clásico del cuento argentino del Litoral donde los protagonistas, víctimas, vencidos y marginados, sobreviven en el borde de la civilización.

La fuerza que emanaba de la joven escritora, que no pretendía ser una autora de culto, sino contar en buena prosa historias que pudieran gustar a muchos, se trasmitía a la revista Señales, y a las reuniones semanales para comentar libros que allí organizaba.

Su interés por la novela histórica comienza en Jardines violentos de América, ubicada en el contexto histórico contemporáneo, la situación política de los años 1970, y las opciones de los católicos comprometidos con los pobres. Por su parte, Espejos y daguerrotipos entrelaza historias del pasado entrerriano con el presente.

En los años 1980, María Esther, sin dejar de escribir, fue una ciudadana activa en la tarea de recuperación de la democracia, en el Centro de Participación Política de la UCR y como vocal del Fondo Nacional de las Artes en la presidencia de Alfonsín. Luego trabajó en la Fundación El Libro y presidió su Comisión de Cultura. Por esa época, la novela histórica le deparó premios y grandes éxitos de público: Jaque a Paysandú, La amante del Restaurador, Las batallas secretas de Belgrano, El general, el pintor y la dama y Un dandy en la corte del rey Alfonso.

Formó un nutrido círculo de amigos a los que reunía, con su marido Andrés Bravo, en su casa a la hora del té. Escritores porteños y provincianos, consagrados y principiantes gozaban de su conversación chispeante, de su alegría de vivir y de su talento de anfitriona. Y si la charla derivaba en chismografía corregía el rumbo: “Hablemos de libros”, proponía. En los últimos años, con su salud ya muy comprometida, la tertulia se había trasladado a La Biela. Como despedida escribió Ayer, hoy y todavía, autobiografía informal y personalísima.

Sus amigos la recordaremos el próximo miércoles 21 de agosto, a las 19, en la Biblioteca del Consejo de Mujeres, M. T. de Alvear 1155, CABA.

*Historiadora.