¿Qué pasaría si la novela “1984” de George Orwell se hiciera realidad? El confinamiento democratizó los comportamientos digitales, revelando una intimidad que antes era secreta. Empresas como Netflix o Amazon aprovecharon aún más su almacenamiento de big data para predecir el comportamiento de los consumidores y actuar en consecuencia. La mayoría de los gobiernos y bancos centrales nunca lo habían hecho, pero ahora parece que sí. Se están dando cuenta poco a poco de que con el uso de big data pueden reaccionar mucho más rápido ante las crisis económicas identificando los comportamientos de productores y consumidores.
Confianza. Sin embargo, muchos gobiernos no digitalizados “no cambiarán de la noche a la mañana”, como sostiene Fernando Reis, estadístico de Big Data en la Comisión Europea.
La mayoría de las iniciativas de digitalización se han centrado en crear confianza con los ciudadanos y en reforzar la capacidad administrativa. Uno de los ejemplos más claros de estas iniciativas es la publicación y el uso de datos gubernamentales abiertos sobre la pandemia. “Los gobiernos descubrieron que, al liberar datos gubernamentales abiertos, son capaces de aumentar la transparencia y la visibilidad en torno a las pruebas y la propagación del virus”, dice a PERFIL Keegan McBride, investigador postdoctoral en el Centro de Gobernanza Digital de la Escuela Hertie en Estonia.
“Esto ha provocado un enorme aumento de las iniciativas dirigidas por ciudadanos y empresas que utilizan datos gubernamentales abiertos”, agrega McBride, para quien “el Covid demostró la relevancia de los datos gubernamentales abiertos”, que en muchos países ayudaron a fomentar una mayor confianza en el gobierno, algo necesario para el progreso tecnológico de las instituciones públicas.
En cuanto al uso de big data por parte de los gobiernos, aunque lento, se ha producido un cambio. “El impacto más notable surge de la incapacidad de las instituciones estadísticas nacionales de seguir haciendo encuestas sobre el terreno, lo que provocó un fuerte incentivo para buscar otras fuentes de información, como el big data”, comenta Reis a PERFIL. Esto condujo al desarrollo de las aplicaciones covid que implicaban la localización de contactos estrechos. Desgraciadamente, no funcionaron muy bien debido a la desconfianza de los ciudadanos y a la falta de comunicación de los gobiernos. La mayoría de estas aplicaciones en la UE respetaban el anonimato de las personas, pero aun así no tuvieron mucho éxito”.
Lentitud. Mientras que el mundo tuvo que cambiar a una realidad on line, los gobiernos que no estaban digitalizados antes de la pandemia no se sumaron tan rápidamente a la virtualidad. El proceso de utilización del big data es mucho más lento de lo que pensamos por varias razones. En primer lugar, los países no digitalizados solían ser países donde la confianza en el gobierno era baja. “La tecnología no va a resolver cuestiones como la capacidad de gobernar, el sector público y la disposición de la gente a escuchar al gobierno”, explica McBride.
Aunque se ha demostrado que el uso del big data “ayuda a la toma de decisiones, crea mejores modelos y proporciona mejores estadísticas. Los datos son tan buenos como el que los utiliza”, advierte el investigador. Estonia o Singapur son los ejemplos perfectos de administración electrónica ya digitalizada antes de la pandemia y preparada para utilizar el big data, pero la mayoría de los demás países no están en sintonía con este espíritu.
Además de la confianza que los ciudadanos deben tener en su gobierno, el uso de big data requiere nuevas habilidades. “A diferencia de los datos que utilizábamos antes, el big data son datos de alta dimensión que requieren mucho análisis,” afirma Reis. Demandan un conjunto de técnicas y tecnologías con nuevas formas de integración para revelar conocimientos a partir de conjuntos de datos que son diversos, complejos y de escala masiva. Además, “no están diseñados para producir estadísticas, por lo que muy a menudo no son representativos de la población”, advierte el especialista de la UE.
Para Gijs Van Dick, investigador del Instituto Brightlands para la Sociedad Inteligente en Holanda, hay “una falta de conciencia metodológica en los responsables políticos para dar un sentido a los datos de buena calidad. El Big Data tiene un propósito y un valor, pero si se utiliza de forma incorrecta puede ser muy perjudicial para las personas”. Además, agrega McBride, “las instituciones públicas no tienen tanto margen para el fracaso porque si lo hacen la población no responderá bien”, lo que para Reis explica que sean tan cautelosas.
Los individuos, especialmente en Europa, se preocupan por su privacidad y seguridad, lo que los hace ser reacios al uso de big data por parte de gobiernos y bancos centrales. “Por ejemplo, Alemania tiene tantos problemas con la privacidad de los datos que la pandemia no va a hacer que desaparezcan” comenta McBride.
Digitalización. La UE ha sido por ahora “el líder para encontrar una solución en términos de equilibrio entre las regulaciones y los avances tecnológicos con el efecto Bruselas, por ejemplo”, afirma Keegan. “En Eurostat, se han creado métodos para preservar la privacidad cuando se usa el big data”, revela Reis. Sin embargo, la magnitud de los datos los hace extremadamente difícil de anonimizar.
La desconfianza de los ciudadanos en el gobierno, la dificultad de análisis y el riesgo de violar la privacidad de los ciudadanos frenaron a los gobiernos no digitalizados en el uso extensivo del big data. Por lo tanto, es indudable que el confinamiento provocó un cambio en la digitalización de todos los países. Antes de la pandemia, Estonia, país completamente digitalizado, tenía una tasa de desempleo del 3% y uno de los mejores sistemas educativos del mundo. ¿Significa eso que la digitalización conduce a un mayor bienestar? Rafael De Vivans, expatriado en Estonia y director general de European Fund Management Consulting, cree que sí.