Este año Italia recibió al maravilloso verano mediterráneo con más calor de lo habitual. En las regiones del centro y del sur las playas confían cerrar la temporada como en los “viejos tiempos” prepandémicos: a pleno de turistas italianos y sobre todo extranjeros, que visitan no solo Sicilia o Calabria sino también la abarrotada Venecia y otras ciudades del norte.
Hasta allí, ninguna novedad: el tórrido verano se debe al cambio climático, que pasa factura. Sin embargo, mientras la temperatura iba trepando a lo largo de toda la península y no había rastro de lluvias, sobre el Parlamento cayó un inesperado chaparrón: el 21 de julio renunció el premier Mario Draghi. Acto seguido y sin retrasos entró en escena el presidente de la República, Sergio Mattarella, quien llamó a elecciones para el 25 de septiembre.
Foto del adiós. Es sabido que a menudo una imagen explica mejor que cualquier explicación racional una determinada situación. Esto es lo que sucedió a finales de junio, cuando el aún premier fue fotografiado sentado en un banco en el madrileño Museo del Padro mientras hablaba con su celular de espaldas a los otros líderes que junto a él habían participado en una cumbre de la OTAN. Ese día analistas y medios se preguntaron cuál fue la razón de ese gesto, qué había detrás de la hoy célebre foto. El motivo era no solo grave sino también clave: el premier comenzaba a entender en esas horas que su gobierno estaba en aprietos.
De regreso en Roma, tras varios intentos para superar la situación, Draghi renunció ante el Parlamento al quedar arrinconado por algunas fuerzas de su amplia y multicolor coalición que lograron gestar una maniobra anti-premier en dos tiempos.
En el primer acto fue el Movimiento 5 Estrellas liderado por el ex premier Giuseppe Conte el que dio el portazo. Luego fue el turno de la Liga del inquieto Matteo Salvini y de Forza Italia, la deshilachada formación del siempre presente Silvio Berlusconi, de 85 años. En las diferentes reuniones mantenidas por el centroderecha en la mansión romana del Cavaliere, estos tres partidos consideraron que los beneficios del adiós a Draghi eran mayores que los costos de seguir apoyando al gobierno.
¿Cuál fue a su vez la respuesta del ex presidente del Banco Central Europeo? El premier evitó intentar el nacimiento de otro gobierno (una suerte de Draghi II) con una nueva mayoria parlamentaria: hubiera significado volver a las costumbres de la vieja política italiana, una arriesgada y estéril pirueta que choca además con el rigor y el pragmatismo que lo caracterizan. Draghi hizo lo opuesto, ya que dejó claro que solo aceptaba liderar una coalición compacta e integrada por partidos convencidos hasta el fondo de las tareas ineludibles frente a las diferentes emergencias del país, como los efectos de la guerra en Ucrania y los embates del covid.
Si de las causas de la crisis se pasa a sus consecuencias, todas las miradas apuntan ahora a Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), desde el primer momento aguerrido y exitoso opositor del gobierno Draghi.
Para comprender qué puede ocurrir en las elecciones, hay que poner bajo lupa precisamente a este partido. Fratelli d’Italia está liderado por Giorgia Meloni, a la que muchos medios han apodado la Ducetta: toda referencia con el Duce Mussolini no es casual.
En un país que cuenta con una larga historia de partidos de centroizquierda, centroderecha e incluso de centro-centro, Fratelli es casi una excepción, ya que, no hay duda, es una formación de derecha-derecha. Para muchos, lisa y llanamente posfascista, vistos los contactos con la ultraderecha, acusaciones no muy diferentes a las que hay por ej. en Francia sobre las influencias fascistas de Marine Le Pen. Meloni desmiente todo tipo de ambigüedad con el extremismo y promete: “No vamos a dejar atemorizarnos”.
De una u otra manera, e incluso por razones técnicas (la ley electoral en vigor), Meloni y sus Fratelli dan la sensación de que ya están saboreando la victoria de septiembre. La líder derechista ha ido escalando posiciones en todos los sondeos y hoy, con un consistente 22,8%, su partido es el preferido de los italianos. Con el 22,1%, le sigue los pasos muy de cerca el Partido Democrático (PD) liderado por Enrico Letta, formación que tiene dos almas, una poscomunista y la otra católica.
Socios, se buscan. A la hora de imaginar futuras coaliciones electorales, la situación del centroizquierda italiano es líquida o, dicho de manera menos elegante, caótica. Los datos hablan claro: sentada en la cúspide de los sondeos, Meloni se está preparando para gobernar. Podría convertirse así en la primera mujer premier de la historia italiana. Claro que antes debe ganar las elecciones. Por lo tanto, el reto de Letta, a quien muchos simpatizantes piden más pulso y firmeza, es el de encontrar la fórmula mágica que le permita al PD armar una alianza electoral atractiva junto a otros partidos. La tarea no es nada fácil: hay quien por ejemplo quiere que Letta sea “más de izquierda”, pero también hay quien le pide no alejarse de la moderación.
Utilizando una expresión poco politológica, pero clara, Letta impulsa desde hace tiempo el proyecto de integrar dentro de un campo largo (espacio político muy amplio) al archipiélago de los varios partidos menores del centro y de la izquierda, sin dejar de lado a los Verdes (ecologistas). El objetivo final de esa complicada ecuación es ganar los comicios e impulsar un gobierno reformista y liberal-democrático.
Trío. El de la creación de una alianza electoral es en realidad un tema especular: también el frente conservador tiene ese problema. Es cierto que Meloni mira al resto de los partidos desde la cúspide de los sondeos, pero también Fratelli d’Italia debe aliarse a otras fuerzas para llegar con tranquilidad a la cita electoral de 25 de septiembre y lograr el sueño de conquistar Palazzo Chigi, sede del gobierno.
El grupo conservador y anti-Draghi integrado por Salvini-Berlusconi-Meloni no es un trío muy entonado, pese a que hay un punto fundamental en el que los tres han alcanzado un pacto crucial: tanto el líder de la Liga como el Cavaliere aceptaron la posición de Meloni sobre el candidato premier del bloque conservador en las elecciones, cuyo nombre será por lo tanto indicado por el partido de la coalición que obtendrá más votos en los comicios (muy probablemente la misma Meloni).
Sin perder la mirada en las encuestas, el centroderecha apunta ahora a ganar las elecciones, para las peleas internas ya habrá tiempo: por ej., en el tema de la guerra en Ucrania, visto que Berlusconi y Meloni son pro-Occidente mientras que Salvini tiene una posición menos neta con Moscú.
El líder liguista rechaza las insinuaciones que le llegan de “una izquierda dividida y desesperada que pasa el tiempo buscando fascistas, rusos y racistas... son fake. Por fin, aseguró, el 25 de septiembre cambiará todo”. Meloni salió a su vez rápidamente al cruce, confirmando su firme “respaldo a Ucrania” y el hecho que con el centroderecha al poder “Italia será un país confiable” a nivel internacional.
Un caso diferente es el del Movimiento 5 Estrellas. Tras arrasar en las elecciones de 2018 como la gran novedad “antisistema” de la política nacional, los 5 Stelle se han partido en tres-cuatro grupos diferentes. Hoy son una nebulosa con un destino incierto: del partido compacto de 2018 solo quedan el recuerdo y las pulsiones populistas. Habrá que ver dónde irá a parar ese importante caudal de votos logrado hace cinco años.
Riesgos. Y Draghi, ¿qué será del ex presidente BCE? A la espera de las elecciones, tal cual prevé la Constitución, el premier dimisionario sigue trabajando, obviamente con poderes limitados.
Respecto de su futuro, y más allá de eventuales cargos internacionales de primera línea, el dato clave es que en Italia ha nacido lo que se llama “agenda Draghi”, una serie de temáticas consideradas fundamentales para el desarrollo del pais: desde la lucha a la inflación, que volvió a levantar cabeza tras décadas de precios estables, hasta un nuevo modelo energético a raíz de los cortes del gas ruso. En muy poco tiempo el gobierno logró reducir su dependencia del gas proveniente de Rusia ampliando significativamente las importaciones desde Argelia y otros países.
También es fundamental la gestión del histórico plan europeo de Recuperación y Resiliencia: una montaña de dinero (191 mil millones de euros), de hecho un nuevo Plan Marshall para financiar centenares de proyectos en áreas como sanidad, educación, energía, ocasión única para cambiarle la cara al país.
Para la Unión Europea, y no solo, Draghi representa una garantía que asegura esas financiaciones y una puesta en marcha concreta y transparente de los proyectos. Italia tiene un peso importante (económico, demográfico, histórico, cultural) dentro de la UE y sus decisiones son muy influyentes. Impulsar la dinámica economía peninsular y superar la fase de inestabilidad e incertidumbre abierta con la caída del gobierno es vital no solo para el país, sino para toda Europa.
*Periodista.