La Argentina está jugando en estos momentos una de las partidas más importantes en la historia de su política exterior. Entre ayer y hoy los líderes de los principales países desarrollados y en vías de serlo discuten en Buenos Aires “la” agenda global.
Por un lado, el éxito de esta Cumbre radicará en la habilidad de Mauricio Macri -en su rol de presidente pro témpore del G20- de poder mediar entre las posturas proteccionistas -en algunos casos más discursivas y en otros más reales- de algunos pocos, pero poderosos líderes globales, y aquellas que defienden el mundo abierto y el multilateralismo que ha caracterizado marcadamente las relaciones internacionales de los últimos 30 años -sostenidas por una mayoría cada vez más tímida y silenciosa-.
Por el otro, el mismo Macri -pero ya en su rol de presidente de la Argentina- estará intentando que toda la atención y el apoyo internacional recibido por el país durante este difícil 2018 siga vivo, cuando a partir del lunes próximo los ojos del mundo dejen de ver a Buenos Aires como ombligo momentáneo del mismo. Y es que el problema radica en que todo ese sostén recibido -y el que espera el Gobierno aún obtener- proviene de países con marcadas posiciones encontradas en este foro, y con visiones del mundo claramente contrapuestas; en particular,
las de China y Estados Unidos, dos de los tres principales socios comerciales de la Argentina. De esta forma, durante estos tres interminables días, lo multilateral y lo bilateral se está entrecruzando de un modo paradójicamente trágico -en el sentido literal del término- con resultados aún inciertos para el país. Así, reposa sobre los hombros de Mauricio Macri el intentar lograr ese mencionado objetivo interno, sin que su papel como presidente ecuánime del G-20 quede desdibujado, echándose a perder todo un año de intensos y fructíferos trabajos en las más de cincuenta reuniones interministeriales y de grupos de afinidad que fueron teniendo lugar durante el transcurso de 2018 y a lo largo del país.
La "foto de familia" formalizó el inicio de la Cumbre en Costa Salguero
Es real que la atención de mundo no pasa ciertamente por estas cuestiones, sino por cómo se aborden y evolucionen las tensiones que hoy enfrentan a los Estados Unidos con China, a Turquía con Arabia Saudita, o a la Unión Europea con Rusia -por sólo citar algunas- dejando
para la Argentina el no menor objetivo de garantizar un encuentro en paz y sin incidentes. No obstante ello, y frente al papel histórico que tiene hoy el país en lo multilateral, además de cumplirlo, el desafío es obtener de esta oportunidad única el máximo provecho posible, alcanzando un documento de consenso con acuerdos concretos -y no sólo de frases vacías- en los tres ejes estratégicos planteados como prioridad por la Presidencia argentina del G-20: el futuro del trabajo y el desafío que implica para la educación; la infraestructura para el desarrollo; y un futuro alimentario sostenible. Esto permitiría que la Cumbre de Buenos Aires pasase a la historia no con la pena que mereció la falta de acuerdos de la Undécima Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio celebrada en diciembre pasado también en esta ciudad, sino con la gloria de haber cumplido y aprovechado exitosamente esta ocasión excepcional.
Paralelamente, en lo bilateral, el Presidente -apoyado por el equipo que lo acompaña en política exterior, con Jorge Faurie y Fulvio Pompeo a la cabeza- debe lograr que los más de quince encuentros previstos para estos tres frenéticos días, rindan el máximo de frutos posibles, haciendo foco en la exclusiva relación entre cada uno y la Argentina, más allá de las diferencias que puedan mantener entre ellos. La tarea no es ciertamente fácil y dependerá del talento diplomático del Gobierno local. Porque esa “inserción inteligente en el mundo” fijada
como prioridad internacional por la actual Administración en 2015 implica justamente eso: poder surfear entre lo multilateral y lo bilateral, haciendo hincapié en los beneficios para las partes implicadas más que en los prejuicios e ideas preconcebidas. De nada le servirá al país
estas tres jornadas de máxima visibilidad mundial y liderazgo regional -ante un México y un Brasil con recambios presidenciales- si no se alcanzan acuerdos concretos, sea en lo multilateral que en lo bilateral. Esa será la clave para que la Cumbre de Líderes del G-20 que se
está celebrando en Buenos Aires pase a la historia y sea recordada, o bien con pena o bien con gloria, tanto por el mundo como por los argentinos.
(*) Director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Belgrano.