La primera vez que apareció el término “diseño” fue en 1588, en el Diccionario de Oxford. Se lo definía como “un plano o boceto concebido por el hombre para algo que se ha de realizar”. Es decir, algo que se concebía creativamente en la imaginación para existir en el futuro. Este concepto fue mutando, ampliando y profundizándose.
Mientras que, originariamente, se asociaba el diseño con los fenómenos materiales y la industria como el lugar de la innovación, desde fines del siglo XX el diseño se ha revelado como un modo de observar, pensar y gestionar una realidad cada vez más compleja. Es aquí cuando entra en escena el “diseño estratégico”.
El diseño se acerca además, hoy a los procesos, la inmaterialidad y la intangibilidad. Y promete seguir ganando terreno en este siglo. Como disciplina en permanente expansión, imagina y construye futuros para mejorar el mundo, siempre poniendo a la persona en el centro.
En un contexto de enorme incertidumbre e inestabilidad de orden político, económico, tecnológico, social, cultural, científico y medioambiental, el diseño estratégico aporta los medios para una gestión eficiente de la creatividad, y para promover la innovación necesaria para la supervivencia de los sistemas humanos. Para esto, combina el diseño tradicional con herramientas de gestión y tecnologías emergentes.
El diseño estratégico puede proponerse desafíos tan diversos como mejorar la peatonabilidad de una ciudad o volver más amigable un servicio de atención médica.
Desde fines del siglo XX, se instaló el “design thinking” (del inglés, “pensamiento de diseño”). Sabemos que ha demostrado poderosamente el valor de aplicar la innovación en un contexto empresarial. Esta metodología que se basa en el pensamiento creativo, la empatía con los usuarios y la búsqueda de soluciones innovadoras, se articula y combina con otras en procesos de diseño estratégico.
Pero el diseño más eficaz no se trata solo del pensamiento creativo. También implica la implementación y la garantía de que las ideas clave mantengan su integridad durante todo el proceso. Sobre todo, aporta una dirección estratégica al definir los objetivos del sistema producto-servicio, identificar oportunidades de mejora y diseñar respuestas innovadoras que generen valor para los usuarios y para las organizaciones.
El campo de acción del diseño estratégico es tan amplio y variado como las instituciones y sistemas humanos que existen. Esta disciplina desempeña un papel fundamental en la generación de un impacto positivo al desarrollar proyectos centrados en las necesidades de las personas y las comunidades. Mediante enfoques colaborativos, como el co-diseño, se trabaja de manera conjunta con las personas involucradas y los sistemas complejos para diseñar soluciones sostenibles en el tiempo que mejoren la calidad de vida de todos.
Por estas razones, el diseño estratégico se ha convertido en una herramienta fundamental también en diversas organizaciones estatales y gubernamentales. Su aplicación contribuye a regenerar la experiencia del ciudadano, fomentar la innovación en la prestación de servicios, impulsar la participación ciudadana, mejorar la eficiencia operativa de los procesos y abordar problemas complejos de manera efectiva. En definitiva, nos muestra el camino hacia soluciones significativas. Podría definirse también como el arte de dar forma a un mundo mejor.
*Directora de la carrera de Diseño en la Universidad Austral.