El miedo y rechazo a la discapacidad suele ser moneda corriente. Por qué necesitamos encaminarnos hacia su erradicación para una sociedad más inclusiva.
Cuando nos referimos a la discapacidad vienen a nuestra mente muchísimas palabras que tienen que ver, a menudo, con la falta de accesibilidad o de apoyos pero no solemos prestar atención a la base conceptual predominante que tiene que ver con una lógica estigmatizante y excluyente que cataloga a aquella persona con algún tipo de condición. Se trata de la discafobia: una actitud muy instalada que tiene que ver no solamente con la discriminación y estigmatización de las personas con discapacidad en todos los ámbitos sino con el rechazo, miedo y aversión que genera una persona con esta característica. Esto habitualmente genera desde eufemismos, la omisión del colectivo en los discursos, la falta de visibilidad, de apoyos y hasta otros tipos de violencia como el bullying y acoso.
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Así como el concepto de fobia se unió en los últimos años al rechazo constante a colectivos que históricamente han sido marginados como sucede con el término gordofobia, la discafobia implica considerar a la discapacidad como una falla, un problema o defecto de la persona que debe ser arreglado y es el resultado de una larga y dura historia vinculada a la eliminación de las personas con discapacidad. El miedo a la discapacidad no es algo nuevo. Históricamente, quien nacía con determinada condición “no servía” para la sociedad. Por eso, no es casual que la sociedad reproduzca y perpetúe eufemismos como “capacidades diferentes” (el término correcto es “persona con discapacidad”) o insultos como “retrasado”, “mogólico”, “autista” a través de las redes sociales y relacione a la discapacidad con “algo malo”. O bien, el mal uso de palabras como “discapacitado” que no focalizan en la persona sino que profundizan las falencias y debilidades. Sin embargo, son cuestiones que deberíamos revisar si aspiramos a un futuro cada vez más inclusivo.
Pero la discafobia no solamente se puede percibir en el uso del lenguaje sino también en diferentes acciones o tendencias que toman lugar en las redes sociales, especialmente tiktok y twitter, donde es habitual encontrar diferentes retos como el que comenzó con el hashtag #Becachallenge, una iniciativa viral que consistía en dar “pena” fingiendo una discapacidad para conseguir una ayuda económica. Así, distintos adjetivos fueron utilizados para lograr el cometido: 'Enana', 'sorda', 'coja', 'subnormal', 'retrasada'.
En este sentido, se trata de un entorno discapacitante que inhabilita, margina y degrada a las personas con discapacidad y que incluye falta de accesibilidad, discriminación, ausencia de representación o de productos inclusivos. Sin embargo, la plena inclusión en la sociedad es un derecho fundamental al que toda persona debería poder acceder.
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No contar con un cuerpo llamado “normal” y no responder a los ideales de belleza son factores que inciden en un imaginario social construido sobre la base de prejuicios, estereotipos y tabúes que fomentan el aislamiento y la desigualdad para luego tomar forma en derechos no contemplados y vulnerados. Entre esas imágenes y estereotipos que se construyen en torno a la discapacidad se encuentra el modelo de la “desgracia”, es decir, aquella idea de que las personas con discapacidad son infelices y dependientes, que se evidencia ante el uso de la palabra “pobrecito/a”. ¿Acaso existe certeza de que la persona con discapacidad es infeliz? Esa generalidad resulta ser vaga y carente de fundamento. Es la misma que genera compasión, lástima y lamento y que, la mayoría de las veces, obstruye en lugar de aportar para la construcción de un mundo más igualitario.
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La imagen de la persona con discapacidad que no puede habilita a pensar que su condición no le permite formar pareja o familia, trabajar, consumir, salir o divertirse, interesarse en la moda, ir de vacaciones y toda aquella actividad que puede realizar cualquier ser humano. Y así es que se muestra: pasiva, imposibilitada, inhabilitada para participar de la sociedad. Pero la mayoría de las barreras provienen de la propia sociedad.
Entre las asignaturas pendientes se encuentran comenzar a pensar a la discapacidad en términos de diversidad y avanzar en su incorporación en la agenda para establecer verdaderas políticas y mecanismos que aspiren a naturalizarla en la vida cotidiana y desdramatizarla. Es urgente erradicar cada vez más la discafobia, empoderar a las personas con discapacidad y deconstruir la perspectiva vigente centrada en la persona para concebirla más cerca de la sociedad, y sus barreras, que de la individualidad.
* Lic Daniela Aza. Influencer y Conferencista en tema de Discapacidad e Inclusión. @shinebrightamc