OPINIóN
Prioridades

Destruyendo el futuro

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La decisión que ha tomado el kirchnerismo con el Fondo de Garantía de la Anses, que nos acerca a un escenario trágico, no hace sino confirmar lo que ha sido uno de sus ejes ideológicos y operativos a lo largo de todos sus gobiernos: la prioridad absoluta del presente en detrimento del futuro; un criterio esencial del populismo al que el kirchnerismo le ha agregado su incapacidad operativa para generar situaciones inéditas de daño en todos los campos.

Esta afirmación, que parece exagerada, está confirmada por las acciones y declaraciones que marcan sus creencias básicas. Desde el punto de vista discursivo, todas las ideas que sirven en cualquier sociedad avanzada para construir y consolidar futuro, bien no existen, bien son duramente rechazadas: eficiencia, productividad, ahorro, inversión, calidad, mérito, orden; y aún legalidad. No hay un solo discurso de sus dirigentes que siquiera mencione estas variables, sea como herramientas, sea como objetivo a lograr. Más bien, conforman las fronteras que orgullosamente exhibe el kirchnerismo como su diferencia e identidad con respecto a la “derecha” en todos los terrenos imaginables.

El eje del proyecto kirchnerista, en todos los campos está en la prioridad absoluta del corto plazo; en lo que brinda satisfacción inmediata y sirve para consolidar adhesión política; empezando por la distribución de ingresos y propiedad; los derechos y el consumo. En lo institucional, la categoría “seguridad jurídica” y sus herramientas –que son esenciales para la construcción de futuro en múltiples campos– figura entre las más abominadas por el kirchnerismo (como lo vemos en estos días). El sistema judicial y sus reglas deben estar al servicio de este proyecto; tanto en la legislación cuanto en la ideología y compromiso político de los jueces, como lo decía –sin tapujos– el fracasado proyecto de democratización de la Justicia.

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Pero más allá de lo ideológico, en el campo económico son muchas las decisiones que han concretado la opción absoluta por el presente en desmedro del futuro. Cualquier análisis de las decisiones coyunturales de política económica de los gobiernos K lo demuestra; pero sobre todo son las grandes líneas que marcan el camino estratégico de un país las que han sido más dañinas. La estructura impositiva que castiga la inversión; el rechazo a los acuerdos comerciales que impliquen concesiones mutuas para construir horizontes previsibles; el tratamiento agresivo a la inversión extranjera, han sido ejes sostenidos que han alimentado el corazón de su discurso populista.

Tal vez la decisión estratégica más brutal y costosa haya sido el atraso tarifario, que en búsqueda de aplausos inmediatos y consumos desbordados hipotecó aspectos esenciales de la construcción social. Los 200 mil millones de dólares dilapidados durante diez años hubieran mejorado vidas e infraestructuras, permitiendo generar nuevas bases para un futuro sostenido para pobres y ricos.

El deterioro de la educación en todas sus dimensiones –fundada en el rechazo visceral, por razones ideológicas y alianzas políticas a la idea de calidad educativa– muestra tal vez uno de los aspectos más crueles del pensamiento kirchnerismo, que ha atacado a los más pobres impidiéndoles construir una vida plena; a la vez que pone un límite cierto al crecimiento de largo plazo del país.

Todos estos antecedentes encajan perfectamente con la gravísima decisión que acaba de tomar el Gobierno en su desesperación por evitar el colapso, al destruir una de las pocas fuentes de ahorro que le quedan a la sociedad argentina: los fondos de los jubilados; en un proceso que comenzó con la estatización de las AFJP.

Esta medida no es sino la conclusión de un largo proceso en el que se fueron acumulando déficits que representan disposiciones puntuales en las que otra vez se priorizaba el gasto sin límites, asumiendo que ello traía ventajas políticas, pero no afectaba a la economía. O sea, otra vez, todo presente y nada futuro.

Desde el punto estrictamente económico, la refundación de la Argentina se hace cada vez más compleja porque –tal como lo desea hoy el kirchnerismo– el nuevo gobierno asumirá con un enorme pasivo y muy pocas herramientas. Pero para que el nuevo proceso sea definitivamente transformador, deberemos poner toda la fuerza posible en las otras dimensiones que desde lo político, discursivo y operativo muestren el equilibrio intertemporal necesario para que se recupere la visión del largo plazo como un objetivo movilizador de la reconstrucción imprescindible de nuestra sociedad.

* Director de la Escuela de Dirigentes del PRO.