OPINIóN
Momentos cualesquiera

Diego Luciani

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Luciani. Viene liderando largas jornadas de exposición frente a los jueces, abogados y acusados. | captura de video

El fiscal llega a su lujoso departamento a las ocho de la noche y su mujer le pide que vaya a comprar, por favor, margarina. El fiscal protesta: “¿no podrías haber ido vos? Yo soy fiscal, estoy cansado, vos sabés que estoy en la mira de todo el país. Además, la margarina no me gusta”. La mujer le dice que la margarina no es para él, que es para los nenes que comen los fideítos con margarina. Además, le dice la mujer: “Para manteca, sobra la que estás haciendo en los tribunales, podrías cortarla con la manteca”.

Luciani baja, camina unos metros hasta el supermercado chino, entra y va directo a las heladeras. Agarra la margarina. Cuando está pagando, la cajera (que no es china, sino una morocha de unos 30 años) le cobra y mientras le está dando el vuelto le dice: “Todos con Cristina”. Lo mira seria. Le sostiene la mirada y Luciani baja la vista y sale del supermercado.

Una vez en su casa, le dice a su mujer que él no va a comer fideos con margarina. La mujer le dice que se quede tranquilo, que para él hizo carne al horno con papas. “¿Vos te creés que a esta altura no sé que vos siempre querés cenar carne?” Sí, piensa Luciani, en lo posible carne humana. Se ríe de su ocurrencia y la mujer le pregunta de qué se ríe. Y él le miente, le dice que se ríe de lo que dijo Francisco Sánchez, un diputado del PRO de Neuquén. “¿Qué dijo?”, pregunta la mujer. Dijo que había que darle pena de muerte a la yegua. Dijo: “Doce años por robar impunemente es casi nada. El año pasado presenté un proyecto de ley para que este tipo de delitos sean considerados traición a la Patria. Merecen la pena de muerte, no una liviana prisión domiciliaria”. “Ah, bueno –dice la esposa del fiscal–, hay de todo en este país”.

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“Es impedirme el ejercicio del derecho de defensa ante cuestiones que nunca figuraron”

La esposa de Luciani, mientras les pone margarina a los fideos para los chicos, piensa: si este se llega a enterar de que yo voté la fórmula Alberto-Cristina me mata. Ahora la que sonríe es ella. Y él le pregunta de qué se ríe. Ella le dice que se ríe porque la mamá de fulanito, hoy en la puerta del colegio, dijo: bla bla bla bla. Luciani no escucha. No puede escuchar nada más. Por eso, piensa, le negamos ampliar la indagatoria a la vicepresidenta.

La mujer le dice: “¿Viste lo que tuiteó Cristina?”. Y antes de que su marido pueda responder, le dice: “Si algo faltaba para confirmar que no estoy ante un tribunal de la Constitución sino ante un pelotón de fusilamiento mediático-judicial, es impedirme el ejercicio del derecho de defensa ante cuestiones que nunca figuraron en el acto de acusación del fiscal al que asistí durante cinco días”. “¿Qué me decís?”. “¿Sabés qué te digo?” –dice el fiscal– te digo esto: estoy muy cansado. El único lugar donde puedo estar tranquilo se supone que es mi casa”. “Sí mi amor, por supuesto”, dice la esposa. “Chicos, a lavarse las manos”, dice ella. Y piensa: pregúntenle a papá cómo se hace, él es un experto. Es un experto en lavarse las manos y en acusar sin pruebas, piensa la mujer de Luciani, y vuelve a sonreír. Porque su marido tampoco sabe que ella, cuando él no está, lee en internet Página/12 y ve C5N. Está tentada y la sonrisa se transforma en carcajada sonora porque tampoco sabe (su marido) que ella está viviendo un tórrido romance con el portero. Un muchacho joven, diez años más joven que ella, alto y musculoso. Se ve que todavía estoy en carrera. “¿Por qué te reís?”, pregunta Luciani. “Porque me acordé de otra cosa que dijo la mamá de fulanito”, y se larga a dar detalles de un episodio inventado que el fiscal escucha a medias sin reírse. Pero lo que escucha le alcanza para darse cuenta de que lo que le está diciendo la mujer no es tan gracioso como para reírse a carcajadas y le dice: “No le veo lo gracioso a lo que me estás contando”. “¿Y qué es gracioso para vos? –le dice su esposa–. Ah, ya sé: acusar a alguien sin pruebas”. Luciani se pone pálido. Lo único que falta es que mi mujer se me ponga en contra. Se levanta del sillón en el que estaba derrumbado y le pega una cachetada a su mujer. Ella, lejos de llorar, le devuelve el golpe. Y vuelve a reírse a carcajadas.

Diego Luciani sale del edificio de departamentos y va al kiosco. Voy a empezar a fumar, piensa. Compra un atado de cigarrillos y un encendedor. Cuando pone un cigarrillo en su boca apretada y lo prende y aspira el humo, tose. Tose como lo que es: un principiante.

*Narrador y poeta.