Hace dieciséis años se preveía. Las transformaciones económicas y tecnológicas venían conmoviendo las rutinas de los medios y de la industria de las noticias y ponían en discusión sus funciones tradicionales. Empezaban a cambiar las redacciones y el frugal espacio destinado en ellas a la versión online se había incrementado.
Pero, claro, no se habían resuelto unas cuantas incertidumbres. No era claro cómo debían construir su modelo de negocios las empresas de medios, cuáles eran sus audiencias, qué había que entender por información, dónde y cuándo se consumía la noticia.
Más aún, si Internet había definido una total reestructuración de lo que se concibe como profesión periodística, la llegada de más redes sociales (solo Facebook –de las gigantes– existía en 2005) provocó una especie de cataclismo. Porque, con el acceso tecnológico que acerca los medios a los usuarios, el flujo de las noticias parece surgir sin causantes ni intervenciones. Cualquier individuo se computa autorizado para comunicar masivamente desde su smartphone.
Si Internet había definido una total reestructuración de lo que se concibe como profesión periodística, la llegada de más redes sociales provocó una especie de cataclismo
La consecuencia es clara: los productos informativos de los medios podrían quedar invisibilizados en un flujo de información paraprofesional que excede la actividad especializada. Así, toda información surtida de ese flujo adquiere el mismo estatuto jerárquico y la misma tipificación cualitativa. Ello, desde luego, abre la puerta de la comunicación no solo a las noticias valiosas –las que deben ser transmitidas para beneficio de la sociedad–, sino también a la desinformación.
Tanto los cambios intraindustriales como la profusión de discursos indiscriminados que circulan por las redes (discursos con fundamento, sin fundamento, verificables, engañosos, mentirosos), y que adoptan la forma de noticias, colaboran en la intensificación de un clima que confronta la credibilidad de los medios.
No quedan dudas de que es este, entonces, el momento cuando más necesario resulta el periodismo profesional, el periodismo ejercido por sujetos competentes, capacitados en complejas áreas prácticas y, sobre todo, sustentados por sólidos conocimientos teóricos e imbuidos de valores consensuados.
Vale decir, únicamente con periodistas capaces de asumir los desafíos de este nuevo escenario, con periodistas conscientes de su función social y comprometidos con la tarea ciudadana de servir al derecho a la información, se puede llevar adelante el periodismo de calidad que nuestra sociedad ahora –más que nunca– necesita.
Y esto no es todo. Como una extraña perpetración de la sociedad del espectáculo y del espectáculo del yo (tal cual lo llamaba Paula Sibilia en 2008), las audiencias de nuestro tiempo participan de una lógica autocentrada que las convierte simultáneamente en actoras y en espectadoras. Raro acontecer: actúan y observan sus propias vidas y –¿voyeurs quizás?– también escrutan las vidas del resto. La suma de tales conductas (la mostración y el fisgoneo de lo trivial) se traduce en un riesgo palpable: la banalización de la información que se consume.
Las audiencias de nuestro tiempo participan de una lógica autocentrada que las convierte simultáneamente en actoras y en espectadoras
Para contrarrestarlo, desde una ética profesional que disienta de la oquedad aletargadora de esos espectáculos, el periodismo exige hoy de sus profesionales más competencia y sensibilidad que en el pasado. Descubrir asuntos relevantes, seleccionarlos, organizarlos y compartirlos. Investigar las infracciones que afectan al interés público. Ofrecer las noticias según distintas modalidades, en diferentes medios y para diversas plataformas. Hacerlo todo de un modo que resulte significativo y valioso para las audiencias, sin olvidar que sea atractivo.
Hace dieciséis años que PERFIL lo ha comprendido, que su plantel de periodistas se afana por hacer ese periodismo competente y sensible que la sociedad requiere. Haré un enorme paréntesis en este contexto nacional, que invalida en la realidad mi acción imaginaria. Brindo (imaginariamente) por el cumpleaños de PERFIL. Brindo por su profesionalismo. Brindo por su respeto a las audiencias. Y, si usted me lo permite, brindo porque jamás me han cambiado ni una coma en mi columna.
Felicidades, PERFIL Por muchos más.