OPINIóN
50 años atrás

El acuerdo entre Lanusse y Perón que permitió las elecciones de 1973

Desde el exilio, a través de cartas y emisarios de uno y otro lado, el creador del peronismo aceptó en 1971 los términos del fin de la proscripción que el dictador exigía: él no podía ser candidato.

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Juan Domingo Perón - Agustín Lanusse | cedoc

El viernes 17 de septiembre de 1971, el general Alejandro Agustín Lanusse, a cargo de la presidencia de la Nación, anunciaba la convocatoria a elecciones generales, inicialmente previstas para el 25 de marzo del ’73. El traspaso del poder a quien resultara electo se fijaba para el 25 de mayo de ese año. Comenzaba la cuenta regresiva para la autodenominada Revolución Argentina, instalada por el golpe de Estado en 1966, el fin de la proscripción del peronismo y el retorno de la democracia. Al menos esa era la idea.

Serían las primeras elecciones generales libres desde 1946. Semanas antes se anunciaba la restitución al general Perón, exiliado en Madrid, de los restos de Evita, cuyo cuerpo permanecía en custodia del régimen militar desde su secuestro, en 1955. También se anunciaba una “tregua social”, con congelamiento de precios y aumento de salarios. Se prefiguraba una transición gradual y acordada desde la dictadura instaurada en el ‘66 a un gobierno surgido de las urnas, que resultaría fuertemente condicionada, cuando no boicoteada, por los sectores más duros del peronismo y el antiperonismo. 

El “Gran Acuerdo Nacional”. Lanusse, el verdadero “hombre fuerte” del régimen militar, se había hecho cargo en marzo directamente de la Presidencia con el objetivo de cerrar esa etapa, luego de los cuatro años del general Onganía y del breve interregno presidido por el general Levingston. Lanusse había sido, y seguía siendo, un antiperonista convencido, pero consideraba agotado el ciclo abierto en 1955. 

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La primera idea fue consensuar un programa y un elenco de gobierno, así como el llamado a elecciones bajo normas también acordadas que incluyeran al peronismo pero que excluyeran a su líder. Tras ese objetivo se legalizaron los partidos políticos, les restituyeron sus bienes, se multiplicaron las reuniones con dirigentes de la CGT, se buscó atraer a los dirigentes peronistas para que participaran en ese Gran Acuerdo Nacional (GAN), como se lo llamó. Después de tantos años de proscripción y persecuciones, la idea de una participación en la vida institucional argentina sedujo a muchos. Solo se les pedía que abandonaran a su líder, o por lo menos que lo convencieran de desistir en su planes de volver a la presidencia. 

Lanusse buscaba una “salida honorable” para la crisis del régimen antiperonista. Después del Cordobazo y la ola de protestas de 1969, Onganía fue reemplazado por Levingston, removido, a su vez, nueve meses después de asumir. Consideraba que habría que cerrar la etapa signada por golpes de estado, dictaduras cívico-militares y salidas institucionales con el peronismo proscripto que se sucedieron desde 1955. 

Cambios en el régimen electoral. La dictadura militar, que a esas alturas ya era una “dictablanda”,  planteó cambios sustantivos a la hora de llamar a los ciudadanos a votar. 

Apenas asumió la presidencia, el 26 de marzo del ’71, Lanusse conformará su gabinete con figuras de distinta extracción política y reconocida capacidad técnica, entre los que se destacaba Arturo Mor Roig, en el ministerio del Interior, Aldo Ferrer en Economía, Rubens San Sebastián en Trabajo, Gustavo Malek en Educación, Francisco Manrique en Bienestar Social y Edgardo Sajón como secretario de Prensa. 

Mor Roig era un abogado y político de la UCR que había presidido la Cámara de Diputados hasta 1966. Su incorporación al gobierno contó con el apoyo tácito del justicialismo y provocó una fuerte discusión interna en el radicalismo: Raúl Alfonsín rompió con Balbín y creó su Movimiento de Renovación y Cambio. Pensaba que el radicalismo, víctima del golpe del 66, no podía sumarse como cómplice de una dictadura militar aborrecida. Perdía el lugar de rival del régimen militar y entregaba al peronismo el espacio opositor. Diez años más tarde, Alfonsín ganará la interna y podrá convertir su campaña presidencial en la más opositora a la dictadura saliente.

Desde el ministerio del Interior, Mor Roig tendría la misión de preparar la desembocadura electoral. En abril creó una Comisión Asesora para el estudio de la Reforma Constitucional. La integraban constitucionalistas y académicos reconocidos y de distinta extracción política: Germán Bidart Campos, Carlos María Bidegain, Natalio Botana, Carlos Fayt, Mario Justo López, Julio Oyhanarte, Roberto Peña, Pablo Ramella, Adolfo Rouzaut, Alberto Spota y Jorge Vanossi. Varios cercanos al radicalismo, al conservadorismo y al socialismo liberal. Ramella era peronista.

Entre todos los cambios, lo principal era la adopción del voto directo, sin intermediaciones. Desaparecía el Colegio Electoral. El presidente de la Nación, los gobernadores y los senadores pasaban a ser electos directamente por el voto popular.

Con la nueva normativa para ganar la elección presidencial había que sacar la mitad más uno de los votos. Un objetivo explícito era darle mayor legitimidad y fuerza al gobierno electo. Una intención implícita era clara: evitar -o al menos, obstaculizar- la victoria del justicialismo, su regreso al poder luego de dieciocho años.

Las modificaciones acordadas a la Constitución fueron aprobadas por la Junta de Comandantes en Jefe “en ejercicio del poder revolucionario en nombre y representación de las Fuerzas Armadas”. En ese marco, el mismo párrafo expresa que el poder militar “se ha propuesto restituir la soberanía al pueblo” (Boletín Oficial, agosto 28 de 1972). La reforma de la Constitución había sido consumada por un Acta de una Junta Militar

El cuerpo de Eva y Rucci. Desde Buenos Aires se emitieron numerosas señales hacia Madrid buscando tender puentes para una salida política acordada con el conductor del peronismo. El gesto de mayor peso simbólico se concretó el 2 de septiembre de 1971: la devolución a su viudo del cadáver de Eva Perón, que, tras su secuestro, había sido ocultado en un cementerio de Milán durante más de quince años. Interviene en el operativo el embajador argentino en la España de Franco, el brigadier retirado Jorge Rojas Silveyra.

Por su parte, el dirigente metalúrgico José Ignacio Rucci accedía, en junio del ‘70  a la secretaría general de la CGT y se convertiría en pocos meses en un interlocutor reconocido del gobierno de Lanusse. Detrás de él, estaba el respaldo de Lorenzo Miguel desde la UOM y la poderosa rama política del sindicalismo peronista, las 62 Organizaciones. Un hombre clave en esta relación sería el ministro de Trabajo Rubens San Sebastián, que retornaba a la labor cumplida durante el onganiato (y conocía la trama interna desde su manejo de las relaciones laborales en los tiempos en que Alsogaray se hizo cargo de la economía en el gobierno de Frondizi), como “bisagra” con los sindicatos. El sector empresario, representado por José Ber Gelbard desde la CGE también buscaba el entendimiento.

Rucci conoce a Perón en España en abril de 1971. Es entonces cuando inaugura la rutina de los viajes a Puerta de Hierro, peregrinaje que repite junto a Lorenzo Miguel. El General lo elige por ser un hombre de su absoluta confianza. En julio de 1972, el secretario general consigue la reelección y comienza a intensificar la campaña para el regreso de Perón, que se concretaría cuatro meses después.  Poco más de un año más tarde, el 25 de septiembre del ‘73, a dos días del triunfo electoral de Perón, Rucci es asesinado por un comando de Montoneros.

Lanusse vs. Perón: el “duelo de los generales”. Perón recibirá al coronel Francisco Cornicelli en Madrid el 21 de abril de 1971; el diálogo con el emisario de Lanusse hizo suponer a muchos en Buenos Aires la aceptación de las reglas del juego impartidas desde Buenos Aires. Pero Perón desarrollaba una estrategia ofensiva más compleja, en la que entraban a jugar un abanico de formas de acción, incluyendo la guerra revolucionaria que llevaban adelante las “formaciones especiales”, el aprovechamiento de los enfrentamientos internos en las FFAA, la actividad de masas que ya desplegaban en todo el país los grupos de la Juventud Peronista y la normalización institucional que prometían los hombres del GAN. Todo ello, con el claro objetivo de volver al gobierno.

El estilo de conducción de Perón en el exilio era, en sus propios términos político-religiosos, el de “un Dios que no podía bajar todos los días a la Tierra so pena de perder su status celestial”, pero que no obstante intervenía activamente de manera indirecta, a través de cartas escritas, mensajes grabados, y apariciones en la prensa nacional e internacional. 

Perón era un experto del género epistolar que, con la idea fija en acumular fuerzas y, al mismo tiempo, conservar su liderazgo, alentaba a corrientes diversas y hasta opuestas dentro del peronismo.

Radicalización. En agosto de 1971, Perón recibe una carta de Rodolfo Puiggrós, uno de los principales referentes ideológicos del llamado “peronismo revolucionario” -dirigida, como ya era su costumbre,  a “Mi querido general”- en la que reseña su intensa actividad política en el país y su papel como formador de cuadros militantes juveniles. Allí le expone Puiggrós la creciente radicalización del proceso político, su desconfianza en una desembocadura electoral y su apuesta por un cambio que  incluya la destrucción del “Estado liberal-oligárquico” y la creación de un “Estado popular”. 

Concluye Puiggrós con augurios para el año venidero: “En 1971, mi general, ya no es la mera ocupación del gobierno lo que el pueblo argentino quiere para su líder. Quiere el poder total y la destrucción de la anti-Patria. Quiere que no se reproduzca un setiembre de 1955 y que el cambio sea definitivo. Esta es la tarea que se asigna una juventud dispuesta a todos los sacrificios y de quienes, no siendo jóvenes, hemos entregado nuestra vida a la lucha por la emancipación nacional de nuestra Patria y la hegemonía social de los trabajadores argentinos. Reciba Usted un grande y afectuoso abrazo”.

Perón impulsaba un evolucionismo gradualista que algunos de sus exégetas podían comparar con el de las socialdemocracias europeas, aunque no excluía la posibilidad de cobijar y alentar a las juventudes más radicalizadas que se enrolaban en la lucha armada contra la dictadura militar. Como lo veían otros intérpretes, “no era que Perón había girado a la izquierda, sino que el mundo parecía avanzar hacia el socialismo”. Si para el dirigente justicialista lo principal era acumular fuerzas para acceder a la presidencia, entonces la doctrina y el Movimiento debían adaptarse a los tiempos que corrían.

Lanusse, por su parte, confesará en sus memorias (Mi testimonio, 1977), años más tarde: “El viernes 17 de septiembre las versiones sobre la inminencia de un golpe de Estado ultraderechista ya habían llegado, casi, a la paralización del país. Todos los periodistas recibieron órdenes de sus redacciones en el sentido de mantenerse alerta. Finalmente anuncié el compromiso asumido por las Fuerzas Armadas, en el sentido de realizar elecciones sin trampas ni proscripciones para entregar el poder a quienes resultasen vencedores. Quien se alzara contra el gobierno se estaría alzando, por lo tanto, contra la ciudadanía, convocada a elecciones”. 

El año ‘72 comenzaría con la vista puesta en la desembocadura electoral en un clima de creciente movilización política. En enero era reconocido el Partido Justicialista y con el levantamiento de la proscripción, el peronismo definía sus estrategias para el regreso al poder. Había un cúmulo de dificultades, pero la dinámica no tenía retorno. 

Elecciones. En las elecciones que finalmente se realizan el 11 de marzo del ’73, Héctor Cámpora triunfa en forma abrumadora con la fórmula del Frente Justicialista de Liberación, pero no llegaría al indispensable 50%. Le faltaría menos de medio punto. Formalmente, se abría el camino a la doble vuelta contra Ricardo Balbín, que apenas había pasado el 21%. La diferencia era tan marcada que Balbín declinaría presentarse. ¿Qué posibilidades de gobernar habría con todas las provincias en manos de sus rivales y minoría en las dos Cámaras del Congreso? Sobre todo, Balbín era respetuoso de la voluntad popular. Era evidente que la mayoría del pueblo quería la presidencia de Cámpora. El arreglo que permitió esa salida electoral también había introducido otra importante modificación: se acortaba el mandato presidencial de seis a cuatro años. Veintitrés años más tarde, lo mismo sucedería, pero en democracia, producto del acuerdo entre Menem y Alfonsín para la reforma constitucional que permitía una única reelección, siguiendo el modelo norteamericano.

Mor Roig, el artífice de aquel acuerdo correría el mismo trágico destino de Rucci. Ya retirado de la actividad política, se encontraba sin custodia en un restaurante de San Justo cuando fue asesinado por otro comando de la organización Montoneros, el 15 de julio de 1974, apenas dos semanas después de la muerte de Perón y la asunción de su viuda, Isabel Perón, como presidente. Los sectores duros del Ejército, por su parte, no le perdonarían a Lanusse y su equipo el papel que les cupo en aquella transición: algunos de ellos, como Edgardo Sajón, también lo pagarán con su vida, en las mazmorras de la última dictadura.

*Periodistas e historiadores. Colaboró en la investigación Vittorio Hugo Pettri.

 


Golpismo en retirada: la sublevación de Olavarría y Azul

Rosendo Fraga*

Veinte días después de que el gobierno de Lanusse convocara a elecciones, tuvo lugar una sublevación militar para derrocarlo. El regimiento 2 de Caballería Blindada de Olavarría y el 10 de Azul, se sublevaron al mando de los tenientes coroneles Florentino Díaz Loza y Fernando Baldrich.

El intento era parte de un movimiento más amplio, del que formaban parte los regimientos 24 de Infantería de Río Gallegos y el 29 de Formosa, en los dos extremos del país. Se pensaba también tomar la Base Aérea de Villa Reynolds en San Luis y sumar las de Tandil y Mar del Plata. Pero todo esto no pasó.

Las dos unidades blindadas sublevadas fueron rodeadas rápidamente por efectivos leales muy superiores, y tras un brevísimo combate se rindieron. Perón, siempre bien informado desde el exilio, una semana antes del llamado a elecciones, escribe a su delegado militar, el coronel retirado Jorge Osinde, instruyéndolo para que el peronismo se mantuviera alejado de cualquier plan de insurrección contra Lanusse. ¿Tuvo que ver el intento con el adelantamiento del llamado a elecciones? Probablemente sí. Sin demasiada precisión, el Presidente sabía de la actividad conspirativa y buscó adelantarse, para enfrentarla defendiendo el retorno a la democracia. Para los sublevados, las urnas era traicionar la “Revolución Argentina” y el temor a ser descubiertos los precipitó, actuando en forma apresurada.

¿Que ideología tenían los insurrectos? Puede ser definidos como “antiliberales”: nacionalistas -moderados y ultra- desarrollistas, y hasta alguno simpatizante del peronismo. También ex colaboradores de los dos ex Presidentes de facto anteriores, los Generales Juan Carlos Onganía y Roberto Levingston. Era una convergencia de enemigos militares y civiles de Lanusse.

*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.