OPINIóN
Historia política

El día que Perón fue a visitar a los presos

Una breve mirada sobre la humanización del castigo durante el peronismo clásico y el ocultamiento de los presos en la actualidad.

Perón en la cárcel
Perón en la cárcel | Gentileza del autor

Son ampliamente conocidas las profundas transformaciones económicas, políticas y sociales realizadas en la Argentina durante los dos primeros gobiernos peronistas. No obstante, bastante menos sabemos que estas profundas transformaciones también llegaron al mundo de las prisiones (mundo, por lo general, oculto a la sociedad, que desconoce lo que sucede tras los muros de las cárceles).

El ejecutor de la reforma penitenciaria fue Roberto Pettinato -padre del ex saxofonista de Sumo y conductor televisivo del mismo nombre-, que estuvo al frente de la Dirección General de Institutos Penales de la Nación (actual Servicio Penitenciario Federal). Esta reforma tendió a la reeducación y posterior reinserción social de los penados, así como a la dignificación del personal carcelario.

A 43 años de su muerte, Perón es aún la gran influencia de la política argentina

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La llamada humanización del castigo pudo observarse en las mejoras notables de las condiciones de detención de los internos (alimentación, trabajo, salud, sexualidad -a través de las visitas íntimas-, deporte, actividades culturales, preparación técnica, creación de un régimen de salidas anticipadas para penados de buena conducta, etc.) y en las transformaciones simbólicas como la eliminación del traje a rayas, el corte de pelo al ras y el cierre del tenebroso Presidio de Ushuaia, conocido en la época como la “Siberia criolla”. También es importante destacar las políticas dirigidas a los guardiacárceles, tales como la organización y jerarquización del personal penitenciario, la creación de la Escuela Penitenciaria de la Nación, la equiparación con otros cuerpos del Estado, los beneficios salariales y un largo etcétera.

Para Perón, mejorar la situación de las cárceles fue una prioridad en su agenda política. Así, el mismo día de su asunción como presidente, el 4 de junio de 1946, firmó el decreto N°7 por el cual se indultó a un cuarto de los penados condenados por “delitos políticos y de prensa”, y también otorgó importantes rebajas de pena. Dos semanas después, interiorizado de la demora judicial y administrativa en aplicar el decreto, Perón, sin previo aviso, se dirigió a la Penitenciaría Nacional, el famoso establecimiento carcelario ubicado en la Avenida Las Heras y Coronel Díaz, donde se entrevistó con los penados, escuchó con atención sus reclamos y prometió que los beneficiados por el decreto -más de ciento veinte- obtendrían la libertad de inmediato.

También conversó con los empleados del establecimiento prometiendo que se dictaría un estatuto para el personal de las cárceles de todo el país. Era la primera vez que un Presidente de la República visitaba una prisión para dialogar con los internos y con los guardiacárceles. Durante su mandato, Perón visitó varias veces las cárceles (por ejemplo, en la celebración del 17 de octubre) y asistió anualmente a la colación de grados de la Escuela Penitenciaria. Así, nunca antes de Perón ni nunca después, un/a primer magistrado/a visitó un establecimiento carcelario. Hoy en día, Mauricio Macri, según afirmaron sus propios funcionarios, se enteró de la situación de las cárceles viendo la exitosa serie El Marginal producida por Sebastián Ortega.

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¿Qué le sucedió a la sociedad argentina en los últimos setenta años que Perón pudo impulsar una agenda política en favor de los presos y hoy en día es un tema tabú, “pianta-votos”, sobre el cual ningún político -de derecha y de izquierda- se pronuncia? Cuando se habla de las cárceles en los medios de comunicación, únicamente es para referirse a algún funcionario de la anterior administración kirchnerista o a un hecho de índole policial. A nadie parece interesarle la vida de las personas que están tras las rejas, que provienen de situaciones de marginalidad estructural, que cometieron errores, que están cumpliendo su condena (aunque en un altísimo porcentaje están procesados) y que merecen una oportunidad al momento que salgan de la cárcel. 

Conocer nuestro pasado nos da herramientas para aprender, para tratar de no cometer los mismos errores y para destacar e imitar las que consideramos buenas acciones.Así, pensar y diseñar una política para las casi cien mil personas que están tras las rejas (entre cárceles y comisarias) en nuestro país, la mitad de ellas por delitos contra la propiedad (robo y hurto) y por tráfico de estupefacientes, debería figurar entre las prioridades de los y las candidatos y candidatas en este año electoral. Si lo desean, pueden echar mano a la Historia.

CP