OPINIóN
Pobreza y violencia

El drama sin fin de Haití

El país más pobre del continente, cuyo presidente fue asesinado hoy, fue el primero en sacudirse el yugo colonial, después de Estados Unidos. Pero desde entonces ha sido víctima de terremotos, huracanes, violencia y corrupción.

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Una motocicleta pasa frente al Palacio Presidencial de Haití, en Puerto Príncipe. | AFP

Quizás esté pagando el hecho de haber sido el primer país de las Américas, después de Estados Unidos, en haber obtenido la independencia de las metrópolis colonialistas, en 1804, tras una revolución de esclavos que arrancó en 1791 liderada por uno de los generales más interesantes de la historia del continente, Toussaint Louverture.

O serán las consecuencias del vudú, la inquietante religión que llegó desde África con los prisioneros obligados a trabajar en las plantaciones de azúcar, primero bajo la dominación española y luego de los franceses. 

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Toussaint Louverture, el libertador de esclavos.

Puede ser también que no se les perdone tener una de las banderas más lindas del mundo, con esas dos imponentes bandas roja y azul (rojo y negro en los tiempos de la dictadura de François Duvalier, "Papa Doc", y de su hijo Jean-Claude, "Baby Doc") y en el medio ese exuberante escudo de cañones y palmeras. 

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Sea como sea, es difícil de comprender por qué todos los males se confabularon contra Haití hasta convertirlo en el país más pobre del continente, maltratado no solamente por huracanes y terremotos sino, especialmente, por la corrupción, la violencia y la desidia internacional.

El asesinato del presidente Jovenel Moise es apenas un nuevo capítulo en la larga historia de desastres de un país que es en realidad media isla que comparte con la República Dominicana, con menos de doce millones de habitantes y una economía raquítica.

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Baby y Papa Doc, feroces dictadores. 

En los últimos años, los gobiernos en Puerto Príncipe hicieron equilibrio entre la tradicional influencia de Estados Unidos -donde vive una importante colonia de emigrantes- y la de los nuevos amigos de Venezuela que, en los años de Hugo Chávez, le proveían combustible subsidiado.

Con ese trasfondo, la economía de Haití se mantiene desde hace décadas en los niveles más bajos de crecimiento, prácticamente sin industrias y con una agricultura que se divide entre los cultivos de supervivencia y modestas exportaciones.

Hasta el Banco Mundial reconoce que es poco lo que se puede hacer en el caso de Haití, donde "el desarrollo económico y social sigue viéndose obstaculizado por la inestabilidad política, los problemas de gobernabilidad y la fragilidad".

En un reporte de abril de este año, el Banco Mundial, el organismo encargado de combatir la pobreza en el mundo pero que parece no tener mucha suerte en el caso de Haití, precisó que, "con un Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de 1.149,50 dólares, y una clasificación en el Índice de Desarrollo Humano de 170 entre 189 países en el 2020", el país "sigue siendo el más pobre de la región de América Latina y el Caribe y entre los países más pobres del mundo".

Según los últimos datos del Observatory of Economic Complexity, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), Haití exportó por menos de 1.300 millones de dólares en el 2019, ocupando el puesto 148 en la lista de los países que colocan sus mercancías en el exterior.

¿Qué exporta Haití? Productos típicos de países pobres, por supuesto: textiles y pescado, con Estados Unidos y Canadá como sus primeros mercados.

Hay, sin embargo, un dato que agrega un poco de inquietud cuando se trata de las riquezas de Haití y que podría brindar materia prima a alguna teoría económico-conspirativa sobre las razones por las cuales el país no puede dejar de ser un tembladeral político.

Un dato que, seguramente, Eduardo Galeano habría agregado a una edición actualizada de "Las venas abiertas de América Latina": en 2012, reportes señalaron que bajo los pies de los haitianos están durmiendo alrededor de 20.000 millones de dólares en yacimientos de oro, plata y cobre.

Las exploraciones fueron encargadas por algunas de las principales compañías mineras estadounidenses y canadienses, entre ellas Eurasian, Newmont y Majescor.

Al dar la noticia, en julio de 2012, la revista online especializada Mining.com decía que, dos años y medio después del terremoto que "devastó Haití, matando a más de 300.000 personas, el país podría aprovechar una ganancia inesperada para ayudar en sus esfuerzos de reconstrucción". "Ahora, gracias a su riqueza mineral, Haití podría comenzar a dejar de ser uno de los países más pobres de América Latina", agregaba el website con, por lo menos, bastante inocencia.

En realidad, Haití se ve como una mina de oro sin explotar, como una maraña de caos que esconde la chance de un futuro, si no brillante, al menos pasable.

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El Hotel Olofsson, en Puerto Príncipe.

Cuando tuve la oportunidad de visitar Haití, en junio del 2006, me alojé en el Hotel Olofsson, en Puerto Príncipe, una mansión tropical reciclada y con jardines que fue la inspiración del Hotel Trianon de la novela "The Comedians" de Graham Greene. Las habitaciones fueron bautizadas con los nombres de famosos que allí durmieron, como el propio Greene, Mick Jagger y Jackie Onassis.

Aquella en la que estuve era de las más baratas, así que no llevaba nombre de famoso. Se trataba (seguramente todavía se trata, porque el hotel está funcionando) de una extraña pieza con un entrepiso, unos poquísimos muebles, una ducha sin puertas y rodeada de palmeras y vegetación muy verde. Por las noches, con un poco de suerte, se podía escuchar al grupo musical residente, los RAM, una excelente banda que conjuga rock con ritmos locales.

El Olofsson es como Haití. Parece que está a punto de caerse a pedazos y las habitaciones dejan mucho que desear. Pero tiene una historia romántica detrás, con muchos personajes dignos de novelas de premio Nobel y, al fin y al cabo, ofrece un lugar cómodo para descansar y pasarla bien. 

Después, se trata de salir a dar unas vueltas y la calidez de la gente común compensa de manera astronómica: el desayuno en el salón con ventiladores en el techo, los jardines, luego las calles por donde chicas con uniforme de la escuela secundaria caminan juntas esquivando pilas de basura pero con sus camisas limpísimas y el cabello rizado, adornado prolijo con hebillas o trencitas.

Y uno de los tráficos más terribles del mundo, con automóviles que ignoran los pocos semáforos que apenas andan pero que, como si fueran hormigas vistas desde arriba, nunca se chocan y avanzan siempre hacia el lugar adonde intentan llegar.

Si solamente los haitianos tuvieran una verdadera chance de construirse un país sin dictadores, vudúes o banderas negras.