OPINIóN
Análisis

El efecto Potemkin

Las políticas públicas para regenerar los metros cuadrados que transitamos son importantes, si y sólo si, la heladera ya está llena.

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Pese a las obras, en el barrio de emergencia que se encuentra en Retiro las urnas le dieron la espalda al Gobierno. | Cedoc

Gregori Aleksándrovich Potemkin, gobernador de Crimea durante la época de Catalina la Grande, pasó a la historia por dos cosas: por haber sido amante de la zarina y por haber sido el primer experto en comunicación política de la era moderna. Dejando de lado el primer asunto, el que me interesa es el segundo. Consciente de la grotesca brecha que los zares mantenían respecto del pueblo que gobernaban, y próximo a recibir un cortejo imperial en su región, a Potemkin se le ocurrió una idea: esconder la miseria de la Rusia rural con decorados de cartón que mostraban suntuosos edificios. La astucia pasó a la historia: hoy la conocemos como el efecto Potemkin. Hace unos días atrás, antes de las PASO, twitteé algo al respecto.

“Cuando la gente se entera de que la Reina va a visitarlos, quieren que todo luzca hermoso. Entonces limpian todo y también lo pintan. Así, cuando la reina llega, todo se ve impecable y huele a pintura fresca. Y eso es todo lo que ella siempre huele: pintura fresca. No es casualidad, entonces, que la reina piense que el mundo tiene olor a pintura fresca.”

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Tenía la sensación (no confirmada entonces) de que el efecto Potemkin sería decisivo en las elecciones. Obviamente, no esperaba tanta contundencia —creo que nadie la esperaba—, pero ahí estaba una vez más: las urnas denunciaban la (recurrente) desconexión entre las élites gobernantes y las demandas de las mayorías.

Entre los varios análisis posibles de los resultados, les recomiendo leer a Andrés Malamud y María Esperanza Casullo. También a Marcelo Leiras. Y estoy segura de que muchos/as otros/as politólogos/as han escrito piezas que aportan lucidez para comprender el escenario post PASO. Yo solamente voy a referir un análisis suscitado a raíz de una charla que tuve con Martín, un compañero de la facultad.

Martín ayer compartió conmigo un dato en el que no había reparado: Juntos por el Cambio, en el Barrio 31 de Buenos Aires, sacó un magro 16,48% de los votos. La fórmula Fernández-Fernández arrasó con el 67,74%. Martín, como muchos, no lo entendía. El Gobierno de la Ciudad viene destinando una enorme inversión pública a la urbanización de la ex Villa 31. Donde antes había callejones anegados por el agua y la basura, hoy hay una escuela nueva, un centro de innovación e inserción laboral, servicios públicos, infraestructura sanitaria y casas nuevas. ¿Qué salió mal? ¿Gentrificación, quizás? Sí, y también efecto Potemkin: las políticas públicas para regenerar los metros cuadrados que transitamos son importantes si, y sólo si, la heladera ya está llena. Pirámide de Maslow pura y dura.

Para un cumpleaños, mi hermana me regaló un libro que me ayudó a entender cosas que no entendía desde mi comodidad clasemedista: El Hambre de Martín Caparrós. De ese libro quiero compartir una historia que me impactó y que recuerdo con frecuencia cuando pienso sobre Argentina.

La Ciudad extiende la red de ciclovías al barrio 31

Aisha, una mujer de unos 30 o 35 años que vivía en Níger, comía todos los días de su vida una bola de mijo. ¿Todos los días?, le preguntó Caparrós. “Bueno, todos los días que puedo”, le respondió. Y después Caparrós le pidió que se imaginara que venía un mago, y el mago tenía el poder de concederle lo que quisiera. ¿Qué le pediría? Aisha tardó un rato en responder y después dijo:

—Quiero una vaca que me dé mucha leche, entonces si vendo un poco de leche puedo comprar las cosas para hacer buñuelos para venderlos en el mercado y con eso más o menos me las arreglaría.

—Pero lo que te digo es que el mago te puede dar cualquier cosa, lo que le pidas.

—¿De verdad cualquier cosa?

—Sí, lo que le pidas.

—¿Dos vacas? —me dijo en un susurro, y me explicó—. Con dos sí que nunca más voy a tener hambre.

La pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba la posibilidad de pensarte distinto, la que te deja sin horizontes, sin siquiera deseos, condenado a lo mismo inevitable. Es una sucesión de días teñidos de falta, de perspectivas restringidas, de días cortos, dolorosos, pelados.

La narrativa de campaña de Juntos por el Cambio nos invita a pensarnos distintos: ser un país distinto en veinte, treinta, cuarenta años. Pero el 34% de pobres de la Argentina (y el 8% de indigentes) no tienen el lujo de pensarse distintos, porque su horizonte temporal es bien cortito. ¿Seis, siete horas quizás? Digo, hasta la próxima comida que tal vez no consigan.

Más de un tercio de la Argentina hoy se piensa en horas. Otro tercio, quizás en meses. Pensarse en años es el lujo de un puñado.

Es la economía, estúpido. Y también el efecto Potemkin.

 

*Doctora en Ciencia Política. Candidata a Magister en Políticas Públicas en la Universidad de Oxford. Becaria Chevening. Twitter: @Condolasa