Decíamos hace unos días en PERFIL, que no iba a ser sencilla la negociación nuclear entre Irán y las potencias reunidas en el grupo P5+1, en el marco del retorno de EEUU al Plan Integral de Acción Conjunta (Jcpoa). Dos hechos ocurridos en días pasados parecen confirmar que –efectivamente– no será fácil reconstruir un ámbito cooperativo en esta negociación.
Casi al mismo tiempo que el JCPOA estaba reunido en Viena, el pasado domingo una explosión dejó sin energía al centro tecnológico ubicado en Natanz, donde se encuentran precisamente las cascadas de enriquecimiento de Uranio iraníes. Es imposible conocer la magnitud del daño, pero seguramente no es menor: las ultracentrífugas de enriquecimiento, por la velocidad que toman y la estabilidad que requieren, son muy sensibles a los cortes de electricidad. No se sabe a ciencia cierta qué pasó, pero hay consenso en que no fue un accidente, y que Israel probablemente está detrás.
Unos días después, Irán anunció que ha logrado enriquecer uranio al 60%. De ser cierto, significa que logró separar el U235 fisionable del uranio “pobre” (U238) a un nivel tal, que el material del que dispone contiene un 60% de U235. Para tener una idea de lo que esto implica: el grado de enriquecimiento necesario para una bomba nuclear es de 90% y el JCPOA le permite a Irán enriquecer hasta un límite de 3,67%.
El 60% anunciado por Irán no sólo supera ampliamente el techo impuesto por el JCPOA sino también el umbral más universal del 20%. Este número no es trivial, dado que determina el límite a partir del cual enriquecer uranio requiere menos esfuerzo, pero sobre todo mucho menos tiempo. Y el tiempo, en este caso, es un factor clave. Porque el OIEA necesita verificar que un país está enriqueciendo uranio “antes de que sea demasiado tarde” es decir, antes de poder evitar que llegue al grado militar. En ese contexto, 60% significa que Irán todavía tiene un trecho que correr pero que, levantando la vista, ya ve la meta.
Irán ha anunciado –en pocas palabras– que no tiene intención de construir una bomba, pero sí pretende llegar a un estado en el que, si quiere, puede hacerlo. Y está demostrando que no está dispuesto a sentarse a un “juego de la cooperación” al menos antes de haber acumulado mucho capital para negociar. A este escenario le aparece un nuevo (viejo) jugador: Israel. Que con su supuesta acción en Natanz mandaría un doble mensaje: a Irán, diciéndole que no está dispuesto a sentarse a esperar que llegue al grado nuclear militar; y a Estados Unidos, mostrando que no cree en –ni cooperará con– el JCPOA.
Las potencias se enfrentan a un “juego de la gallina” en el que, enfrente, no hay uno sino dos corredores que están diciendo que no piensan parar ni correrse. La cooperación, para ser productiva, tiene que ser atractiva. Los Estados Unidos deberán convencer a más de uno de que “dejar la espada y tomar la pluma” es, esta vez, un juego que podrá sostenerse en el tiempo.
*Ex subsecretario de Energía Nuclear. Director del Programa de Estudios en Energía Nuclear e Innovación de la UNTreF. y miembro de la Fundación Argentina Global.