Cuando la verdad es demasiado endeble como para protegerse, debería pasar al ataque. Esta es la historia de El libro negro, escrito y editado por Vasili Grossman, destacado corresponsal, e Ilyá Ehrenburg, narrador ruso. Una historia horrenda, contenida en un texto que sufrió una odisea.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Comité Judío Antifascista (CJA) creado en la URSS organizó una comisión editorial que trabajó hasta 1945 con documentos de territorios liberados de las fuerzas hitlerianas, de cartas que los acompañaban y de testimonios acerca de la aniquilación de los judíos. En 1943, Ehrenburg escribió: “Estoy trabajando en El libro negro”. La guerra mundial empezaba a terminar, pero terminaba de empezar la batalla por el relato de la verdad.
El 28 de septiembre de 1941, los nazis comunicaron: “Todos los judíos residentes en Kiev y sus alrededores deben presentarse mañana lunes a las 8 de la mañana en la esquina de las calles Melnikovsky y Dokhturov. Deben portar sus documentos, dinero, objetos de valor y también ropa de abrigo. Cualquier judío que no cumpla estas instrucciones y que sea encontrado en algún otro lugar será fusilado. Cualquier civil que entre en las propiedades evacuadas por los judíos y robe sus pertenencias será fusilado”.
Los fusilados fueron los que obedecieron, en el barranco de Babi Yar, el 29 y el 30 de septiembre. Las SS y los soldados de la Wehrmacht asesinaron a 33.771 judíos en un Holocausto con balas de plomo.
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En noviembre de 1943, para esconder sus crímenes, los fascistas decidieron cremar a las víctimas de su terror salvaje. En Lituania, los cadáveres yacían en zanjas. Mientras ardían, los cuerpos hacían las contorsiones más grotescas, como si quisieran gritar que toda la compasión se había agotado inesperadamente. Míjel Gelbtrunk, un artista polaco forzado a realizar la tarea solía cantar mientras trabajaba: “Corren ríos de roja sangre, otros treinta mil muertos…”.
A principios de 1946, el manuscrito completo fue impreso y enviado a diez países, entre ellos Estados Unidos, Gran Bretaña, México, Rumanía y Palestina. Precisamente esta última copia, treinta y cuatro años después, fue la que sirvió de base para una edición israelí en ruso de 1980. Una versión más completa de esta escultura de la memoria, en yiddish, se publicó en Jerusalén.
Según el CJA, fue Albert Einstein quien propuso a fines de 1942 recopilar materiales sobre la aniquilación de la población judía de la Unión Soviética por los nazis. Las cuestiones importantes que debatía el CJA debían ser acordadas previamente con la Dirección de Propaganda y Agitación del Comité Central del Partido Comunista bolchevique. Bajo el régimen de Stalin, El libro negro era más que importante. Eso hacía que la publicación dependiera de la situación política nacional e internacional.
Desde comienzos de 1947, las autoridades internas de la URSS constataron en términos categóricos la “improcedencia” de la publicación. Comenzaba la Guerra Fría, y aunque la alianza entre ambos países había sido esencial para derrotar a las Potencias del Eje, cualquier contacto con los Estados Unidos se consideraba una falta grave. No se debía generar la impresión de que “el único objetivo del ataque de los alemanes a la URSS fue el exterminio de los judíos”, porque eso era una “imagen engañosa del verdadero carácter del fascismo”.
En 1947 el organismo censor (Glavlit) cursó una orden disponiendo el cese inmediato de los trabajos de impresión. En octubre de ese mismo año la Dirección de Propaganda y Agitación reexaminó el contenido de El libro negro, y detectó la presencia de “graves” errores políticos. “Por lo tanto, el libro no puede ser impreso”. Cesaron las actividades del Comité Judío Antifascista, más adelante fue disuelto y en 1952 sus dirigentes condenados a muerte. En muchas de las sentencias se mencionó El libro negro, que relataba la masacre de Minsk.
El hombre que amaba las palabras
En junio de 1941, los alemanes invadieron la Unión Soviética y aproximadamente un mes después se estableció el gueto de Minsk. Un constructor de estufas cavó un escondite debajo de su casa, al lado del cementerio judío. En octubre de 1943, cuando los alemanes comenzaron a liquidar el aislamiento, el cubículo para 7 personas alojó a 26.
Se sentaron en una oscuridad casi total, y solo un rayo de luz se filtraba por un orificio de ventilación. Las ratas trataban de comer los dedos de manos y pies. Después de que se acabara la comida y el agua, los camuflados comenzaron a morir de sed, hambre, y enfermedades. Los muertos fueron enterrados en el suelo y la tierra se fue amontonando, por lo que el piso se elevó, y el espacio se redujo. Aquello duró hasta el 3 de julio de 1944, en que Minsk fue liberada. Habían sobrevivido 13 de los 26 confinados. Salieron sin fuerzas para caminar, y con su visión deteriorada por la oscuridad. Así es la verdad de los hechos.
Desde 2016, muchos académicos y analistas sostienen que el incremento de noticias falsas y redes sociales en Internet ha contribuido significativamente al fenómeno denominado posverdad. Según ella, persuaden las emociones y las creencias más que los hechos verificados. Seguimos estudiando con espanto las masacres en Babi Yar, los “reasentamientos”, y Kurt Eberhard. ¿Cuándo estudiaremos a los niños bombardeados desde el 2023 por fuerzas militares, cuyos padres se preguntan sin respuesta qué es lo que le han hecho al mundo? ¿Dónde están las personas con conciencia?
En enero de 1992, un conocido de Irina Ehrenburg, la hija de Ilyá, le entregó una de las copias de El libro negro repartidas cuarenta y cinco años antes. Alguien había anotado en la página titular: “Para correcciones de imprenta. 14/VI/47”. Gracias a un texto que sobrevivió de milagro, en 1993 se pudo preparar una edición rusa. Sin embargo, solo en 2010 sería publicada la obra en Rusia.
La verdad, dijo Cicerón, se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. En este caso padeció, pero no pereció.