El domingo 11 de julio será recordado por los cubanos y las cubanas que viven en la isla y aquellos que habitan en los distintos rincones del mundo. Las manifestaciones masivas, espontáneas y extendidas a lo largo y ancho del país, son las más grandes desde la llegada de “la revolución” hace más de 60 años, incluso mayores que las del célebre “maleconazo” en el año 94.
Miles de personas salieron a las calles al grito de “Patria y Vida”, el nuevo mantra de una población cada vez más empobrecida que demanda condiciones de vida digna, acceso a alimentos, medicinas, productos de cuidado personal, como exigencias inmediatas, pero que se enmarcan en otras más amplias, como el derecho a la manifestación, a la asociación y a la libre expresión, que aunque están consagrados en distintos instrumentos internacionales les han sido arrebatados en nombre de la unidad de la revolución. Por eso si bien es la coyuntura lo que ha propiciado este quiebre (falta de alimentos, medicinas, cortes de electricidad, aumento de contagios de covid-19), los gritos de los manifestantes estaban dirigidos a Díaz-Canel, a quien identifican como el responsable de sus penurias.
El politburó del Partido Comunista de Cuba, que de acuerdo a la Constitución es “único, martiano, fidelista, marxista y leninista” y que se percibe a sí mismo como “la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”, perdió hace mucho tiempo la conexión con la realidad, y se ha limitado a celebrar ceremonias en las que “renuevan a sus autoridades” (una forma de purga interna) y publicar comunicados con consignas y estribillos propios de la guerra fría. Si bien en el Congreso del PCC del 2011 se vislumbraban tímidas reformas que permitirían algunas flexibilizaciones, y las esperanzas aumentaron con la visita de Barack Obama a la isla, finalmente lo que hemos presenciado es una vuelta a la ortodoxia desde el 2019 hasta ahora.
A este contexto de recrudecimiento de la crisis económica, profundizada sobre todo a partir de la disminución de los envíos petroleros desde Venezuela y más recientemente la caída del turismo producto de la pandemia, se suma la irrupción del internet de manera más generalizada a partir del 2018, lo que ha puesto en amenaza la narrativa oficial que por tanto tiempo el régimen pudo sostener a través del aislamiento mediático y el monopolio de los medios.
Una nueva generación conectada.
Hoy en día en la isla hay influencers, youtubers, tiktokers, jóvenes que no crecieron en la épica revolucionaria sino en las penurias del periodo especial, que no escucharon la nueva trova cubana sino las letras de J Balbin o Bad Bunny, y que han podido acceder al mundo a través de las grietas cada vez más evidentes del arcaico sistema de control de la información del régimen que los gobierna.
Artistas, grupos religiosos, cuentapropistas, defensores de los derechos de los animales, colectivos con intereses diversos, aquejados por los mismos problemas, han logrado hacer un diagnóstico común. Estas herramientas de comunicación no tradicionales les han permitido conectarse con sus pares no solo en Cuba sino también en otros países y conocer su capacidad de incidir en la esfera pública, y reclaman estos mismos derechos para ellos en la isla. Se trata de organizaciones horizontales, dinámicas, escurridizas para un sistema que está creado para hacer frente a esquemas verticales más tradicionales y propios del siglo pasado.
La respuesta del gobierno a este estallido ha sido la represión. Se reportan calles militarizadas, cientos de desaparecidos y más de 500 detenidos (ver relevamiento de Cubalex) que están siendo víctimas de juicios sumarios en los que, sin derecho a defensa, se les acusa de desorden público o desacato.
Es de esperarse que esta respuesta genere una tensa calma en lo inmediato, pero al mismo tiempo profundice aún más el descontento de una sociedad que sabe que ya no hay retorno.
*Director de Desarrollo Institucional de Transparencia Electoral (@JesusDValery).