“Cada vez que otorgo un puesto, obtengo cien descontentos y un ingrato” solía decir Luis XIV. Y entre estos ingratos se contaba Nicolas Fouquet, el superintendente de finanzas del reino.
Hijo de un consejero de Estado, el padre de Nicolas se enriqueció como socio de “La Compagnie des îles d'Amérique”. Con este dinero, Monsieur Fouquet compró para su hijo un cargo de consejero en el Parlamento de Metz. Nicolas era un hombre inteligente, sensible, de buen gusto, un hombre galante, amante de la buena mesa y mecenas de artistas...pero terriblemente ambicioso.
Gracias a este cargo inició una espectacular carrera política que articuló con negocios familiares y la experimentación en física y química, dos disciplinas que le fascinaban y le permitieron entrar en contacto con intelectuales y científicos.
En 1640 se casó y recibió una dote de 160.000 libras. Con ellas compró el vizcondado de Vaux. Fue en esa época que el cardenal Mazarino lo nombró intendente de Justicia, Política y Finanzas de Grenoble.
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Corrían tiempos difíciles para Francia, o, deberíamos decir, más difíciles que los habituales, cuando los nobles se alzaron contra la regente Ana de Austria por las onerosas cargas fiscales impuestas. Fouquet apoyó a la regente y gracias a un audaz plan fiscal fue nombrado en la Superintendencia de Finanzas y en poco tiempo logró equilibrar los ingresos del estado mediante la revalorización de la moneda.
Este éxito le ganó prestigio que Fouquet aprovechó para hacer dinero, mucho dinero. Así se convirtió en banquero de la reina, otorgándole un crédito de 11.000.000 de libras, que Mazarino utilizó para continuar con las guerras que comprometían las arcas de Francia. Poco antes de morir, Mazarino tuvo una reunión con el joven Luis XIV, oportunidad que utilizó para darle consejos al rey. Como le dejaba un gobierno funcionando con ministros como Fouquet, el cardenal le recomendó al monarca no prescindir de los servicios de este ministro siempre y cuando pudiera quitarle de la cabeza “los edificios y las mujeres”.
Curiosamente, fueron las primeras causas de su perdición. Si bien tenía varias casas en París, una gran propiedad en Saint Mandé y el bello hôtel d'Émery donde vivía a todo lujo, este sibarita, amante de las artes, estaba empeñado en construir una mansión a la altura de sus fantasías más exquisitas, el château en Vaux-le-Vicomte.
Creó una corte paralela y cayó en desgracia
Este edificio, cerca de Melun, estaba destinado a convertirse en una corte paralela donde el ministro acumulaba pinturas y esculturas de los artistas más famosos de Francia. Charles Le Brun y el paisajista André Le Nôtre decoraron el palacio. Este último fue el creador del extenso parque que rodeaba al palacio, con grandes avenidas, cascadas, fuentes y una gran terraza desde la que se podía disfrutar del paisaje.
Para 1659 el palacio ya estaba terminado y Fouquet decidió invitar al joven Luis XIV, con todo el lujo y el boato que solo él podía dispensar al monarca. Además de las exquisiteces con las que agasajó al rey y a sus invitados, organizó una espectacular exhibición de fuegos artificiales que parecían coronar la cúpula del palacio y como si esto fuese poco, Molière estrenó para la ocasión una ópera ballet llamada “Les Fâcheux”, con música de Lully. Los comensales menos adinerados comían en vajilla de plata, la comitiva del rey lo hacía en platos de oro.
Fouquet buscaba por todos los medios para impresionar al rey y lo hizo, pero no de la forma que hubiese deseado.
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La exhibición de riquezas no solo despertó la envidia del monarca sino la sospecha –o mejor dicho la convicción– de que Fouquet se había valido de actos de corrupción para acumular tales riquezas a expensas de un Estado en permanente bancarrota. Pocos días después de ágape, Nicolas Fouquet fue aprehendido bajo la acusación de malversación de fondos. Sus bienes fueron incautados, las residencias precintadas y el ex ministro alojado en una prisión lejos de lujos y manjares.
Tras dos años de juicio, Fouquet y algunos de sus estrechos colaboradores fueron condenados a muerte por desvío de fondos públicos y delito de lesa majestad. Al final su pena fue conmutada por la de cadena perpetua que debió cumplir en la fría prisión de Pignerol donde el otrora poderoso ministro murió en circunstancias extrañas, nunca debidamente dilucidadas, que dieron lugar a una de las versiones más fantasiosas en la que Fouquet se convirtió en el hombre de la máscara de hierro, un cuento disparatado brotado de la pluma de Alejandro Dumas.
Al final, este hombre culto, este político sagaz y hábil ministro, ha convertido su nombre en sinónimo de corrupción que desató la furia de su majestad, al sentirse burlado por esta casi obscena exhibición de lujos y riquezas, que el Rey Sol solo pudo superar con la construcción del palacio de Versallles.