Rusia se ha recuperado en los últimos años como el principal jugador geopolítico en el espacio euroasiático. Mientras el mundo camina inexorablemente hacia un multipolarismo competitivo, el entorno postsoviético se cierra en torno a Rusia. La amplia acción militar rusa en Ucrania es un indicador de un proceso mucho más complejo, el ocaso del pluralismo geopolítico en el espacio de lo que fue la URSS.
El pluralismo geopolítico fue establecido en el orden instaurado a partir del fin de la Guerra Fría y la creación de las nuevas repúblicas independientes, luego de la implosión soviética. Este pluralismo garantizaba un margen relativamente amplio de libertad para los nuevos Estados y aseguraba a las potencias como la República Popular China o Turquía la posibilidad de ampliar sus lazos con ellos, al mismo tiempo que se abría una ventana de oportunidad para la extensión de los intereses de Occidente. Claramente, este pluralismo no era favorable a los intereses geopolíticos rusos por lo que, en cuanto Moscú recuperó cierto orden económico y político con la llegada de Putin al poder, la ecuación comenzó a alterarse.
Esto se suma a la convicción de la actual elite rusa –especialmente los siloviki, los representantes del sector de seguridad nacional– sobre la importancia de recuperar la influencia en los territorios que históricamente estuvieron bajo control ruso. La guerra de los cinco días con Georgia en 2008, con el posterior reconocimiento de las repúblicas separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, la incorporación por la fuerza de Crimea en 2014, la intervención en Kazajstán durante este año y el apoyo a los rebeldes prorrusos de Lugansk y Donetsk son los ejemplos más relevantes.
En relación con el conflicto ucraniano, los problemas no son nuevos. Desde la independencia de Ucrania, las relaciones entre Moscú y Kiev fueron testigos de múltiples crisis. Sin embargo, en los últimos años, con el progresivo acercamiento de Ucrania al espacio euroatlántico y las expectativas de un sector importante de la elite ucraniana de ingresar en los organismos atlantistas, se generaron tensiones crecientes con Rusia. El período entre la revolución de Euromaidan en 2014 y la guerra de febrero de 2022 configura un ciclo de enfrentamiento indirecto cuya principal expresión será el conflicto en la región del Donbás, que en definitiva será el detonante de las operaciones de gran escala que Moscú comenzó el 24 de febrero a la madrugada.
La intervención de Moscú tiene un objetivo claro, expresado en diferentes oportunidades por Vladimir Putin y los principales funcionarios del Kremlin: la neutralización de Ucrania frente a Occidente. Un caso espejo de Finlandia. Al mismo tiempo, el Kremlin plantea un desarme de las fuerzas armadas ucranianas y un cambio en el liderazgo político. Para lograr ello, la campaña militar ya se ha organizado en tres ejes de acción. Por un lado, la búsqueda de superioridad aérea y naval convencional, además de las medidas de control del espacio y ciberespacio. Lo primero realizado mediante una serie de ataques por vía aérea –misiles cruceros e hipersónicos, además de bombardeos– para eliminar las defensas aéreas, neutralizar la capacidad aérea y afectar medios en instalaciones y bases militares. Por otro lado, hay un lento, pero progresivo, avance de tropas aerotransportadas, anfibias y terrestres, en tres frentes: norte, oriental y sur. Rusia busca derrotar de modo convencional a las fuerzas ucranianas y forzar el cumplimiento de los objetivos planteados mediante una rendición, ya sea implementada de modo convencional con la toma de la capital y la capitulación, o por medio de una negociación bajo el filo de la espada.
La postura estratégica rusa claramente presenta una posición revisionista a un orden internacional en crisis, mientras busca ordenar de modo jerárquico su zona de influencia. A partir de febrero de 2022, el pluralismo geopolítico en el entorno postsoviético no será lo que ha sido.
*Secretario ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales de la UCA.