OPINIóN
Crispación

El virus de la locura

Todos a las trompadas y patadas frente a un colegio en El Palomar: la policía secuestró hasta cuchillos.
Todos a las trompadas y patadas frente a un colegio en El Palomar: la policía secuestró hasta cuchillos. | Captura TV

Mirando en perspectiva lo que nos ha ocurrido en los últimos años y observando actitudes, reacciones y comportamientos de hoy, es imposible no asociarlos a las secuelas de la pandemia.

No me refiero aquí a las somáticas, ya difundidas por los médicos. Me refiero a cicatrices psicológicas. La mayoría de los terapeutas coincide en los efectos nefastos del confinamiento sobre la salud mental. Depresiones, ataques de pánico, ansiedad, agresividad, irritabilidad, mayor violencia de género, más conflictos en las relaciones de todo tipo.

Cuando miro en mi celular fotos de esos tiempos de “cuarenterna” (la más larga del mundo) y me veo con una máscara tipo ciencia-ficción, anteojos y barbijo, todo junto; cuando recuerdo el interminable aislamiento, el distanciamiento social de los cuales me salvaron la escritura, las videollamadas y los ansiolíticos, me digo a mí misma: ¿cómo quedar ileso después de todo eso?

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Me estoy acordando de una obra de teatro de Carlos Gorostiza (1958), titulada El pan de la locura. En ella hay una epidemia, pero se ignora la causa. Luego se descubre que un panadero elabora el pan con una harina contaminada… y que él lo sabe. Sus clientes, comiendo ese pan, enloquecen. Un tema algo ionesciano, pero muy característico de una sociedad como la nuestra, donde los intereses prevalecen sobre la ética. Cosas así ocurrieron durante la pandemia y los ejemplos sobran: vacunatorios vip, extraños negocios con los laboratorios, vacunas para países ricos y pobres según la procedencia, centros de aislamiento, control de las personas, pérdida de libertades, imposibilidad de despedir a los muertos, prohibiciones que algunos llamaron “infectadura”.

La grieta ideológica ya existente se alimentó con otras, suplementarias, que también se politizaron: los pro o antivacunas, los pro y anticuarentena. Era otra guerra, otra “polarización”.

Así, además del miedo y la incertidumbre provocados por la propia pandemia y la equívoca información difundida, con versiones contradictorias y alarmantes, se sumaron otros males: caos mental, impotencia, confusión, terror al contagio, una real paranoia.

No solo se le temía al virus, sino al abrazo, al beso, al ser humano que teníamos al lado y que podía apestarnos. Cualquier persona cercana era un enemigo en potencia, cuando no, un asesino latente, ya que el covid, en sus inicios, solía ser letal. Los hisopados ya eran una necesidad.

Yo misma –cuando me topaba con alguien en la calle–, me cruzaba de vereda, por las dudas. La desconfianza era total y el delirio persecutorio, inevitable. Como si todos hubiésemos comido “del pan de la locura” de Gorostiza. Como si el inasible virus con coronita fuera un rey exterminador.

¿Habíamos perdido el juicio? En cuanto a las autoridades, ¿lo conservaban?  

Las alteraciones psíquicas junto a la crisis moral detrás de la económica ¿no exacerbaron la agresividad, la sed de venganza, los odios, acrecentando una división y una confrontación que ya venían haciendo estragos?

Hoy, la realidad nos está hablando. El enojo y la violencia aparecen desde el hecho más nimio hasta lo mayúsculo. Peleas callejeras con finales trágicos, reacciones ciudadanas exageradas, escraches, amenazas, atentados.

¿Cómo se vuelve a cierta racionalidad? La cordura es una forma lógica de pensar y de actuar, donde predominan la sensatez y la prudencia.

Se requiere un regreso a la credibilidad, una transformación interior, un trabajo intenso con uno mismo para volver a nuestro centro, a nuestro equilibrio.  

“No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma”, clamaba Krishnamurti.

Porque esta demencia pospandémica no solo es individual, sino que se propagó hasta las más altas esferas. Se toman así decisiones desquiciadas, incoherentes, peligrosas, de consecuencias insospechadas.

Lo que más me inquieta es que, como decía el escritor y periodista Chick Palahniuk, la locura se está convirtiendo en la nueva cordura.

Por favor, no lo permitamos.

 

*Escritora y columnista. Su libro más reciente, de aforismos, es Estrellas Voladoras.