Los mentirosos existen desde que el mundo es mundo. Pero con la aparición de internet y de las redes sociales, las mentiras se esparcen muchísimo más rápido. El impacto nocivo de algunas de esas falsedades y engaños es a veces tan grande que no falta quien acuse a los mentirosos online de “criminales”.
Vacunas. ¿No será mucho? En estas épocas de pandemia, por ejemplo, las “fake news” y la desinformación provocada llevaron a millones de personas a rechazar ser inmunizados. El CEO de Pfizer, Albert Bourla, apuntó en noviembre del año pasado contra un “pequeño grupo” responsable de difundir desinformación sobre las vacunas producidas por su empresa y otras compañías alrededor del mundo.
“Esas personas son criminales”, dijo Bourla durante una entrevista pública con el think tank estadounidense Atlantic Council. “No son malas personas -abundó el ejecutivo-. Son criminales porque literalmente han costado millones de vidas”.
La batalla electrónica contra las vacunas arrancó apenas empezada la pandemia. Y ahora parece historia antigua, pero en los peores momentos del avance del coronavirus, a mediados del 2020, apareció el delirante video “Plandemic”, que hablaba de una conspiración detrás del covid que mezclaba “nanovirus”, enfermedades diseñadas en laboratorios militares y la “mano negra” de Bill Gates.
De nada sirven las estadísticas que confirman la eficacia de las vacunas: millones de personas en todo el mundo siguen pensando que son “veneno”, que “manipulan el ADN” de las personas o que no son necesarias porque la enfermedad se puede afrontar sin la ayuda de los laboratorios.
“La difusión de información errónea a través de una variedad de medios (televisión, radio, redes sociales) está alimentando el escepticismo sobre las vacunas que salvan vidas en Estados Unidos y en todo el mundo”, decía resignado el Washington Post en un artículo sobre los comentarios de Bourla.
Más del 75% de los adultos de Estados Unidos creen alguna fake news de vacunas
El diario de la capital norteamericana citaba también una encuesta de la Kaiser Family Foundation según la cual más de tres cuartas partes de los adultos en Estados Unidos “creen o no están seguros de al menos una declaración falsa” sobre el coronavirus o las vacunas.
Capitolio. Otra de las batallas madre de la desinformación cumplió su primer aniversario en estos días, el asalto sobre el Capitolio, en la ciudad de Washington, de miles de personas descontentas con el resultado de las elecciones de noviembre del 2020 que desalojaron a Donald Trump de la Casa Blanca y ungieron al demócrata Joe Biden como nuevo presidente.
Después de escuchar discursos de Trump y del ex alcalde neoyorquino Rudy Giuliani en la mañana del 6 de enero del 2021, hordas de partidarios del todavía presidente marcharon sobre el icónico edificio del congreso, varias de cuyas salas tomaron por algunas horas.
Todavía hoy se discute el número de muertos en aquella revuelta. En noviembre último, la diputada Alexandria Ocasio-Cortez, parte del “escuadrón” de izquierda del partido demócrata, afirmó en Twitter que diez personas murieron en el “ataque terrorista” del 6 de enero.
En realidad, según un recuento de FactCheck, un sitio especializado en desarmar “fake news”, el número de muertos durante el asalto es discutible, y es justamente el hecho de que esté abierto a interpretación lo que permite que los sectores pro-Trump y anti-Trump lo manipulen a gusto.
FactCheck hace un desglose y recuerda que dos manifestantes murieron por “causas naturales” (ataques cardíacos), otra falleció por una sobredosis de anfetaminas al día siguiente de la revuelta. Y, finalmente, está Ashli Babbitt, una veterana de la Fuerza Aérea, pro-Trump y seguidora del grupo conspirativo QAnon, que cayó bajo las balas de la policía del Capitolio y se convirtió en la principal “mártir” de la causa.
Por el lado de los agentes de las fuerzas de seguridad, la cuenta es también compleja, comenzando por los cuatro que se suicidaron en los días y semanas posteriores al caos en el Congreso. Durante la jornada de los destrozos, el agente de la policía del Capitolio Brian Sicknick murió a causa de las lesiones sufridas en enfrentamientos con los seguidores de Trump.
Al principio se había dicho que a Sicknick le habían pegado con un matafuegos, después que lo rociaron con un spray irritante o que sufrió dos ataques al corazón. La declaración oficial terminó explicando que murió por “causas naturales”.
Razones. Durante este primer aniversario de la rebelión de los supremacistas blancos y otros tipos de grupos extremistas de derecha se volvieron a revisar las razones detrás del desastre, que también siguen siendo motivo de discusión.
En este frente, todavía siguen con vida dos “narrativas” principales sobre quiénes instigaron la violencia: grupos antifascistas “infiltrados” entre la muchedumbre pro-Trump o agentes encubiertos del FBI, la policía federal estadounidense.
Voceros del comité de investigación de la cámara baja del Congreso estadounidense señalaron recientemente que están “trabajando” con Facebook para tratar de rastrear el recorrido de esas versiones a través de la red social.
“El 6 de enero no fue una coincidencia, fue otro doloroso recordatorio de que lo que sucede online no permanece online”, advirtió Rebecca Lenn, del grupo activista Avaaz, que llevó a cabo una investigación propia sobre los eventos de hace un año, citada por el USA Today.
Así es que volvemos al principio: Facebook, al igual que tantas otras redes sociales, foros, websites y organizaciones online se convirtieron en el amplificador perfecto para el lema “miente, miente, que algo quedará”, comúnmente atribuida a los propagandistas nazis.
Campañas y democracias. “En los ataques del 6 de enero hemos sido testigos de que las campañas de desinformación pueden amenazar incluso a las democracias más fuertes”, señaló Filippo Menczer, profesor de Informática y Ciencias de la Computación en la Universidad de Indiana.
Para el académico italiano-estadounidense, “las sociedades se polarizan más y la gente pierde la confianza en autoridades como científicos y médicos”. Entrevistado vía email por PERFIL, Menczer, director del Observatorio de Redes Sociales de la universidad norteamericana, no se anduvo con vueltas: “esto es muy peligroso”.
“La desinformación y la propaganda siempre han existido, e incluso han llevado a guerras a lo largo de la historia, no es un problema nuevo, precisó. Pero las redes sociales que facilitan la manipulación son nuevas”. Por ahora, reconoció, “debemos esperar amenazas crecientes hasta que la gente exija una regulación por parte de las plataformas y de los gobiernos”.
¿Hay esperanza, mientras tanto? Menczer cree que sí, “pero pueden pasar varios años” hasta que se desarrollen anticuerpos potentes contra las “fake news”.
“Necesitamos tanto una mejor tecnología como alguna regulación gubernamental para incentivar a las plataformas a tomar medidas más agresivas para moderar el abuso”. Se trata, claro, de “medidas que pueden afectar las ganancias, por lo tanto es posible que las plataformas no estén dispuestas a adoptarlas de manera espontánea”.
“Esto también requiere voluntad política, ya que parte de la desinformación online es impulsada por políticos” que forjan su poder con esa herramienta, completó.
Ahora. Mientras esperamos que lleguen esas regulaciones, ya existen algunas avanzadas “anti-fake news” en funcionamiento, comenzando por sitios como FactCheck o Snopes. Y, en Argentina, Chequeado, un website de verificación de información y datos que arrancó en el 2009.
“Siempre hubo campañas y operaciones de propaganda, pero ahora con las redes sociales es fácil, para alguien que quiere desinformar, generar contenido falso y distribuirlo”, explica a PERFIL la directora de Impacto y Nuevas Iniciativas de Chequeado, Olivia Sohr.
Para peor, admite la socióloga y periodista, “todos podemos transformarnos sin querer, sin saberlo, en vectores de esa desinformación al compartirla en nuestras redes sin saber que es falsa”.
Cuando se le pregunta cuáles son los peores casos de desinformación, Sohr apunta decididamente a aquellos relacionados con la salud, en sintonía con Bourla. En ese frente recuerda los rumores viralizados sobre las falsas capacidades curativas del dióxido de cloro contra el coronavirus o cualquier otra enfermedad, y el mito que afirma que, cuando alguien sufre un ACV, “hay que pincharle los dedos”. Un rumor como ese, alerta, puede hacer perder minutos preciosos ante una emergencia: el tiempo que se gasta en pinchar dedos hubiera sido mejor aprovechado en llamar a una ambulancia.
Otro “kit” de herramientas contra las noticias falsas está llegando desde la tecnología y la informática, en la forma de aplicaciones que “miden la autenticidad” en las conversaciones de la narrativa online, utilizando algoritmos e inteligencia artificial.
“Hay una enorme cantidad de datos que necesitan ser ingeridos, organizados y evaluados”, describe Dan Brahmy, CEO de Cyabra, una startup israelí que desarrolló una de estas aplicaciones. El software, precisó, “atraviesa las capas de conversaciones online en tiempo real para conectar puntos, medir la autenticidad y el impacto” de la “bola de nieve” de diálogos electrónicos, afirmaciones y rumores.
Esto permite a los clientes “descubrir tendencias” para medir “el pulso de las conversaciones genuinas” y posicionarse “contra la desinformación”, aseguró Brahmy a PERFIL.
Las aplicaciones anti-desinformación son ya una realidad, en especial si se tiene en cuenta el dinero que está llegando a las empresas que las diseñan. Cyabra, que tiene su base en Tel Aviv, sumó a fines del año pasado unos 5,6 millones de dólares en una ronda de recaudación de fondos de inversoras de capitales de riesgo, llevando su total a 7,6 millones.
Brahmy señaló que su aplicación es capaz de detectar el “origen exacto” de contenidos y “analizar las conexiones entre autores reales y falsos”. Cyabra, añadió, “desglosa y analiza miles de millones de conversaciones, comportamientos online, conexiones y mensajes de autores que interactúan con información errónea en las plataformas de redes sociales”.
Sofisticación y algoritmos. El emprendedor israelí dijo que plataformas como Facebook, Twitter y Reddit “han jugado un papel importante en la creación y difusión de desinformación”. Es una tendencia, agregó, que afecta no solamente al escenario político sino también a servicios financieros, marcas de consumo o agencias de relaciones públicas.
La tendencia, continuó, “se hizo aún más sofisticada” a causa del “aumento de la interferencia doméstica y la influencia de movimientos como QAnon”. El objetivo de las aplicaciones anti-desinformación es, precisamente, “identificar estos comportamientos y averiguar cómo se organizan las campañas”.
Si bien reconoce que “es casi imposible detectar” la desinformación antes de que se publique, si se puede ayudar a descubrirla “lo suficientemente temprano para mitigar” su alcance y propagación “y controlar la narrativa”.
Todos podemos transformarnos, sin saberlo, en vectores de una desinformación
En este sentido, Sohr, de Chequeado, apunta que “la tecnología es importante, pero no podemos basarnos solamente en algoritmos, porque quienes desinforman son muy inteligentes y pueden ir cambiando y haciendo pequeñas modificaciones en los contenidos para no ser detectados”.
Y apunta un inquietante ejemplo: frente a las acciones anti-fake news, las usinas de rumores conspirativos sobre la pandemia de coronavirus simplemente cambiaron la palabra “COVID” por “C0V1D”, con un cero y un uno en lugar de las vocales, para esquivar los detectores.
Sohr asegura que su organización cuenta con estudios que demuestran que los esfuerzos de “desmontar” las mentiras que circulan en internet rinden frutos y hacen bajar la curva viral de las fake news.
“La desinformación embarra la cancha y nos corre la agenda, nos hace discutir sobre cuestiones que no tienen ninguna base, en vez de dedicarnos a las realmente importantes”, hace notar.
En todo caso, ahí están, para los que quieran escuchar o leer, los resultados logrados por las aplicaciones especializadas o websites como Snopes o Chequeado. Los rumores falsos pueden seguir con vida mucho tiempo, pero existen las herramientas para aligerar su impacto.
Se trata, concluye la socióloga, de “tomarse unos minutos antes de compartir con todos nuestros contactos un mensaje que genera una emoción muy fuerte, como suelen hacerlo las desinformaciones”, investigar un poco, buscar datos serios online y decidir si tirar o no ese posteo, foto o meme viral al tacho de basura de internet.
*Periodista. Ex corresponsal de la agencia ANSA en Washington.