Los pronósticos son desalentadores. Al panorama poco feliz que viene vaticinando hace varios años la consultora tecnológica Gartner respecto de que “para el año 2022 la mitad de las noticias que leamos serán falsas”, diferentes consultoras en la materia y empresas periodísticas han dejado en claro que el próximo 2022 será un año muy duro, en materia de financiamiento y sobre todo credibilidad. Lo cierto es que si no se toman cartas en el asunto, cada vez más vinculadas a la educación mediática y a nuestra viveza para no caer en contenidos desinformativos, la problemática seguirá in crescendo en el próximo año.
La variante ómicron del coronavirus revivió el gen del ADN de desinformación que circula en las redes sobre la pandemia. Desde aquellos que creen que la misma es “humo” porque no tiene una letalidad como su predecesora (delta) hasta quienes han empezado a sospechar que el virus ha sido utilizado para encubrir otros objetivos más siniestros en el concierto geopolítico internacional, por estos tiempos ha comenzado a circular un peligroso discurso que solo congenia con ese atractivo que, como bien describe la especialista en desinformación de la Universidad de Washington, Rachel Mon, “nos permite escapar mentalmente de la realidad de que el virus sigue siendo una amenaza”. En definitiva, allí, en la confortabilidad ideológica que nos permite manipular la verdad y adaptarla a lo que cada uno cree como válida, es donde cala hondo la desinformación.
La desinformación y los desafíos del fact checking
Frente a ello, la intervención gubernamental no puede ser considerada como una herramienta valiosa porque ha demostrado no llegar a un buen destino (mucho más por estas latitudes). El refuerzo de esta postura solo cumplirá con aquello que comentó el ex titular de la SIP, Ricardo Trotti, en la Cumbre Global de la Desinformación del pasado mes de octubre. “No tenemos que caer en censuras o regulaciones que terminen por impulsar un mal mayor del que tratamos de remediar” había sostenido en la apertura de dicho evento, organizado por la propia SIP, el Proyecto Desconfío y Fundación para el Periodismo. Infinidad de casos hay a lo largo y ancho del mundo, citando el controvertido caso de nuestro país del Observatorio Nodio, del cual poco y nada se sabe respecto de su accionar.
No obstante, es indudable que la desinformación ha adquirido una dimensión “casi abrumadora”, tal como la describió el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans. Es imprescindible que las personas tengan a su alcance las herramientas para poder detectar esta informaciones imprecisas para no continuar con su propagación. La desinformación ha crecido y ha dejado obsoletos algunos mecanismos de control que aplicaban las plataformas digitales, gambeteando los algoritmos, tal como ha evidenciado el reciente informe del EU Disinfo Lab. Allí ha quedo al descubierto cómo se ha logrado eludir la moderación, camuflando algunas palabras con otros caracteres como números, mayúsculas o errores de ortografía, sin trastocar el sentido de las mismas. De este modo hemos podido ver videos que hablan de que el “Ministro de S4lud de Chile no asegur4 que las v4kunas sen efectivas” o de una suspensión de “V4kuNAs” y/o de “B4kunAs”. Esto implica un diagnóstico más grave de lo que se presume. A la ya complejidad existente de diagnosticar la veracidad o no de una noticia, posteo, audio o imagen, ahora encontramos una nomenclatura que dificulta más su monitoreo.
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A la luz de los hechos, es indudable que la desinformación crecerá en el próximo año, tal como pronostica Gartner. La proliferación de los contenidos falsos aumentará su volumen porque es algo que reside en la esencia del ser humano, en esa condición de seguir reafirmando sus sesgos cognitivos y prejuicios. Además, las sociedades (ni hablar de Argentina) desnudan una cada vez mayor radicalización en las posturas ideológicas, evitando la construcción de puentes que acerquen posturas tan opuestas. Sí, la grieta no es artista exclusiva de nuestro país como el tango o el dulce de leche. Y, también, porque la gente ya no está consumiendo un único canal o una sola red social de moda, sino que consume varias de manera simultánea, por lo cual el contenido ya no es exclusivo de un solo lugar sino que se difunde con mayor velocidad intraplataformas.
El panorama no es para nada alentador pero tenemos que volver a darle una mayor preponderancia a lo que sí podemos hacer como ciudadanos y ni hablar como periodistas, que es reafirmar la importancia de la alfabetización mediática -no únicamente de medios sino también de plataformas digitales- como un primer paso trascendental para mitigar los efectos de los contenidos falsos, aprendiendo a reconocer y distinguir la información errónea de la desinformación. Sin dudas que este pequeño cambio en el comportamiento no alcanzará para reducir la desinformación pero indudablemente será un aporte muy valioso para empezar a combatirla en serio.