OPINIóN
Análisis

Fariseísmo Societal

Las jubilaciones de privilegio y la necesidad de una Argentina más solidaria, que no sea un eslogan mediático.

Pobreza
Pobreza en Argentina. | Walter Piedras / flickr.

Observar escrupulosamente, con apego minucioso, los preceptos de la Torá, ley contenedora del patrimonio identitario del pueblo judío con supremo interés en la manifestación externa, agrupa a sus seguidores bajo la categoría de fariseos. 

Jesús confrontó a escribas y maestros de la palabra de Dios al compararlos con sepulcros blanqueados. Relucientes por fuera y plagados de podredumbre vomitiva por dentro. Dicen y no hacen. Predican agua y beben vino.

El hipócrita, farsante, fariseo oculta corrupción moral. Fingir preocupación por la situación acuciante de pauperización social no demostrada en hechos da cuenta de una realidad paralela. La escena de pobreza actual en nuestro país no encuentra un correlato con la actitud de quienes se supone detentan el rol de servidores públicos. 

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

¿Con qué desfachatez se abraza la noción de impartir justicia o de representar y defender los intereses de nuestra Nación en el exterior cuando lo que se reza no encuentra un plano lógico de ejecución cotidiana?

La Ley 24.018 que data del año 1991, fija un marco normativo jubilatorio de privilegio que comprende mensualidades vitalicias para el Presidente, Vicepresidente de la Nación, Jueces de la Corte Suprema; regímenes para Magistrados y Funcionarios del Poder Judicial, del Ministerio Público; Legisladores Nacionales, Ministros, Secretarios y Subsecretarios del Poder Ejecutivo Nacional entre otros. Asimismo, la Ley 22.731 instituye el régimen jubilatorio específico para el Personal del Servicio Exterior de la Nación sancionada y promulgada durante el Proceso de Reorganización Nacional​ (febrero de 1983).

Jueces y diplomáticos deberían abrazar un sentido de la ética por encima de la media social. ¿Con qué desfachatez se abraza la noción de impartir justicia o de representar y defender los intereses de nuestra Nación en el exterior cuando lo que se reza no encuentra un plano lógico de ejecución cotidiana?

Una Argentina más equitativa, más solidaria, más moral. Que deje de convertirse en un slogan de visualización mediática para hacerlo carne en cada uno de los estratos sociales. En “La Comunidad Organizada”, Juan Domingo Perón resalta el postulado de Spencer: el sentido último de la ética consiste en la corrección del egoísmo. “Si la felicidad es el objetivo máximo, y su maximización una de las finalidades centrales del afán general, se hace visible que unos han hallado medios y recursos para procurársela y que otros no la han poseído nunca. Aquéllos han tratado de retener indefinidamente esa condición privilegiada, y ello ha conducido al desquiciamiento motivado por la acción reivindicatoria, no siempre pacífica, de los peor dotados”.

Hoy, la pobreza visibilizada y los excluidos sistémicos claman a gritos, como voces en un desierto de incomprensiones y apatías sensoriales: basta de privilegios para unos pocos en desmedro de tantos.

¿Qué es el egoísmo? La lucha continua en un marco de competencia atroz abre las puertas para la inestabilidad permanente. Para Thomas Hobbes, tres son las causas de la discordia en la naturaleza del hombre: la competencia, la desconfianza y la gloria. La primera impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda para lograr seguridad y la tercera para ganar reputación.
En la guerra de todos contra todos es imposible diferenciar lo que es justo e injusto ni mucho menos determinar los componentes de un pacto social de convivencia pacífica, piedra angular que regule las relaciones societales.

Muertos en vida circulan por la sociedad aquellos que transitan una realidad paralela. La construcción de subjetividades entorno a beneficios sectoriales por encima de las necesidades sensibles que apremian a los más golpeados. 
Egoísmo, negación y ausencia de otros valores. ¿Combatirlo? Más bien alimentar la virtud inherente a la justicia, la reciprocidad y solidaridad. El placer de traducir en acciones el dar más que el recibir.

La libertad de una sociedad no se proclama, se ejercita. La libertad no es un derecho formal garantizado por nuestra Carta Magna, es vivencial. Imaginar una vida libre sin principios éticos es utopía. Hoy, la pobreza visibilizada y los excluidos sistémicos claman a gritos, como voces en un desierto de incomprensiones y apatías sensoriales: basta de privilegios para unos pocos en desmedro de tantos.

Analista Política. Magister en Relaciones Internacionales Europa – América Latina (Università di Bologna). Abogada, Politóloga y Socióloga (UBA).

Twitter: @GretelLedo