Todavía no había comenzado la cumbre del G20 cuando se produjo el primer traspié. El miércoles a la noche, el presidente de Francia, Emanuel Macron, descendió de su avión en Ezeiza y se encontró con que no había nadie para recibirlo. Desconcertado, le dio la mano a un trabajador aeroportuario con chaleco amarillo. Cuando ya Macron y la primera dama francesa se subían al auto para dirigirse al hotel, apareció la comitiva, encabezada por Gabriela Michetti. Ahí mismo, la vicepresidenta apuró las cordialidades protocolares e intentó un francés de ocasión.
Los medios enseguida se hicieron eco de la noticia, a la que no dudaron en calificar de “destrato” y “papelón”. Como los errores siempre venden más que los aciertos, poco importaron, en comparación, la otra veintena de recibimientos que se produjo sin inconvenientes. Es una moraleja para el gobierno, como organizador de esta cumbre: cuando todo termine, se recordarán de este G20 solo un puñado de anécdotas y gestos. Con igual facilidad, puede quedar en la memoria como un gran logro o como un enorme despropósito.
En este sentido, me pregunto si no hubo oportunidades perdidas para aprovechar esta cumbre, también, en el juego de la política local. ¿Por qué, entre todas las comitivas de bienvenida, no participaron miembros de la oposición? Aunque no exista una obligación protocolar de que esto ocurra, hubiese sido una demostración de amplitud. La foto de un dignatario extranjero con Schiaretti, Urtubey o algún otro gobernador, hubiese sido más contundente que una con un miembro cualquiera del gabinete.
La política exterior siempre ha sido una de las obsesiones de la presidencia de Macri. Volver a tener relaciones cordiales con el resto del mundo, romper con el aislamiento de la década kirchnerista, mostrarse como un país estable y confiable: todos estos fueron ejes centrales de una política destinada a atraer inversores extranjeros, y se volvieron aún más importantes cuando hubo que recurrir al Fondo Monetario Internacional.
Al mismo tiempo, Macri tenía claro que debía convencer a la opinión pública argentina de que este retorno “al mundo” era algo deseable. EEUU, el FMI y los inversores extranjeros en general no suelen ser santos de la devoción del argentino promedio. Por eso, la cumbre del G20 en Buenos Aires busca el doble objetivo de deslumbrar al resto mundo y convencer a los locales de este camino a seguir.
Pero falta un tercer aspecto, que ha sido siempre ha sido la deficiencia del gobierno: saber capitalizar este logro en el escenario político local. Michetti, por ejemplo, salió a aclarar que ella no llegó tarde, y trascendió que “el error” se había debido a una desavenencia con el canciller Faurie. En las comitivas faltan los opositores, pero también los miembros del Cambiemos amplio, excepto Monzó, que participó en la recepción de Trump.y Gerardo Morales que fue a recibir a Xi Jinping.
Por un lado es lógico que el gobierno, que carga con la responsabilidad de organizar la cumbre, quiera quedarse también con el mérito. Este momento de gloria es un acto de campaña. Pero quizás había mucho más para ganar con la presencia de miembros de la oposición.
Por empezar, ninguno se hubiera resistido a participar en este momento geoestratégico y un poco cholulo. Para la opinión pública, el mensaje hubiese sido que el gobierno es capaz de dejar de lado las diferencias y el egoísmo, y que la política puede plantear un futuro de unión a pesar de las diferencias.
Para los opositores, la invitación hubiera sido un gesto para mostrar que se los reconoce y respeta. Esto es importante, ya que, por los planes para 2019, solo Cristina es tenida en cuenta, mientras que el resto de la oposición es ninguneada. Por último, también habría sido una muestra de estabilidad para el mundo, y una oportunidad de buscar acuerdos para ciertas regiones del país.
Macri no hubiera tenido que resignar el protagonismo; por el contrario, hubiera aparecido como una figura preponderante y líder, con toda la política subordinada a él. Primó otra vez el interés inmediato, y faltó la visión a largo plazo. La cumbre todavía puede ser un éxito, pero también fue una oportunidad perdida.