OPINIóN
TERROR EN EL CENTRO DEL MUNDO

Griterío en un café de El Cairo

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Pirámides. El autor en 2001 en Egipto, donde estudiaba. Después de los atentados, desaparecieron los turistas. | cedoc

El Cairo era en septiembre de 2001 una ciudad de más de diez millones de habitantes y yo había llegado hacia finales de agosto de ese año. Era el cumplimiento de un sueño: vivir durante un año estudiando árabe gracias une beca del gobierno egipcio. Había terminado hacia menos de un año mi carrera de relaciones internacionales, deseaba especializarme en Medio Oriente y la oportunidad de estar en la ciudad más importante del mundo árabe era la mejor opción.

En esos primeros días era todo nuevo: los compañeros de clases de las partes más recónditas del mundo, los profesores amabilísimos y más que pacientes con mi árabe moderno estándar que se alejaba bastante del acento egipcio, la comida, las calles. El turismo, sobre todo, era el gran protagonista, ¡miles de personas en las inmediaciones del Museo Egipcio, en los hoteles del centro, en los cruceros del Nilo, en las pirámides! 

El martes 11 de septiembre había ido a clases por la mañana y por la tarde estaba hablando por Messenger (no había otras opciones en aquella época) con amigos y familiares. Como no tenía internet en mi lugar de alojamiento, iba a un cibercafé con unas desvencijadas computadoras que eran mi única línea de conexión más allá de la llamada telefónica semanal con la familia.

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Esa tarde, mientras comentaba a mis contactos de Messenger acerca de mi nueva vida en El Cairo, escuché un griterío en el café, mi primera reacción era pensar que la gente estaba viendo un partido de fútbol en la televisión y que había habido un problema. Pero, los gritos continuaban, dejé la computadora y me acerqué a la parte del café donde estaban los televisores y vi algo que parecía una película de cine catástrofe: humo y explosiones en el centro de Nueva York. Nadia entendía nada, todo el mundo hablaba rápido, demasiado para mi árabe egipcio básico, hasta que comprendí que era un ataque, las imágenes comenzaban a repetirse una y otra vez. 

Volví a mi alojamiento donde otros estudiantes tenían información en idiomas que entendía mejor y así tomé conciencia de lo que había sucedido. Esa tarde nos dedicamos a recabar toda la información posible, incluyendo un regreso al café para balbucear con los clientes y ver las noticias en Internet.

Al otro día la vida en las calles era muy rara, los turistas habían desaparecido, muchos policías, el muchacho que atendía el comercio donde compraba diariamente quería saber insistente que pensaba un extranjero sobre lo ocurrido.

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Yo lo primero que hice fue ir al kiosko y comprar todos los diarios del día, Al Ahram, Goumhouriya, Masr al youm, Ash Sharq Al Awsat, etc, era un hecho histórico, podía verlo, pero no podía ver lo que habría más allá. En los días siguientes muchas embajadas, particularmente las europeas, les recomendaron a sus ciudadanos volver a sus países, para algunos compañeros el año académico terminó muy pronto. 

Complejidad. Viví ese año en Egipto, en un contexto complejo, con el inicio de la guerra de Afganistán, las tensiones entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina, el fin del período de la posguerra fría. Pude vivir en un ámbito con pocos extranjeros, visitar lugares turísticos sin hacer colas, aprender el idioma, conocer un poco más sus puntos de vistas y las percepciones de los jóvenes de aquella época. Lo más importante, ver de cerca la complejidad de esas sociedades.

Pero a pesar de esa complejidad, el terrorismo se convirtió en el gran tema, casi omnipresente. Eso llevó a simplificaciones en demasía, a ver terroristas en todos lados, a un discurso donde todo lo de Medio Oriente, lo árabe, lo musulmán era visto como una amenaza. Recuerdo las diferencias entre el mundo que imaginaban mis conocidos desde el exterior y mi vida en esos meses, con la gente con las mismas preocupaciones que cualquier ser humano.

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El 11-S llevó a la generación de una agenda unidimensional, solo seguridad y nada más que seguridad. Las demandas sociales y políticas se analizaban en función de ese prisma. Los errores de esa postura los vimos 10 años después con la inestabilidad que generó las denominadas “Primaveras árabes”.

En medio de ese nivel de conflictividad a la que lamentablemente nos tiene acostumbrado Medio Oriente, para mí fue mi primer contacto con esa realidad a la que quería dedicarme profesionalmente. A pesar de ello siempre digo con añoranza “^indi guz min ^albi fi masr” (tengo un pedazo de mi corazón en Egipto).

*Director del Programa Ejecutivo en Medio Oriente, Universidad Católica Argentina.