En lo que va del siglo XXI emerge un nuevo escenario nunca alcanzado por el Planeta. Los usos irracionales sobre los recursos muestran resultados tangibles a una escala inimaginable. El cambio climático es una amenaza a la vista de todos. Afecta a la sociedad actual y será determinante en la vida adulta de los niños de hoy. Las Nacionales Unidas pautaron metas concretas para revertir la situación y los países integrantes se han comprometido a cumplirlas. La Organización Mundial de la Salud, que había acuñado a fuego la necesidad de contar con 10 a 20 metros cuadrados de vegetación por habitante, ahora señala que esa superficie debe tener alta biodiversidad.
En un ámbito universitario el jardín nativo aporta recursos didácticos y materiales para estudios. Entre octubre de 2017 y febrero del 2020 incorporamos a los jardines internos de la sede Villanueva de la Universidad de Belgrano 28 especies de plantas nativas. También documentamos la presencia de 74 invertebrados nativos y 5 exóticos.
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Las flechillas y otras gramíneas nativas dieron momentos de gran belleza durante la maduración de sus frutos blanco-plateados, creando efectos visuales atractivos cuando se iluminaban con el sol directo. Fueron estos pastos uno de los hábitats de varias especies de invertebrados, entre ellos varios tipos de saltamontes. Este ensayo de cultivo de plantas nativas en una matriz urbana cumplió con la hipótesis que nos habíamos propuesto: la fauna detecta estos “oasis” silvestres y se torna allí más abundante.
En uno de los canteros con acceso a la tierra, encontramos en la primavera-otoño de 2017-2018 un nido activo del abejorro negro o mangangá. Si bien es una especie localmente común, no es fácil detectar sus nidos, que pasan inadvertidos en el suelo cubiertos por plantas. Lo que nos enseñó el mangangá negro es la aplicación del concepto de biocorredor. Los animales silvestres trazan rutas entre un jardín y otro, formando cada especie una red particular. Esa trama de rutas invisibles para nosotros se torna tangible cuando analizamos los “archipiélagos” de naturaleza para instalar biocorredores urbanos. En la medida que haya más jardines y estos tengan especies nativas, mayor será la variedad de especies y mayor la abundancia de la fauna de la ciudad.
Ley de Humedales: hacia un equilibrio ambiental, social y productivo
El último informe de cobertura vegetal editado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires detectó gran heterogeneidad en la distribución de la cobertura verde. El 69% de la superficie está ocupada por construcciones y el resto por vegetación: 20% en espacio verde público y el 11% restantes en jardines privados. En otras palabras: la vegetación de las propiedades privadas aporta 8 metros cuadrados verdes por habitante de los 22 metros cuadrados totales.
Este patrimonio en terrenos privados es un tesoro social. La biodiversidad es un recurso valioso para la salud pública. Un manejo estable y consciente de los jardines domésticos urbanos podrían funcionar como refugios de biodiversidad y, si se formará una red de ellos, como pequeños biocorredores, favoreciendo el intercambio natural de especies. En la medida que cuenten con plantas nativas potencian sus servicios ambientales, fuente de calidad de vida a escala de comunidad.
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En el ámbito privado tenemos grandes libertades para actuar. Contamos con el respaldo de la ciencia y “el derecho al ambiente sano” que pauta la Constitución nacional. Alcanzamos un grado de conciencia fabuloso para comprender cómo el accionar en nuestros jardines aporta equidad y mejora social en el barrio y la ciudad. Es el momento oportuno para hacer nuestro aporte al paraíso urbano.
* Eduardo Haene. Profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Belgrano. Artículo coescrito junto con las estudiantes de Ciencias Biológicas Candela Castro y Camila Condomiña.