Desde hace unos años a esta parte se viene hablando con profundidad (Natalia Aruguete y Ernesto Calvo, Mario Riorda, Carlos Scolari, entre otros) respecto de las implicancias de la posverdad, las fakes news, la infodemia y hasta la infoxicación que afecta al debate sobre asuntos públicos en sociedades con altos déficits republicanos.
Desde los estudios sociales, la dicotomía verdad vs. posverdad no tiene nada de nuevo como tema de debate y discusión académica y social. A esta complejidad dicotómica la consagró en toda su dimensión, hace tiempo, Friedrich Nietzsche. Así, consagró la génesis de que la verdad no existía y en el mejor de los casos creeríamos en invenciones, arbitrariedades o a meras interpretaciones sobre posibles hechos. No más que eso, como si fuera poco y fácil de asimilar aún hoy.
Por ende, existen muchos planos desde los que se puede discutir esta idea y además la crisis que sufren las actividades que se precian de vivir y transmitir siempre la verdad como la ciencia, la religión y el periodismo. Para el caso, desde el 2017, venimos indagando y nos importa analizar y conectar a la idea de posverdad con la idea de postproducción política o su correlato material y simbólico, hecho que entendemos necesario al que hay que prestarle atención y reflexionar.
El término Postproducción (2009, Hidalgo Editora) remite a un libro -pequeño pero ya clásico de los estudios culturales- escrito por Nicolas Bourriaud, muy recomendable para entender los consumos culturales actuales, pero a partir del cual propongo pensar la política y los tiempos actuales de postproducción -técnica digital en estos días- siendo un recurso clave en tanto permite ajustar sonidos y videos a estéticas e ideologías conforme relatos de ocasión o de época sin reconocer la realidad o criterios éticos.
En síntesis, la postproducción de la política afecta directamente a los consensos sociales e institucionales que se pretenden sostener en la verdad.
Históricamente, este recurso técnico digital en manos de la política, en la Argentina al menos, quizás tenga su primer desarrollo concreto y efectivo en la campaña de la Alianza a fines de los años 90, pero es decisivo y toma toda su amplitud durante los gobiernos kirchneristas, momentos en donde el relato constructivista se vuelve un fenómeno intensivo y extendido que se direcciona para influir y afectar la interpretación de la realidad de los hechos.
La postproducción política entonces se materializa de modo audiovisual con fines a difundir, primero, un imaginario identitario diseñado consecuente en una campaña electoral y las propagandas de políticas públicas para poder establecer y dar soporte, en segundo término, a un sentido común instaurado para un grupo o sector social al que le resulta útil esta postproducción para explicarse la realidad o conseguir respuestas a problemas comunes y así obtener un atajo cognitivo ante la complejidad que los rodea.
¿Qué características tiene el populismo?
Por ello, esta posproducción nunca se da en el vacío sino mediante el uso concreto de medios de comunicación y materiales simbólicos y culturales previos en donde un actor decide intervenir para transmitir y resignificar o reutilizar en provecho propio un sentido común social o político.
Lo importante a resaltar también es que, en esta actividad técnico-política de búsqueda de legitimidad, co-participa en alguna medida el que la visualiza o consume lo cual nos permite entender la ocurrencia de procesos sociales extendidos en donde el pueblo se hace carne del discurso del líder, lo toma como propio y lo defiende sin sopesar a la saludable crítica que distingue roles y mantiene la distancia entre representante y representado, como bien establece el Estado de Derecho y se permitiría en un espacio público de debate abierto.
A esta relación planteada hay que sumarle además que hay ciudadanos apolíticos, los hay descontentos con la política o que no quieren saber nada por un tiempo sobre la política, restándonos enumerar a los que pueden tener algún interés en particular pero también no logran tener todas las herramientas analíticas y la información completa como para dilucidar los claros oscuros de la publicidad electoral o la información institucional de gobierno. Esta casuística también resulta favorable a la postproducción de la política.
Entonces, si la posverdad afecta negativamente la relación entre hechos e ideas, la postproducción política nos encuentra poniendo bajo análisis crítico al uso de las técnicas de comunicación que en la Argentina se impusieron mediante los liderazgos populistas, y a contrapelo, de los bajos índices de desarrollo y crecimiento, información estadística pública y otros indicadores que han sido opacados, maniatados, intervenidos, cuando no, resignificados para que no entren en conflicto con la comunicación postproducida.
Definitivamente, la posverdad y la posproducción política son eslabones que siguen poniendo en jaque a las bases para un acuerdo cívico razonable sobre ideas, datos y prácticas visibles y escrutables con las que podríamos mantener vigente un contrato republicano, democrático y liberal suficiente para alcanzar una vida civilizada y sin atenuaciones o manipulaciones respecto de la información pública y la verdad. De la democracia delegativa (O´Donnell) y las nuevas hibridaciones pasando por las digitalizadas no hay mucho que contraponer por ahora.
Instistimos, todo esto no es una cuestión menor, en tanto debemos alertar y mantener en alza el debate cívico que quite el velo a la opacidad informativa y a la demagogia de los actuales liderazgos personalistas que potencian la postproducción de la política tanto para la comunicación de gobierno, durante el 2020, como en los tiempos de campañas electorales en el año 2021.
De pólvora, chocolates y noticias falsas
Recordemos: sin diversidad real de formación y conocimiento y de fuentes de información y lenguaje claro luego no hay libertad de opinión posible. Por lo cual, sin versiones expuestas libremente no hay lugar ni espacio seguro para un debate público, y finalmente, sin debate con el esfuerzo puesto en la búsqueda de la verdad como valor republicano irrenunciable no hay consensos democráticos extensos y sostenibles para institucionalizar y/o reclamar desde la individualidad o la comunidad de intereses bien entendidos.
Javier Adrián Cubillas