Quizá ningún otro filósofo del siglo XIX ha ejercido tanta influencia, a salvedad de Marx, como Friedrich Nietzsche (1844-1900), una de las más notables figuras de la historia de la filosofía occidental. A pesar de ello, su nombre está asociado con la locura, la sífilis, el incesto, la esclavitud y los fascismos, por decir lo menos. De diversos modos y desde distintos focos se ha tejido en torno al sujeto Nietzsche una maraña de equívocos y tergiversaciones, con el resultado de convertir su pensamiento en un delirio, una retahíla de sofismas o una serie de metáforas irracionales. Es bastante común rechazarlo echando mano al clásico argumento ad hominem (del latín, “contra el hombre”), que consiste en atacar a quien plantea una tesis para rebatirla y no a esta misma. Esta falacia intenta descalificar a la persona (por ejemplo, moralmente) para convertir, por extensión, lo que piensa en una aberración o una tontería. De todos modos, estos argumentos no han logrado gran eficacia respecto de Nietzsche.
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Su influencia, que comienza a principios del siglo XX, alcanza al feminismo, el anarquismo, el sindicalismo revolucionario, el socialismo, el nacionalismo y, hasta cierto punto, al fascismo italiano. En el caso del nacionalsocialismo alemán, al cual adhería la hermana de Nietzsche, Elisabeth Förster-Nietzsche, el pensamiento nietzscheano fue desvirtuado y manipulado, junto con el Archivo que dirigía Elizabeth (de ideas antisemitas), con fines de propaganda del régimen. El Archivo Nietzsche, ubicado cerca de Weimar, funcionó durante los primeros años del siglo XX como un centro que convocaba a un público muy variado: Rudolf Steiner (fundador de la antroposofía), Anatole France, André Gide, Gabrielle D’Annunzio, Gustav Mahler, H. G. Wells, Lou-Andreas Salomé, Rainer María Rilke, y varios miembros de la Sociedad de Viena, entre ellos Sigmund Freud y Carl Jung. Además, Nietzsche influye en la teoría crítica, en el existencialismo, la fenomenología y el posestructuralismo, y en autores como Martin Heidegger, Georges Bataille, Karl Jaspers, Albert Camus, Maurice Blanchot, Pierre Klossowski, Merleau Ponty, Max Weber, Michel Foucault, Jacques Derrida o Gilles Deleuze, entre otros.
De cualquier manera, el pensamiento de Nietzsche contiene una energía fulminante que ha atravesado todo el siglo XX y lo que va de este abriendo toda clase de interrogantes acerca del futuro de la civilización. La crítica que ha desarrollado de la metafísica, la religión cristiana, la moral, la modernidad y la democracia no ha pasado desapercibida para los pensadores y filósofos más interesados por el destino del mundo. Nietzsche constituye no sólo un “maestro de la sospecha” (junto con Marx y Freud, según la fórmula de Ricoeur) acerca de la superioridad ontológica de la conciencia y la razón sino de los principios y las ideas fundamentales que han ordenado la historia de la humanidad occidental. Se alza como una voz que alerta sobre el predominio de las verdades eternas, la idea de progreso, el conocimiento científico, la masificación, la moral gregaria, entre otros Idola tribu. En última instancia, Nietzsche resume en el cristianismo, no tanto como religión, sino como moral, la decadencia que prevé para la modernidad tardía. Es decir, la irrupción del nihilismo.
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Este concepto es el más inquietante del pensamiento nietzscheano porque se refiere, en buena parte, al siglo XX y XXI, dos siglos en que se despliega el nihilismo a través de guerras y catástrofes de todo tipo, sin que se vislumbre el carácter que tendrá su final. Supone un cambio de edad, de corte radical con todo lo conocido, la condición de un nuevo orden de mundo, y también una destrucción sin precedentes. En este sentido, el nihilismo adviene de modo inevitable debido a los valores morales que han regido Occidente durante más de dos milenios. Se caracteriza porque esa valorización del mundo y de la vida humana ingresa en una fase de decadencia, de corrupción y devaluación. En el nihilismo los valores morales ya no valen, o valen menos o muy poco, se descomponen, se degradan, se atrofian, se instrumentalizan o se mancillan, en una palabra, pierden sentido. Nietzsche nunca concluyó de pensar el horizonte del nihilismo, pero dejó algunas orientaciones para dilucidar como afecta psicológicamente ese desastre de una moral sin valor.
Por un lado, según algunos fragmentos póstumos, se configura un nihilismo pasivo, que alude a un estado psicológico de indiferencia y apatía, conformismo y desesperanza, cansancio moral y afectivo, que tiende a buscar estímulos artificiales o medios de adormecimiento. También, de modo similar, un nihilismo incompleto que intenta evitar los efectos de la decadencia de los valores morales, aunque desprovisto de una nueva moral. Por otro lado, se encuentra el nihilismo activo, también incapaz de crear nuevos valores, que se apoya en la vieja moral en decadencia para alcanzar sus propios fines, con la consecuencia de avanzar en la destrucción de esos valores que utiliza como medios. Este nihilismo aparece en el pensamiento nietzscheano como el más difundido y con más posibilidades de acrecentarse en desmedro de los otros, lo cual implica algunos problemas. Los nihilismos pasivo e incompleto reconocen y padecen la devaluación o los disvalores generados a partir de la disolución de los valores morales, si bien son inactivos o reactivos, pero el nihilismo activo explota la decadencia moral para hacerse más fuerte y poderoso, a la vez que contribuye y acelera su derrumbe. Nietzsche se inclina con algunos reparos por este nihilismo, en la misma medida que expresa una voluntad de poder destructiva de los viejos valores que han perdido su valor.
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La doctrina de la voluntad de poder, que Nietzsche no termina de elaborar, está concebida para la edad del nihilismo desatado, para la decadencia de los valores y la pérdida de sentido del mundo y de la historia. Entre sus atributos se encuentra el de crear nuevos valores, nuevas perspectivas del mundo, a favor de la potencia de la vida. Lo malo, como afirma Nietzsche en una conocida frase de El Anticristo, es aquello que debilita la vida, lo bueno lo que la hace más fuerte, más potente, más poderosa. La historia de la humanidad, según el pensamiento nietzscheano, es la historia de las fuerzas que han despotenciado la vida humana.
*Doctor en filosofía, escritor y periodista
@riosrubenh