OPINIóN
Educación y pandemia

La letra con cuidado entra

De vuelta a la presencialidad, el docente debe asumir la demanda ya no solo de enseñar, sino también la de cuidar ante condiciones adversas. La escuela toma el desafío de construir espacios que impliquen pensar en el cuidado como condición para lo escolar.

La vuelta a clases, bajo el Ojo de Perfil.
La vuelta a clases, bajo el Ojo de Perfil. | Pablo Cuarterolo

La escuela como institución ha sido desde sus inicios la encargada de legitimar los modelos de producción y reproducción social. Nace como un espacio de socialización secundaria en complementariedad a la familia, convirtiéndose de ese modo no solo en lugar donde se proyectarán los ideales de filiación y parentesco, sino también donde se depositarán las pulsiones más amorosas, pero también más hostiles, en definitiva, el “malestar de la cultura”.

Tácitamente advertimos que la escuela se constituye como espacio subjetivación y construcción de vínculos, que trasciende al mero acto de trasmisión de conocimientos y saberes. Resultará insoslayable que desde lo escolar se ponga en acto el encuentro con otros significativos, quienes representaran para el sujeto sus vínculos afectivos, y no será sin ellos con quien constituya desde el deseo, un espacio colectivo que trascienda las paredes del aula, de la escuela o los límites de un patio.  Pero esto no posible, sin tener que “vérselas” con el mencionado malestar de la cultura.

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Con el advenimiento del aislamiento social y obligatorio, los espacios físicos de la escuela dejaron de ofrecerse como espacios de certeza, donde el encuentro se produce en un “cuerpo a cuerpo”, para tornarse en la virtualidad como “cuerpos suspendidos” (¿Cómo en los boxes de zoom?) en tanto inciertos, ligados a encuentros fortuitos vinculados en muchos casos a una baja posibilidad de conectividad, o bien a la imposibilidad de acceso a la conectividad. La certeza del cuerpo del otro parece quedar aturdida en fragmentos de “parte de un Otro”, que se tornan imágenes congeladas en una pantalla o voces con “delay” en una transmisión en vivo. El vínculo pedagógico comienza a desgastarse, mientras que a los docentes se les demanda inescrupolusomante no detenerse en el avance de diseños curriculares y la impartición de contenidos. El afecto comienza a quedar “off Line” y el cuidado del vínculo pierde su componente cotidiano entre redes sociales, que como red paradójicamente, parecen contener muy poco. Pensar en cuidado respecto del vínculo pedagógico, implica entonces reflexionar sobre los modos de garantizar sus condiciones de posibilidad.

Históricamente el principio de la escuela ha sido la homogeneidad o la “normalidad”, mientras que en sus aulas y patios han implosionado en acto lo diverso en condiciones de clases y genero principalmente. La escuela se torna indefectiblemente escenario de las desigualdades sociales y las condiciones de cuidado en la presencialidad no serán la excepción.  Pero contrariamente de ser un punto de partida para el debate sobre políticas educativas, la mirada cae nuevamente en el agente “más débil” del Estado, el docente, a quien ya no solo se le demanda que trasmita conocimientos, sino que también cuide a “como dé lugar” a sus estudiantes; pero en este caso ya no en un encuentro cuerpo a cuerpo, sino más bien exigiéndole que “pongan el cuerpo”.

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En tal sentido, resulta necesario remitirnos a la noción de “feminización de los cuidados”, como violencia invisibilizada. No resultaría casual que el “ojo de la tormenta” esté puesto particularmente a los docentes, ya que aún hoy es una profesión ejercida en su mayoría por mujeres. Es a ellas, una vez más, a quienes se les demanda una vez más y una y otra vez, la tarea de cuidar sin la posibilidad de cuestionar sobre las condiciones de cuidado y reproducidos desde estereotipos románticos como la “vocación docente” o bien vinculando la docencia a la maternidad y al “deber” de cuidar.

Las consecuencias del aislamiento social han develado principalmente lo concerniente a la desigualdad respecto de las Políticas de cuidado. Queda en evidencia que los cuidados suelen ser patognomónicos de ciertos grupos con acceso a recursos materiales y tecnológicos. Por tal, las condiciones de cuidado parecen convertirse en una cuestión de privilegio y no de Derecho. La presencialidad aparece aquí como un intento de reivindicación de este Derecho. La cuestión es entonces en qué condiciones de cuidado, se sostiene la presencialidad.

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El cuidado como condición para la presencialidad

No cabe duda de que la presencialidad resulta esencial en lo que refiere a los procesos de construcción afectiva con el otro, en los vínculos cotidianos entre niños y adolescentes. La pregunta aquí en qué condiciones se plantea la vuelta a las aulas. Es decir, las coordenadas de una vuelta segura. Como señalamos, la escuela es un lugar de construcción de trama social y en esta función jamás podría ser sustituida en su componente afectivo por cualquier dispositivo virtual. Pero, por otro lado, la posibilidad de la constitución de subjetividad resultará imposible sino se considera la dimensión del Cuidado, por lo que desde el Estado deberían promoverse políticas que sostengan “los cuidados en aquellas actividades necesarias para garantizar el bienestar físico y emocional de las personas para una vida digna”. Entonces ¿De qué manera se conjuga la posibilidad del cuidado en las instituciones educativas sin que estas sean demandadas a los docentes? Sin duda, las políticas o intervenciones vinculadas a la presencialidad en tiempo de Pandemia deben estar orientadas a replantear las condiciones de cuidado en las escuelas, ¿Pero, como abordar la noción de cuidado cuando las condiciones materiales resultan insuficientes? No solo desde una perspectiva material, sino también simbólica. Esto refiere a que el cuidado juega un papel esencial como componente de la confianza. El mayor desafío simbólico ante el que se enfrentan la Escuela hoy es configurar cercanía desde el cuidado, en tiempos de distancia social. En este sentido, particularmente los Directivos y Docentes, necesitan refundarse las condiciones del vínculo con la comunidad educativa ante el inminente malestar. La escuela necesita posicionarse como aliada en tiempos en que lo “de afuera y lo ajeno” resultan hostiles. Dar “circulación” a la palabra con los otros y trabajar en la implicación del Cuidado como Derecho. Reestablecer estas nuevas formas de encuentro, fortalecerán la confianza como valor.  Porque, definitivamente nadie puede sentirse cuidado en un ambiente poco confiable.

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Fernando Ulloa, psicoanalista argentino especialista en salud pública, hace referencia a “la ternura como base ética del sujeto”. Menciona que la ternura, en estos tiempos es un concepto profundamente político, pone el acento en la desarticulación de las lógicas de dominio sobre el otro. Para el psicoanalista, la ternura es el posicionamiento que de algún modo correrá al sujeto de un lugar de desamparo. Al respecto podríamos reflexionar sobre el lugar que desde algunos medios de comunicación se les demanda a los docentes ante premisas como “Hay que volver a la escuela con alegría”, “Los docentes no quieren volver, no les importan los chicos” “Si les interesan los chicos, van a volver” “Hace un año que no tienen clase” (cuando centenares docentes pasaron más horas de la tolerable frente a su computadora o celulares, esto contando que cuentan con estos dispositivos). Respecto de esto cabe mencionar que trabajar sobre el cuidado en su dimensión simbólica implica sustancialmente desnaturalizar estas premisas que reproducen la desigualdad. Quizá, la “Lógica de la ternura “planteada por Ulloa pueda identificarse desde intervenciones que deconstruyan la violencia simbólica, legitimadas desde discursos que fomentan ideales individuales reduccionistas (los chicos versus los docentes) y que solo sostienen practicas de poco cuidado.

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Como señalamos, la escuela como espacio del entramado subjetivo ha sido también escenario de desigualdades sociales y hoy las condiciones de cuidado en la presencialidad se tornan visiblemente uno de los factores de principal desigualdad ante políticas de Estado que no terminan de captar las demandas del sistema Educativo. Mientras tanto, resulta urgente detenernos a reflexionar sobre el lugar que le demandamos cotidianamente a los docentes, que más que fomentar la reconstrucción del vínculo pedagógico desde una “ética de la ternura”, parece dejarlos en un estado de indefensión, ante las posiciones más crueles.