Educación a distancia (EaD) es el nombre que, más allá de las diferencias teóricas y conceptuales, ha predominado para denominar la opción pedagógica en la que la interacción entre docentes y estudiantes está mediada por tecnologías. Al decir de Lorenzo García Aretio, catedrático emérito de la UNED, se trata de un diálogo didáctico mediado, una interacción en la que se combinan la sincronía y la asincronía, en la que el diseño de los contenidos tiene un rol destacado y en la que es fundamental, también, la autogestión del tiempo y la autonomía por parte de los estudiantes. Además, es una modalidad que, si bien ya tiene varias generaciones de desarrollo, siempre ha estado buscando su propio espacio de definiciones en el marco de la academia.
Cuando en marzo de este año, la pandemia del Covid-19 nos obligó al “aislamiento social obligatorio y preventivo”, las instituciones educativas, públicas y privadas, de todos los niveles, se vieron obligadas a virtualizar sus propuestas de enseñanza. Docentes, estudiantes, padres, todos, fuimos espectadores (y en muchos casos actores) de una transformación que duró tan solo días o semanas. Así, empezamos a escuchar en los medios, en los hogares, en todos los ámbitos, sobre sistemas de videoconferencias, campus virtuales, herramientas para compartir contenidos, blogs, aplicaciones, whatsapp, encuentros sincrónicos, clases en línea… Las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) en su máxima expresión se convirtieron en protagonistas de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Inevitablemente todos comenzamos a hablar sobre educación a distancia, sobre cómo enseñar y cómo aprender más allá de las aulas, en ambientes tecnológicos.
Virtualización. Ahora bien, podemos preguntarnos si esta virtualización de las clases, de los cursos, de las instituciones y de sus procesos administrativos, es o no educación a distancia. La primera respuesta que se desprende del modo en que muchas veces la denominamos nos impulsaría a responder sí. No obstante, si pensamos en los términos específicos de la opción pedagógica a distancia, virtualizar las clases presenciales está lejos de ser EaD, pues se trata de propuestas de enseñanza distintas, con sus marcos regulatorios, sus perspectivas teóricas y sus diseños curriculares también diferentes. Sin embargo, la inmediatez de las decisiones que hubo que tomar en esos primeros días de la pandemia nos llevó a tratar de “importar” las formas pedagógicas de la presencialidad a la virtualidad. Ese era el terreno de lo conocido, de las formas habituales en las que enseñamos y aprendemos en las instancias presenciales.
En este momento, ya transcurridas varias semanas de la urgencia inicial, la educación a distancia puede darnos un aporte interesante para detenernos a reflexionar en la especificidad de un diseño para la opción pedagógica en línea que implica correrse del esquema de la presencialidad, con sus características y modelos, para pensar de un modo distinto. No podemos hacer lo mismo que hacíamos, pero con una cámara; no podemos copiar formatos, tiempos, metodologías y formas de evaluar. Antes bien, es preciso diseñar nuevos formatos para enseñar y aprender en el contexto de la virtualización de las clases presenciales.
Primer plano. Una primera premisa para todos los que trabajamos en el ámbito de la educación a distancia es, aunque parezca una paradoja, que la tecnología no es lo más importante. Primero, se piensa en el diseño: qué quiero enseñar, para qué, en qué tiempo, destinado a qué alumnos, cómo lo voy a enseñar, qué tipo de materiales voy a diseñar, qué estrategias de evaluación voy a implementar… Después, se establece qué tecnologías serán las más apropiadas para estos objetivos. Por lo tanto, lo pedagógico, lo didáctico y lo disciplinar están puestos en un primer plano. Los recursos TIC, su uso y aplicación tienen que estar asociados directamente con esos objetivos y no pueden ser antepuestos a lo que nos proponemos enseñar. Pero –y esto no es menos importante– las tecnologías sí deben ser aliadas en todas nuestras propuestas pedagógicas. Si tomamos esta idea como punto de partida, se hace evidente la necesidad de seleccionar entre las opciones que nos brindan las tecnologías para poder elegir la que más se adecua a la coyuntura en la que enseñamos.
Si volvemos, entonces, al punto inicial de la virtualización de las clases presenciales, pero ya instalados en otro territorio (digital), con la experiencia de las primeras semanas de recorrido, es posible volver a poner en primer plano lo pedagógico, lo disciplinar, valiéndonos del soporte que los medios tecnológicos nos pueden dar. No es una tarea simple, es cierto. Desde el marco teórico de la educación a distancia, otro de los planteos centrales es el de la resignificación del rol tanto de docentes como de estudiantes. Así como se aprende a enseñar en la presencialidad, enseñar en la virtualidad requiere un proceso de adaptación al medio, a sus tiempos, a sus formas y requerimientos. Y las instituciones, por su parte, también tienen que acompañar estos procesos de cambio, generando las oportunidades para que estos puedan hacerse posibles.
En definitiva, más allá de los aciertos, de las equivocaciones, de las marchas y contramarchas, docentes, estudiantes e instituciones han salido al ruedo. Han atendido la urgencia. Pero, citando a Nietzsche, podemos decir que “para pensar lo nuevo, primero hay que pensar de nuevo”. Es momento, ahora, de centrarnos en lo importante de cómo enseñamos y cómo aprendemos. Revisar lo hecho hasta el momento, valiéndonos de la trayectoria que la educación a distancia tiene y de las herramientas que pueda brindarnos para repensar el camino transitado puede ser una opción. Sin embargo, más allá de cualquier limitación, creo que sin lugar a dudas hemos dado un paso altamente significativo, pues cuando regresemos a las aulas de escuelas y universidades, ya nada será igual. Ni para la opción pedagógica a distancia ni para la presencial. Este es el gran desafío y la oportunidad que se nos plantea a todos los que formamos parte del mundo educativo frente a la coyuntura del Covid-19.
Política institucional
Una primera premisa para todos los que trabajamos en el ámbito de la educación a distancia es, aunque parezca una paradoja, que la tecnología no es lo más importante. Primero, se piensa en el diseño: qué quiero enseñar, para qué, en qué tiempo, destinado a qué alumnos, cómo lo voy a enseñar, qué estrategias de evaluación voy a implementar… Después, se establece cómo adecuar las tecnologías a estos objetivos. Por lo tanto, lo pedagógico, didáctico y disciplinar están puestos en un primer plano. Los recursos TIC, su uso y aplicación tienen que estar asociados directamente con esos objetivos y no pueden ser antepuestos a lo que nos proponemos enseñar. Si tomamos esta idea como punto de partida, se hace evidente la necesidad de seleccionar entre las opciones que nos brindan las tecnologías.
*Secretaria académica de la Dirección de Programas de Educación a Distancia de la Universidad del Salvador.