El 27 de agosto de 1970 era asesinado José Alonso, uno de los principales líderes sindicales del peronismo de la época. Ocurría un año después del asesinato de Augusto Vandor (30 de junio de 1969) y meses más tarde de la ejecución del general Aramburu (1 de junio de 1970). Las tres muertes tuvieron una misma autoría -comandos identificados con el llamado “peronismo revolucionario” que a posteriori se identificaron como Montoneros- y las tres marcarían a fuego el final de los años 60 y la entrada en los ‘70, cuando se desataría la violencia política, el estallido de la guerra interna dentro del peronismo y una feroz escalada represiva que arrastraría al precipicio a la experiencia democrática del tercer gobierno peronista (73-76) y al país, a la tragedia de la última dictadura (’76-’83).
Liderazgos en competencia. Al promediar los años 60, Alonso protagonizaba junto a Vandor el liderazgo de la dirigencia sindical peronista, imprimiéndole un sello propio. Lo hacían compitiendo, cooperando y confrontando. Directamente, o a través de emisarios y seguidores. En directo contacto con Perón en el exilio, compitiendo por ganarse las preferencias del líder u operando por propia cuenta, buscando ampliar sus esferas de influencia, a sabiendas de que el espacio que uno desatendía sería prontamente ocupado por su competidor o adversario.
Alonso, del gremio de los trabajadores del vestido, “el hombre que no daba puntada sin hilo”, había llegado a la conducción de la CGT en 1963, con el apoyo de Vandor, con quien organizaron los Planes de Lucha que jaquearon al gobierno de Illia. Pero la alianza entre ellos duraría poco cuando Alonso adquirió vuelo propio, a partir de los intentos de la central obrera de fortalecerse vía acuerdos sociales amplios. El metalúrgico, con su estilo de “golpear y negociar” y su apellido, que ya se había transformado en sustantivo para definir un tipo de sindicalismo específico, el “vandorismo”- no estaba de acuerdo con la táctica “alonsista”.
La CGT: 85 años de uniones y divisiones
Tras la fallida Operación Retorno, que pretendía traer a Perón de regreso al país en 1964, los caminos de Vandor y Alonso se bifurcan, cuando se dividen las 62 Organizaciones en “De Pie junto a Perón”, liderada por Alonso y “Leales a Perón” conducida por Vandor. El enfrentamiento parece total e irreversible. Pero se vuelven a acercar tras la caída de Illia y el crecimiento de las corrientes más combativas del sindicalismo, nucleadas en la CGT de los Argentinos, que cuestionaban el liderazgo sindical establecido, acostumbrado a la negociación con los factores de poder, especialmente los militares. A ellos apuntaban cuando hablaban de la “burocracia sindical”.
Perfil. Aquel socio político y competidor de Vandor en el liderazgo sindical era ya un experimentado dirigente en los años 60. Había nacido el 6 de febrero de 1913, hijo de padres españoles, y de joven trabajó en sastrerías y fue delegado gremial, cuando el coronel Perón llegó a la secretaría de Trabajo y Previsión y se crearon nuevos sindicatos. Fue fundador del sindicato que conducía, a nivel nacional, la Federación Nacional de la Industria del Vestido (FONIVA), había formado parte de la conducción de la CGT y, como diputado nacional entre 1952 y el 55, participó en la aprobación de la Ley de Convenios Colectivos y formó parte del directorio del Diario La Prensa, expropiado por el gobierno peronista.
Con su esposa, María Luisa Pinella, tenían una fuerte sociedad política. Ella había conocido a Evita en un acto de beneficencia. La futura esposa de Perón la impulsó a abandonar los radioteatros rosarinos para organizar los congresos zonales de la CGT. En uno de esos congresos conoció a Alonso. Luego, ya casada, creo EVAS, que en principio fue un taller de ropa, pero que terminó ocupándose de otras cuestiones vinculadas al gremio y tomó cuerpo como una agrupación femenina de peso en la actividad sindical. Con ella tuvo dos hijos, María Angélica y José Luis.
Alonso no daba el aspecto del sindicalista típico. Usaba casi siempre trajes, y acostumbraba a llevar un pañuelo que sobresalía del bolsillo superior izquierdo, y según el clima, un poncho de invierno sobre los hombros. No fumaba ni bebía, era austero y serio, tal vez debido a la educación benedictina. Su expresión adusta, bigote prolijamente recortado y gomina, sólo era alterada por el recurrente tic nervioso que le hacía guiñar el ojo izquierdo. Para leer usaba anteojos. Si a pedido de los asistentes a un acto –común en las reuniones de la época- se quitaba el saco, resaltaba entonces la corbata, prenda que siempre llevaba.
El trágico final. Así como ocuparon la escena cooperando, coexistiendo y enfrentándose, tejiendo y destejendo, Vandor y Alonso comparten también un mismo destino trágico que truncará sus vidas. Los dos murieron asesinados, con diferencia de un año, por un grupo comando armado identificado con las corrientes antagónicas a las que ellos encarnaban dentro del movimiento peronista. Vandor fue ejecutado en su propia oficina de la sede blindada de la UOM, en Parque Patricios, el 30 de junio de 1969, en una incursión que se atribuyó un comando que respondía al nombre de Ejército Nacional Revolucionario. Meses después, el “blanco enemigo” era Alonso. Entre ambas fechas, era secuestrado y asesinado el general Pedro Eugenio Aramburu, el 1 de junio de 1970.
El jueves 27 de agosto de ese año, a las 9:15 de la mañana, Alonso se dirigía desde su casa, en el barrio de Belgrano, hacia la sede del sindicato, ubicada en Tucumán al 700. Iba en el coche del secretario adjunto, Enrique Micó, cuando fue interceptado por dos automóviles en la esquina de Benjamín Matienzo y Ciudad de la Paz. Un hombre descendió del vehículo situado detrás del auto de Alonso y le disparó 14 balazos matándolo en el acto. Cuatro personas, en una operación fulminante, lo habían matado exactamente a una cuadra y media de su casa y a la misma distancia de la comisaría de Cabildo y Santos Dumont. Tenía 53 años.
En su mesa de luz –contarán sus familiares - dejó un libro a medio leer: “La vida de Gandhi”, de Louis Fischer. Tenía un párrafo subrayado que decía: “Es un millón de veces mejor parecer falso ante los ojos del mundo que ser falsos con nosotros mismos”. En el margen tenía anotada la leyenda “profesión de fe”.
El 30 de Junio de 1969 fue asesinado el líder sindical Augusto Timoteo Vandor
Comunicados. En un primer comunicado que llegó a las redacciones de los diarios porteños horas después del crimen, un “Comando Emilio Maza” (nombre de un jefe de Montoneros muerto el 8 de julio luego de un enfrentamiento con la Policía en La Calera, Córdoba), anunciaba su autoría: “Hoy, José Alonso fue pasado por las armas conforme al comunicado número 1 del 4 de agosto donde aseguramos que los traidores del pueblo serán ejecutados”.
El 10 de septiembre, un nuevo comunicado firmado por el “Comando Montonero Emilio Maza” del mismo Ejército Nacional Revolucionario, se adjudicaba el hecho. El 7 de febrero de 1971, harían lo mismo asumiendo la autoría de la muerte de Vandor dos años antes. La revista El Descamisado, órgano de Montoneros, dedica su nota de tapa, el 10 de febrero de 1974, a describir la ejecución de Vandor en 1969.
Cuatro años exactos después del asesinato de Alonso, el 27 de agosto de 1974, en una nota aparecida en la revista La Causa Peronista, también de Montoneros, se presentan sus autores, sin identificarse, con un detallado relato en el que enumeran los motivos alegados: “Nos manejábamos con un esquema muy elemental, pero que de todos modos servía. De un lado el imperialismo, del otro la Nación. La fuerza principal de la Nación, era el Movimiento Peronista; y dentro de éste la clase trabajadora. Cualquier infiltrado, entonces, del campo imperialista dentro del corazón de la Nación, es decir dentro del Movimiento y de la clase trabajadora peronista, era un objetivo prioritario para ser eliminado. Y el nombre salió solito: José Alonso”.
Montoneros rechazaba el “peronismo sin Perón”, que representaban Vandor y Alonso como principales referentes del sindicalismo, y decían estar dispuestos a combatirlos “hasta el final”.
No había posibilidad de negociar con aquellos a quienes consideraban cómplices del sistema y de los militares.
El testimonio difundido por La Causa Peronista sostiene que “con esta operación nosotros teníamos varios objetivos. Uno, mostrarle al conjunto de la clase trabajadora peronista que había un arma superior a todas las empleadas durante esos 18 años. Otra decirle a todos los compañeros que ya estaban con los fierros en las manos cuál era el objetivo fundamental: los traidores infiltrados en la clase trabajadora peronista”.
Parecía estar todo dicho sobre la muerte de Vandor y Alonso, pero no habría un esclarecimiento ni un proceso judicial que arribara a conclusiones claras.
Con el paso de los años se publicaron innumerable cantidad de artículos, testimonios, notas periodísticas y libros, y se elaboraron o recogieron numerosas hipótesis e interpretaciones.
Lo cierto es que ambos crímenes políticos tuvieron similares móviles y estuvieron, también, rodeados de intrigas y opacidades nunca del todo esclarecidas, reconocidas o comprendidas al correrse el manto de la explicación justificatoria como parte de una estrategia premeditada, o de la lisa y llana vorágine de violencia de la que fue parte la lucha armada y su respuesta, el terrorismo de Estado.
Un gobierno radical, jaqueado por la salvaje interna peronista
Las cartas con Perón y una visión premonitoria
José Alonso fue una de las “piezas maestras” de Perón durante su exilio en España. Uno de sus principales referentes y operadores en el campo sindical y político, con quien mantuvo comunicación epistolar fluida durante los años ‘60. En sus últimas cartas, Alonso le había transmitido sus inquietudes luego de acatar sus directivas del momento -“desensillar hasta que aclare”- y que se resumían en dos conceptos: no esmerilar más a los gobiernos que se sucedían hasta su definitivo regreso y buscar “la unión de los argentinos que, sin distinción de banderías partidistas, estaban por la unidad y contra la violencia”.
El propósito de Alonso era retornar al “peronismo ortodoxo” y gestar un movimiento de tipo “popular y nacional”. En un último documento expresa su posición respecto al poder ejercido por Perón: “Reconocemos lo que significa estar a distancia de muchos kilómetros del país y conducirse por la intuición surgida de información que llega por toneladas, traídas a veces por interesados personalmente o por quienes se equivocan de buena fe. Hay muchos que luchan desde afuera para que nos separemos cada vez más y por supuesto grandes intereses internacionales se mueven para que el peronismo siga fraccionado”. Agregaba que, “el nombre del peronismo se usa para atentados, provocaciones, agravios, lo que trae fatiga general para los que representamos algo (…) estamos siendo motorizados por fuerzas ajenas al peronismo y por motivos ajenos a lo nuestro”. Y pedía un replanteo de la estrategia: “Avanzamos más por el fracaso ajeno que por el triunfo nuestro. Hemos sido equipo de demolición de siete gobiernos y esa obra de demolición fue aprovechada por todos menos por nosotros, hasta que finalmente, caímos en que las Fuerzas Armadas tomaron el poder desde 1966”.
La propuesta que Alonso le transmitía a Perón para la CGT y los gremios era “jugar con las cartas del adversario y para que este no juegue con las nuestras, Usted, que fue profesor de la Escuela General de Guerra, conoce el valor de la estrategia, la sorpresa y el apoyo logístico”. Dentro del peronismo, mientras tanto, se desarrollaba otra batalla: el ala “radicalizada” embarcada en la lucha armada -también en comunicación con Perón y entendiendo que contaba con apoyo del Líder- identificaba a Alonso como un “traidor” y hubo quienes decidieron que para avanzar en sus propósitos debían sacarlo del tablero, acabando con su vida.
*Periodistas e historiadores.
Investigación: Vittorio Hugo Petri.