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¿Peronismo sin peronistas?

La desintegración K es un desafío para el PJ y también para Macri, con miras a 2017. El rol de los gobernadores.

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El mismo déficit fiscal. Una inflación que se desacelera pero continúa muy alta. La presión fiscal de un país nórdico con bienes públicos propios de una republiqueta bananera. Una política exterior pragmática, con algunos mimos a Occidente pero con negocios rápidos con Rusia y China (más una inicial boutade contra Maduro seguida por una notable y sospechosa prudencia). Un gobierno obsesionado por las próximas elecciones, dispuesto a implementar un impresionante programa de gasto público (vía obras de infraestructura y el pago a jubilados) para estimular el crecimiento de una economía sumida en una profunda recesión. Una supuesta reforma política que en la práctica se reduce, si el Congreso no modifica el proyecto del Ejecutivo, a un mero cambio en el método de votación sin la mínima intención de transparentar el financiamiento de las campañas ni el manejo administrativo de todo el proceso electoral. Si uno repasa este listado y lo saca de contexto, parecería que se trata de un balance preliminar de una gestión más preocupada por el statu quo que por modificar el estado de cosas heredado de la anterior. Ciertamente, pocos pensarían que el nombre de la coalición gobernante es Cambiemos.
Se trataría de una caracterización sesgada, incluso injusta. Mauricio Macri definió una estrategia singular (todo el gradualismo posible, todo el shock necesario) que, a pesar de las obvias dificultades y de un número no menor de errores no forzados, le ha generado hasta ahora muchos menos costos que beneficios. Sobre todo en materia política, un atributo que no parecía estar entre las fortalezas de esta administración. Ya sea por virtudes propias, pero sobre todo por los infinitos de-saguisados del gobierno anterior, fundamentalmente en materia de corrupción, se han despejado casi totalmente los interrogantes que predominaban siete meses atrás en materia de gobernabilidad. Quedan, indudablemente, infinidad de cuestiones pendientes sobre todo a nivel provincial y local, en particular (pero no sólo) en la laberíntica provincia de Buenos Aires: en apenas un mes las mafias han demostrado que siguen imbricadas en el poder, como ponen de manifiesto tanto los incidentes registrados en el despacho de la gobernadora Vidal como en el domicilio platense de su jefe de gabinete Salvai, coronado por los episodios de esta semana en Ituzaingó, en el lejano oeste del conurbano bonaerense (allí por donde solía sobrevolar el inolvidable Dailan Kifki).
En materia económica, la mira está puesta menos en este último trimestre que en próximo otoño (¿por una vez los Idus de marzo estarán asociados a hechos positivos?), suponiendo, como sugiere la evidencia hasta ahora disponible, que la próxima campaña sojera y maicera marcará el comienzo de la recuperación, siempre y cuando acompañen el clima y los precios internacionales. Otro error de los analistas que suponían, como muchos funcionarios, que liberado el cepo y solucionado el litigio con los holdouts, el primer gobierno democrático totalmente pro mercado en casi un siglo gozaría del decidido respaldo de los inversores, tanto foráneos como locales. El interés está, la curiosidad abunda, las expectativas siguen intactas, pero predomina el típico “esperar y ver”. El blanqueo es concebido como una suerte de catalizador de estas buenas intenciones.

Desafiante. En este marco, la rápida desintegración del kirchnerismo presenta un desafío tanto para Cambiemos como para el propio peronismo: Macri apostaba a una fragmentación de la oposición para enfrentar el desafío electoral del 2017 con mejores perspectivas. Ahora enfrenta el riesgo de un eventual risorgimento justicialista que, prolijamente deskirchnerizado y con un liderazgo fresco y moderado, capitalice el desgaste inicial de Cambiemos, sobre todo como resultado de la implementación de las políticas de estabilización económica.
¿Podrá el peronismo reinventarse tan rápidamente? Algunos gobernadores, sobre todo en el Norte Grande, se han sumado al nutrido agregado de lo que Jorge Asís ha denominado “dadores voluntarios de gobernabilidad”, incluso con algunas sobreactuaciones innecesarias. Sin embargo, conformar una oferta electoralmente competitiva, tanto para el oficialismo como para la oposición, constituye un reto considerable: para los primeros, por el hecho que deberán sacrificar algunos funcionarios eficientes y reconocidos actualmente con responsabilidades ejecutivas, que no sobran; a los segundos también están escasos de opciones –muchos prefieren esperar hasta el 2019, desensillar hasta que aclare como diría el General. En síntesis, muchos quieren, especulan, pero pocos se animan.
Un sabio y experimentado protagonista de los últimos sesenta años de la vida política nacional reflexionaba estos días sobre la probabilidad de una potencial desaparición del justicialismo. “Macri puede terminar absorbiendo buena parte del tejido político-partidario preexistente, como hizo Perón con parte del radicalismo, las fuerzas conservadoras (sobre todo en el interior), segmentos del socialismo y otros núcleos nacionalistas y del mundo sindical. Me hizo recordar a la famosa afirmación de José María Aznar: “el peronismo es el sistema”, es decir, la manera en la que funciona la política en la Argentina, más que un partido o un movimiento. Parecido a lo que ocurre con el PRI en México, o con la Rusia de Putin: los patrones culturales y organizacionales previos tienden a predominar a pesar de los cambios de líderes o del marketing y la dinámica comunicacional.
Es cierto que muchos funcionarios de Cambiemos pertenecieron a gobiernos peronistas o se reconocen cercanos a su identidad (Frigerio, Monzó, Prat-Gay, Triaca, Rodríguez Larreta, Puerta, Guelar, Ritondo y Santilli, son sólo algunos ejemplos). También es cierto que el compromiso por mejorar la política social para ayudar a los sectores más vulnerables es genuina, a pesar de los prejuicios que pesan sobre el PRO y su supuesto gobierno de tecnócratas/CEOs. Pero si Macri sale fortalecido del próximo turno electoral y se encamina a profundizar el rumbo de su gobierno, suponiendo que continúa con las políticas y el estilo desplegado hasta el momento, habrá surgido la solución al viejo problema que arrastra la Argentina gorila frente a los que Cooke denominó “el hecho maldito del país burgués”. Se tratará de una solución no demasiado original, si se recuerda el dicho si no puedes vencer a tu enemigo, únete (en este caso, mimetízate) con él. Tal vez entonces los radicales comprenderán el motivo real de su parcial inserción en el Gobierno.