OPINIóN

El mundo sin mamá: un libro del sentimiento

La última obra publicada por Pablo Melicchio, El mundo sin mamá, trasciende largamente lo literario. Es un conmovedor testimonio autobiográfico del dolor y de la rebelión que siente un hijo ante la muerte de su madre.

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El mundo sin mamá | Marcela Rodríguez

La última obra publicada por Pablo Melicchio, El mundo sin mamá (editorial Palabrava, Santa Fe, 2021), trasciende largamente lo literario. Es un conmovedor testimonio autobiográfico del dolor y de la rebelión que siente un hijo ante la muerte de su madre. El autor vuelca, en tiempo real y en una suerte de diario íntimo (“zona de descarga”, en sus palabras), las vivencias que le provoca la internación de su mamá, quien padece un cuadro clínico más que suficiente para hacer presumir la inminencia del fin. A partir de la noticia de esa internación, derivada de una caída, Melicchio registrará día por día la rutina que le imponen la impotencia y la desesperación.

Aunque no aparece ni siquiera un asomo de artificio literario, la densidad emocional que transmite el libro llega plena al lector. Habría que decir que lo segundo se debe en buena medida precisamente a lo primero, porque se trata de una obra que por su naturaleza no admite especulaciones formales. Fue concebida para la pura catarsis desde la desolación más auténtica, no para la comunicación, y es por eso que comunica tanto: la emoción salta tangible y se apodera del lector desde los primeros párrafos. Las construcciones de mayor fuerza expresiva (como la evocación de la madre obesa bailando con el autor el día de su cumpleaños) responden a la estética intrínseca de los hechos que se narran.

Mi vieja y el personal de salud en el planeta del coronavirus, por Pablo Melicchio

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Tampoco recurre el autor-personaje, ni para sobrellevar el calvario ni para exponerlo, a los soportes que le ofrece su profesión de psicólogo. Las interpretaciones psicológicas surgen como conclusiones derivadas de la “escuela del dolor” (con ese rótulo se las incluye en su mayoría), nunca como fórmulas apriorísticas. Así leemos “Escuela del dolor: aprender a soltar”, pero más adelante: “Inhalo a mamá. Lo retengo. No la quiero soltar. Retengo. Me ahogo.” La fórmula racional vuela en pedazos al influjo del sufrimiento. Incluso cuando el razonamiento parece más abstracto, más alejado de la subjetividad concreta, ésta lo envuelve y lo absorbe. “Cuando empiezan a morir los que te salvaron de la muerte, se vuelve a sentir el desamparo original”, asevera Melicchio, pero uno siente que no se refiere a cualquier hombre respecto a sus padres, sino a ese hijo y a esas circunstancias del relato.

 

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El único apoyo del que se vale en el doble tránsito por la experiencia y el acto de contar (en el caso, un solo proceso) es la memoria, los recuerdos del medio siglo de vida compartido con la madre. La memoria es el báculo utilizado para caminar por el drama sin derrumbarse y, a la vez que ayuda al narrador a soportar el dolor, ilumina para el lector la historia antecedente, el pasado de una familia sencilla, unida, luchadora, con ideales solidarios, con una sólida base en un mama y papá que aleja toda sospecha de actitud edípicaPero las reminiscencias, en un ningún momento excesivas como para sustraer al que lee de la crudeza del presente, responden en el fondo al propósito de activar el mecanismo reconstituyente, reparador, que alberga la memoria “¿Cómo extraer de todo lo vivido la fuerza sanadora y suficiente para sacar a mamá de la terapia?”, se pregunta el narrador.

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La tensión del relato no decae pese a lo repetitivo de sus etapas (capítulos cortos que siguen el curso de la enfermedad día por día). Hasta en este aspecto vemos un retrato de un realismo tan minucioso cuan eficaz: el acompañamiento de la enfermedad mantiene el ritmo agobiante de la caída: despertarse, viajar hacia el sanatorio, enfrentar el protocolo del ingreso al lugar, empujar la puerta de la sala donde yace la enferma, desplegar ante ella un repertorio de actos casi invariable, regresar a casa aturdido por la angustia. Una rutina cuya presión no cede ante las tentativas del protagonista de zafarse mediante los recursos de oír música, correr, leer, cumplir con los ritos del trabajo. Y aquí un detalle que multiplica tal intensidad en el sentimiento del lector: la imposibilidad que muestra el hijo de valerse de sus demás afectos (esposa, hijos, padre) para superar la crisis interior, para emerger del mar terrible en el que se hunde. La diferente naturaleza de los afectos impide las interferencias; cada afecto funciona con una mecánica propia, lo que lo reduce a paliativos apenas leves su relación con el afecto atormentado. La mínima edulcoración en que incurriera Melicchio en tal sentido haría naufragar el relato. El único detalle que imprime alteraciones en la dinámica narrativa es el de las remisiones de la enfermedad, pero ellas son tan tenues que dichos cambios no bastan para sacarnos del pathos que proyecta el libro como un todo.

El sentido profundo del cuidado, por Pablo Melicchio

En síntesis: un libro que no sirve para entretener sino para zambullirnos en las honduras de lo humano. Y para recordarnos la omnipresencia de nuestra finitud, lo efímero de toda dicha, lo que vale el amor en la pequeñez de nuestras vidas. Y que así nos propone un carpe diem que nos aproximará a la sabiduría.

 

 

José Gabriel Ceballos ha realizado una larga y destacada carrera como narrador. Nació en la ciudad donde reside aun actualmente, Alvear, provincia de Corrientes, en la frontera con el Brasil.