OPINIóN
Relaciones

La amistad, una conversación abierta

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Amistad | Sasin Tipchai / Pixabay

Las personas somos seres en diálogo. Comunicamos todo el tiempo y con todo nuestro ser. Aun sin palabras, ponemos en común nuestras subjetividades, compartimos nuestras interioridades. En esta interacción, el otro se nos revela. Algunas revelaciones son trascendentes, tanto, que provocan cruces biográficos. La amistad es una de estas confluencias reveladoras, que no solo nos descubren al otro en la persona del amigo o la amiga, sino que a partir de este hallazgo nos permiten conectar con nuestra propia identidad. Sin embargo, si bien la confluencia es necesaria, no resulta suficiente para que una amistad se forme y prospere. La amistad es diálogo, sí; pero diálogo hecho hábito. Es una conversación frecuente, inacabada y abierta a lo contingente, que no persigue otro fin más que seguir conversando.

Son diversos los elementos que nutren esta vocación conversacional que es la amistad, pero destacamos dos: el sentido del humor y la confianza. En el plano de la experiencia humana, ambos son virtudes por desarrollar; en la esfera del conocimiento formal, constructos que han concitado la curiosidad de los investigadores. Podemos mencionar que el sentido del humor abarca una fase de autopercepción, seguida de la identificación del humor en los demás, nuestro posicionamiento respecto del humor en general y la risa en particular, así como nuestra habilidad para tomar distancia y reírnos de situaciones absurdas del cotidiano –incluso de nuestras propias conductas– y utilizar esto como estrategia de adaptación en diferentes entornos. El humor tiene aquí también una dimensión ética, pues contribuye a la adopción de una actitud positiva ante la vida, respetuosa de uno mismo y de los restantes actores sociales.

El humor tiene una dimensión ética, que contribuye a la adopción de una actitud positiva

Por su parte, confiar es comportarnos como si el porvenir fuera cierto, es siempre una hipótesis que involucra una prospección. Consiste en tener fe en las propias perspectivas, lo que constituye un acto básico en la vida de relación. Porque la amistad es generadora de confianza y esta, a su vez, fortalece los lazos sobre la base de la experiencia compartida. Intimidad común, cercanía, conocimiento mutuo. Vemos cómo se traduce en una realidad multifacética que se refuerza con cada promesa cumplida, con el respeto por la palabra dada y también con la confianza que el otro deposita en mí y en nuestra relación. En todos los casos, observamos un carácter recíproco: si sé que el otro me valora y me comprende, me siento impulsado a confiar; de ahí que la confianza se establezca gradualmente en la interpersonalidad. Junto con el sentido del humor, la confianza se integra en una espiral virtuosa que intensifica la amistad, en la que los componentes se retroalimentan posibilitando que el vínculo crezca y se fortalezca.

Llegados a este punto, remarcamos que la amistad es siempre un fin en sí misma y no un medio para alcanzar otro objetivo. Si tenemos una visión instrumental, el nexo se disuelve no bien obtenido lo que se buscaba. Y la amistad auténtica es contraria a cualquier tipo de interés más allá de la propia relación. Porque de eso se trata: de encontrarnos, compartir, dialogar, crear confianza, reírnos y caminar juntos; detectar coincidencias y apreciar diferencias. En un devenir constante de relaciones interpersonales que urden la trama de la existencia humana.

*Familióloga, especialista en educación, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.