Una de las canciones más difundidas sobre la relación parentofilial es tal vez Father and son de Cat Stevens. Nos remontamos a los tiempos de su lanzamiento, en los setenta del siglo XX, para asistir a un contrapunto entre un padre que se propone transmitir su experiencia vital y un hijo que desea despegar y diferenciarse. La letra expresa una ambivalencia en el sentir frente al alejamiento del hogar por parte del hijo, así como el desafío que supone ese doble movimiento de acompañar y soltar, en lo que se perfila como un pasaje crítico en la biografía común.
Por los mismos años, Margaret Mead, antropóloga estadounidense, publicaba Cultura y compromiso, obra en la que distinguía tres tipos de cultura: postfigurativa, cofigurativa y prefigurativa. Ya hablaba entonces de ruptura, en un contexto en el que los jóvenes se manifestaban contra el statu quo empujados por la intuición de que un sistema mejor era posible. Según la autora, los adultos habían quedado aislados en un estadio transicional, por lo que se registraban dos grupos etarios radicalmente diversos y separados por un abismo generacional.
La canción de Cat Stevens ilustra esta grieta, fruto de la incomprensión y la resistencia de un adulto que se instituye como modelo de existencia lograda, procurando vanamente transferir al hijo sus vivencias. Pero el joven marca el quiebre: “desde el momento en que pude hablar, me ordenaron escuchar”, argumenta. Un estilo parental autoritario, de época, lo impulsa a partir en un ambiente cultural que Mead categorizó como cofigurativo: ambas generaciones son la medida de la evolución y aprenden juntas. En el pasado, con un sistema postfigurativo instalado, los jóvenes copiaban a sus ancestros en un continuum de prácticas asumidas como propias.
Cabe preguntarnos cómo sería el diálogo de Father and son contemporáneo. ¿Estamos ya transitando ese futuro prefigurativo que la antropóloga avizoraba? Quienes hoy ejercemos la parentalidad integramos generaciones que crecieron entonando el tema de Stevens. Fuimos criados en familias en las que las jerarquías estaban perfectamente delineadas, exacerbadas, y los jóvenes hacían oír su voz en algún espacio de rebeldía. Por nuestros días, tanto el reclamo filial como el planteo parental parecen ser otros. En este entorno prefigurativo serían los hijos quienes estarían señalando el rumbo de una transformación potenciada por la aceleración que le imprimen las tecnologías. Y los adultos nos vemos desnortados, sin saber cómo educar a unos seres tan distintos a nosotros, que necesitamos nuevas competencias para desarrollar esta labor. La frase “yo fui como vos” de Father and son, tantas veces usada como recurso para interpelar a los hijos, ha quedado claramente obsoleta.
Como contrapartida, encontramos jóvenes con serias dificultades para aprender de unos padres a los que difícilmente se asemejarán. ¿Son ellos, quizás, los referentes de los adultos? Notamos que los imitamos hasta en las cuestiones más triviales. Y esto tiene como correlato que no solo sean escuchados, sino que los canales para la toma de decisiones a todo nivel estén abiertos a la tiranía de sus designios. Porque la juventud se erige como un valor supremo e inapelable en las sociedades actuales.
“Hay un camino y sé que me tengo que ir”, decía el hijo de los setenta. Hoy, en una adultez emergente identificada como etapa del ciclo vital personal y familiar, los jóvenes ya no persiguen la diferenciación porque se saben vanguardia. Llegada esta instancia, con frecuencia somos los padres quienes buscamos resignificar la propia historia, provocando el cambio. Estamos lejos del intento de retención cofigurativo de la canción de Stevens: los hijos ya no parten tempranamente y, cuando esto finalmente sucede, los adultos descubrimos en ellos un modelo a seguir. Tanto es así que el “I know, I have to go” de Father and son puede equivaler a un volantazo brutal dado en la segunda mitad de la vida.
Delicias de una cultura prefigurativa que Mead anticipó, la globalización situó y las tecnologías digitales echaron a rodar.
*Familióloga, especialista en educación, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.