COLUMNISTAS
Salvajismo

Riesgo, furia y moralejas

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Calles. Se respira un clima de extrañeza, alimentado por el ascenso de infectados por covid-19. | cedoc

Allá por 1988, la voz de Gustavo Cerati lanzaba una sentencia premonitoria: “Ese destino de furia es lo que en sus caras persiste”. El segundo corte del álbum Doble vida de Soda Stereo adelantaba así décadas de violencias e intolerancias en nuestro país. La furia persiste hoy, ahondada por la pandemia. Exasperados, agobiados por el verano, cruzados por la aceleración de fin de año y el panorama incierto de la transición hacia este 2022, somos testigos y actores de una avanzada de salvajismo en situaciones cotidianas. En las calles se respira un clima de extrañeza y descontrol, alimentado por el monumental ascenso del número de infectados por covid-19.

En este contexto alterado se suceden escenas crueles, bizarras, dolorosas, que elevan el termómetro del desencuentro en el seno de nuestra sociedad: turistas a los golpes por cuestiones banales, patotas trasnochadas trenzándose a botellazos, médicos atacados por sus propios pacientes. La secuencia es probablemente incompleta y permanece abierta. Como todo fenómeno social, rastrear causas es tarea ardua y poco prometedora, más aún dentro de un paradigma de complejidad que excluye cualquier análisis que peque de simplista.

Lo cierto es que por la misma época en la que Cerati daba aviso de que se refugiaría antes que todos despierten, aconteciendo casi en sintonía –como expresando algún espíritu del momento, quizás–, el sociólogo alemán Ulrich Beck acuñaba el concepto de sociedad del riesgo. Con él describía el fenómeno que se venía suscitando con la modernización progresiva de las sociedades, cuyo correlato parece ser un estado de vulnerabilidad creciente de los seres humanos, expuestos a peligros e inseguridades y arrojados, sin más, a su afrontamiento. El autor procuró mapear esta transformación a la par de su generación, identificando cambios que tocan los modos de vida, las instituciones sociales, la participación ciudadana, las maneras de conocer y hasta las propias percepciones de la realidad.

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Es claro que la furia en ambientes de riesgo no es privativa de una ciudad, ni de la patria de los argentinos. Sucesos de índole similar acontecen por doquier en el mundo globalizado y occidental. Pero el artista hace énfasis en una pérdida: la de las fábulas. Tal vez esta sí sea una clave autóctona: “Ya no hay fábulas en la ciudad de la furia”, nos dice. Ya no hay historias que se propongan evidenciar vicios humanos y señalar acciones éticas que los neutralicen.

Sabemos que en toda fábula hay riesgos, pero también aprendizajes; que toda narración de esta clase tiene una moraleja, una afirmación que entraña una enseñanza transferible a circunstancias análogas. Y que compone un arquetipo, un patrón a seguir. Aquí y ahora los modelos no están visibles porque el riesgo percibido –exacerbado por la condición sanitaria– instala la lógica del sálvese quien pueda. Nos preguntamos si será este el lado más oscuro de la pandemia, la corriente que nos lleva al límite en el que nuestras debilidades más bochornosas salen a la luz.

En estos días de inicio de un nuevo ciclo, vale la pena meditar sobre la racionalidad subyacente a nuestras relaciones interpersonales en entornos de riesgo y furia. Poniendo la lupa sobre nuestra capacidad de dar y recibir, sobre nuestras aptitudes para la convivencia y nuestras aportaciones al bien común. Y además expresar –por qué no– algún propósito de mejora que venga a confirmar que algo positivo permanece. Que los capítulos escritos en 2021, fábulas potentes que el coronavirus inspiró y todos protagonizamos, estén por fin en vías de devenir lecciones aprendidas.

*Familióloga, especialista en educación, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.