OPINIóN
ECONOMISTA DE LA SEMANA

La economía argentina en el laberinto

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Campaña. El Gobierno apunta todos los cañones a ganar las elecciones de medio término de octubre. | cedoc

El discurso presidencial en el Congreso tuvo más aspecto de “lanzamiento de campaña”, que propuestas consistentes en relación a las perspectivas y políticas macroeconómicas. La economía del cuarto gobierno kirchnerista parece quedar solo enfocada en las elecciones de medio término. En ese contexto, ¿iremos como dice Guzmán a una economía más tranquila? ¿Cuánto puede durar?

El cuarto gobierno kirchnerista tiene un desafío de corto plazo que consiste en ganar la elección de medio término y, en consecuencia, allí dirige todos los “cañones”. Tarifas reprimidas con la idea de un esquema desdolarizado, dólar contenido con retraso del tipo oficial para no alimentar inflación, salario real creciente tras una caída de 25% desde que Cristina dejó el poder en 2015, suba de tope de ganancias para hacer un guiño a la clase media y una estrategia férrea soviética de control de precios.

Esa perspectiva de objetivos de gestión, muy cercana con las ideas de la vicepresidenta del último acto realizado en el Estadio Único de La Plata, se reforzó en el discurso presidencial que fue criticado por el establishment y la clase media.  

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El ministro Guzmán deberá apoyar estas ideas, que pueden no coincidir con su objetivo de bajar la inflación desde la macro. Para el ministro y para la profesión económica en general, la inflación es un problema básicamente macroeconómico. A su vez, deberá ajustar su intención de un arreglo razonable con el Fondo Monetario Internacional; para los Fernández esto puede esperar. Tendrá que aceptar tarifas más bajas que las deseables, actualmente muy reprimidas y, por lo tanto, habrá más subsidios que suponen mayor gasto fiscal. Es una tensión natural de la política y no parece que la postura de Guzmán sea como la del ministro de Brasil, Paulo Guedes, que dijo esta semana: “Estas son mis ideas, si no las quieren me voy”.

Después de la elección de medio término –que está peleada y depende de la recuperación económica, de la contención de la inflación y del avance de la vacunación, entre otros factores–, todavía quedan dos años por delante. La sensación de muchos es la de laberinto del que no salimos. Algunos, como Pablo Gerchunoff, dirían que “es ésta la música desde inicios de los 70, cuando el país perdió rumbo estratégico”. Es la pregunta clásica que nos hacen en el exterior ¿Qué les pasa? ¿Por qué no arrancan? Entre otras cuestiones, un argumento es que no despegamos debido al estilo de un discurso polarizador como el del lunes, revanchista, reiterativo, y lleno de lugares comunes. Un discurso que no mira hacia adelante, no despierta intenciones de inversión que apuesten por el país. Ideas con sensación de más Estado, mayores regulaciones, crítica al empresariado, omisión de mencionar al campo –motor de la economía–.

La perspectiva desde aquí al año 2023, es la de ratificación de “es lo que hay”, como escribió Diego Cabot. No debemos esperar reformas estructurales, sino “parches”. Es una gestión sin autocrítica y que ofrece poco futuro. Para traducirlo en números: en el relevamiento de expectativas (REM) del Banco Central son dos años –2022 y 2023– de 2,5% de crecimiento del PIB, lo que es muy pobre dada la abrupta caída de 2020.

Se proyecta que la inflación converja a 3,5% antes de las elecciones –pero con los alimentos en aumento– y que luego crezca más, ya que el dólar oficial va a trepar después del retraso forzado. Este retraso del dólar se va a manifestar en una fuerte devaluación en 2022. Si bien hay que reconocer la paz cambiaria del verano, el blue contenido con tasas altas “no es gratis”.

Es real que el gobierno anterior dejó el país más endeudado y con 10 puntos más de pobreza. Ciertamente, estamos en problemas porque la oposición viene de un fracaso previo, que está ´fresco´ para el electorado. En ese ambiente de laberinto, se suceden casos de retiro empresarial del país, radicaciones de empresas en Uruguay y Paraguay, y universitarios con deseos de emigrar.

Matices de claridad entre las sombras. Con ciertos matices, aparecen algunos factores positivos. Uno de ellos –y no menor– es que con el peronismo a cargo se viene manteniendo la paz social, el conurbano no sorprende por saqueos y marchas con el 50 % de pobres al que convergemos. Sin embargo, también es cierto que la inseguridad avanza y es el segundo factor de preocupación social.

Otro factor importante es que el mundo se está recomponiendo. China crece fuerte y demanda nuestras materias primas. Estados Unidos vuelve al multilateralismo. La región progresa relativamente bien en 2021, con un Brasil que puede crecer 3% con baja inflación, y un real más devaluado en 5,7 por dólar.

Un punto siempre favorable para la economía argentina es la producción pampeana. Hoy se encuentra muy consolidada y con mejores precios de la soja: US$ 520 es un valor muy atractivo que nos dejará más dólares, insumo vital para que el país pueda crecer con mayores importaciones.

También en el marco de circunstancias para el optimismo –y siempre que se hagan los deberes– tenemos gran potencial en minería: Vaca Muerta –con un precio interesante de 63 dólares el petróleo Brent– evidencia más fracturas en el área, con un Plan Gas que parece funcionará.

El crecimiento de empresas basadas en conocimiento es otro factor promisorio. Argentina demuestra buena performance en este sector, los denominados unicornios lo evidencian.

Los “deberes” que hacen falta. En esta línea de objetivos de mediano y largo plazo, es importante que funcione el Consejo Económico y Social, para innovar y destrabar todo el potencial extraordinario de un país sin conflictos étnicos, sin guerrillas, sin luchas religiosas. Si bien el ministro Guzmán está rehén del corto plazo y de Cristina, el Consejo puede consolidar paulatinamente una agenda de largo plazo, incorporando elementos para el clásico desafío –siempre pendiente– de encontrar un modelo de país dinámico y flexible. Si no está la oposición en esa mesa, el invento no prosperará, será otra vez mezquindad y grieta.

Otro aspecto determinante es la necesidad de monitorear vacunación y contagios, porque afecta de lleno a la macroeconomía, ante una potencial intensa segunda ola. Actualmente, el 90% de la macro del kirchnerismo se explica por el Covid ya que sus efectos destruyeron una de las variables principales, el consumo. La inversión seguirá bajísima porque no hay confianza en el gobierno. Las exportaciones van a crecer un poco por el precio de la soja y otro poco por Brasil, pero siguen siendo magras. El déficit fiscal es más alto de lo que le gustaría al FMI, quien va a tener que esperar –quizás hasta después de las elecciones– en esta negociación bastante extraña. El frente social se sostiene en valores complicados, que exigen fuertes gastos de contención a los sectores vulnerables.

Finalmente, está siempre presente la agenda institucional. Para Alberto Fernández es clave este tema, pues utilizó 20 minutos de su discurso inaugural del Congreso en este aspecto vinculado a la Justicia. Es incuestionable que es vital un buen sistema judicial para la competitividad, pero debe ser sin sesgo ideológico, con espíritu de equidad, transparencia y meritocracia.

En definitiva, el país se encuentra en un laberinto complicado de sortear. Yendo a las palabras tan citadas y conocidas de Leopoldo Marechal, se sale por arriba del laberinto, esto significa: unión nacional y grandeza.

*Director Área Economía IAE Business School, Universidad Austral.