¿Puede la Argentina convertirse en un país de baja inflación? En el último medio siglo, nuestra región ha sido el lugar del mundo donde este fenómeno se presentó con mayor persistencia e intensidad. Sin embargo, casi todos nuestros vecinos han conseguido en las últimas dos décadas una estabilidad de precios prolongada. Esto invita a pensar que resolver este desafío es posible. ¿Cómo podemos recorrer ese camino?
Un programa de desinflación busca remover, de manera coordinada y sostenida en el tiempo, cada uno de los elementos que contribuyen a generar y mantener la inflación. Si bien estos procesos se han adaptado al contexto histórico de cada país, y no hay un modelo único para todos, existe un conjunto de elementos comunes que suelen ser útiles para explicar tanto el éxito como el fracaso en este desafío.
El primero de ellos es el esquema cambiario y la regulación de los flujos financieros internacionales. La volatilidad del tipo de cambio afecta los precios de manera más pronunciada cuando la inflación es un fenómeno crónico. La escasez de reservas internacionales genera expectativas de devaluación, afectando la formación de precios. La forma en la que se administra el tipo de cambio y se regulan los flujos de capitales incide en la disponibilidad de divisas que provienen de las transacciones comerciales o financieras. La posibilidad de mantener un tipo de cambio sin saltos bruscos, y que permita acumular reservas, ha sido una condición necesaria de los procesos de desinflación. La suerte, adversa o piadosa, incide aquí dependiendo de la forma en la que se administren los instrumentos: caídas en los precios internacionales, un evento que afecte las exportaciones, un empeoramiento en las condiciones financieras internacionales o de las expectativas sobre el país pueden afectar sensiblemente el desempeño del programa.
El segundo elemento es el marco fiscal y, por consiguiente, la forma en la que este se financia. El gasto público incide sobre la demanda del conjunto de la economía y, dado cierto nivel de exportaciones, puede alterar el balance externo y la acumulación de reservas. El déficit fiscal implica la necesidad de fuentes de financiamiento que tienen diversas implicancias sobre un programa de desinflación. Si la capacidad de financiarse en el mercado local es reducida, el financiamiento externo implica asumir el riesgo de emitir deuda en una moneda que no se relaciona con los ingresos del Estado. En todo caso, una adecuada política de financiamiento implica mantener un perfil sostenible del endeudamiento en el tiempo. Si no existe acceso al financiamiento, en condiciones en las que el dinero no cumple satisfactoriamente todas sus funciones, recurrir a la emisión monetaria como forma de financiamiento puede generar inestabilidad en el mercado de cambios y en los precios. Como contrapunto, un superávit fiscal ayuda a simplificar el problema del financiamiento, pero afecta la demanda agregada, ralentizando el crecimiento y deteriorando el apoyo político al sendero elegido.
Esto nos lleva al tercer elemento, que es la capacidad de coordinar expectativas sobre el cumplimiento y la consistencia del proceso de desinflación. La inflación, cuando es un estado crónico, es parte de un funcionamiento económico que genera una adaptación de comportamientos sociales. Fenómenos como la indexación o la dolarización de carteras son parte de la forma en la que opera el sistema y contribuyen a consolidar dinámicas de inflación. Las acciones de mayor intensidad que pueden tomarse para modificarlos (como por ejemplo una reforma monetaria, prohibiciones de indexación o restricciones a contratos en moneda extranjera) requieren un apoyo político y social, que será mayor cuanto más agudo sea el proceso de inflación. En general, la administración adecuada de los precios relevantes de la economía, como la tasa de interés o la tasa de devaluación, son aspectos centrales para alinear los comportamientos a los objetivos del programa. Dudas sobre la implementación o su consistencia hacen que los diferentes actores no coordinen sus acciones en función de lo planeado, afectando el proceso de desinflación.
Recientemente se ha estado argumentando que el programa económico que se incluyó en el refinanciamiento del préstamo de monto récord del FMI del año 2018 fue de carácter inflacionario. Puede desprenderse entonces que el programa económico propuesto no incluía una política para resolver el problema de la inflación. Esta afirmación es falsa. En primer lugar, cuesta imaginar la inflación que hubiera tenido el país ante la ausencia del acuerdo. La volatilidad de un escenario de cesación de pagos con el organismo, que eliminaba la posibilidad de cualquier financiamiento externo, era infinitamente más elevada, lo que seguramente se hubiera traducido en más inflación y una fuerte recesión. Pero, además, el programa incluía metas de acumulación de reservas y un programa fiscal compatible con la recuperación, que contribuían a reducir las presiones inflacionarias. Al mismo tiempo, se buscaba un manejo de las tasas de interés que incentivaran a una asignación de liquidez en el mediano y largo plazo, y donde estas señalizaran la inflación deseada en el programa, que se debía complementar con políticas de precios e ingresos. La instrumentación requería un respaldo político amplio para coordinar las expectativas y evitar dudas sobre su cumplimiento. La forma en la que finalmente el acuerdo fue aprobado en el Congreso minó toda posibilidad de construir esta condición fundamental del programa. No haber podido convencer a toda la coalición del Gobierno sobre la oportunidad de encarar un programa de este tipo, en condiciones donde la guerra en Ucrania empeoró sensiblemente las condiciones externas, tuvo severas consecuencias. La conjunción de estos fenómenos finalmente se reflejó en el programa fiscal y en el mercado de deuda pública a pocos meses de la firma del acuerdo. El programa cambió sustancialmente a partir de julio, tanto en materia de regulación cambiaria como en la política fiscal y en el manejo de las tasas de interés, mientras que la sequía empeoró sensiblemente las condiciones sobre las que este nuevo esquema operaba.
Alcanzar condiciones de inflación baja no es una tarea imposible, pero requiere la paciencia de años de acciones sostenidas. Profundizar este debate es necesario, pero implica evitar tanto aquellos atajos en los que solo se busca señalar culpables, como esos otros, en los que los problemas se resuelven mágicamente por el mero artificio de eliminar nuestra moneda.
*Director de Análisis Macroeconómico en Suramericana Visión. Exsecretario de Política Económica del Ministerio de Economía de la Nación ([email protected]).