Cómics no tan cómics… El género es un clásico. Oesterheld, Trillo, Quino, Caloi, Fontanarrosa, Maitena, Rep. Y se podrían nombrar tantos más que retratan la Argentina con lápiz y globitos; escritura, pensamientos, diálogos, onomatopeyas, dibujos. La Historia se vuelve historieta. Engrandecida por el alcance de su narración. Sale con fritas a la calle, en revistas, fascículos; van sumándose personajes, sucesos. Es el género de la lectura veloz, inmediata. Casi un juego de lectura. Un juego en serio.
El Eternauta, historieta de Héctor G. Oesterheld con dibujos de Solano López, publicada en distintas etapas, se acaba de estrenar en una de las plataformas más populares –no deja de llamar la atención que así sea… Mantiene el suspenso de lo episódico, es una serie. Tiene continuará. Que no lo tuvo la trágica historia de su autor. Es un estreno mundial que en nuestro país resuena de otra manera.
La ciudad se viste de nieve y de luto.
Geniales los autos emplazados en distintas esquinas, furia apocalíptica, unos sobre otros, espolvoreados de blanco; seguramente posible gracias a la apuesta publicitaria de la plataforma. La cultura es un bien y se apoya con dinero. Enseñanza de una multinacional para nuestro presidente, totalmente ajeno al arte, aparato respiratorio de la identidad cultural. Pero más allá de Netflix (lo digo y punto), la mejor campaña ha sido anónima. Y es del orden de la conmoción: los afiches de la serie tienen pegados volantes donde figuran los nombres y rostros de las cuatro hijas desaparecidas de Héctor G. Oesterheld, asesinadas luego, como también el padre, por el terrorismo de Estado durante la última dictadura militar. Beatriz, de 19 años. Diana, de 23. Marina, de 20. Estela, de 25. Dos embarazadas, y también desaparecidas sus parejas. Aún se ignora el destino de dos niños nacidos en cautiverio.
La doble campaña improvisada por el dolor de la historia es fortísima, contradictoria, dolorosa y, al mismo tiempo, necesaria, digna. Estos carteles intervenidos hacen que la obra de Oesterheld retorne con toda su fuerza. Resiste, ofrece lucha.
Y en estos tiempos individualistas, donde el propio Elon Musk desvaloriza la empatía –sí, como lo leyeron–, El Eternauta la ejercita. En el prólogo, su autor cuenta que la historieta “se fue construyendo semana a semana. Aparecieron situaciones y personajes que ni soñé al principio. Como el ‘mano’ y su muerte. O como el combate en River Plate. O como Franco, el tornero, que termina siendo más héroe que ninguno de los que iniciaron la historia. Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizá por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano”.
Todavía no vi la serie. Quise releer antes la historieta y encontré el ejemplar de mi hija. Lo había leído en segundo año del colegio secundario. Un globito con resaltador en la página 123: “Es un riesgo que debemos correr. Total nadie puede saber dónde está la seguridad, si quedándose aquí o yendo fuera”.
Quisiera verla con ella.